En Bogotá, en enero de 1987, mientras visitaba el Museo del Oro, observé que la pieza indígena destacada era un pectoral de oro, de origen Zenú. Pero no fue su belleza la que me atrajo, sino la información de haber sido descubierto en la población Guaquirí.
Entonces surgió la inquietud de saber cómo pudo haber sido encontrada en un lugar habitado por aborígenes a los que los españoles llamaron, inicialmente, caribe, luego chimilas. Además, en este había un cacicazgo, Bosquirí, de cuyo nombre se deriva el nombre de esta pequeña localidad ubicada a orillas del río Magdalena.
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Fue leyendo al antropólogo Reines León, como comencé a entender las razones de ese hallazgo en ese lugar ubicado en el municipio de Pedraza, Magdalena. Este señala que: “El basural de Guaquirí está más o menos equidistantes de tres áreas muy importantes de la arqueología colombiana: en el área del Canal del Dique, con sitios como Mahates, Pomares y Puerto Hormiga; en el área de Malambo y, además, el área de la Depresión Momposina. La proximidad geográfica con estas áreas hace creer la posibilidad de relaciones culturales entre ellas”.
A través de las antropólogas Clemencia Plazas de Nieto, Ana María Falchetti de Sáenz y Juanita Sáenz, supe de las relaciones entre los zenúes y chimilas, cómo los españoles identificaron a parte de los indígenas habitantes en la sub región río, las que fueron permanentes e inmemoriales.
Lo hacen basadas, entre otras razones, en descubrimientos hechos en el complejo cerámico Las Palmas, ubicado en el río San Jorge, donde encontraron cerámica perteneciente, quizá, al grupo Malebú.
Este grupo indígena, era uno de los ubicados en las orillas del río Magdalena, entre Tamalameque y la desembocadura del río Magdalena, los que, según las investigadoras, también hicieron presencia en las cercanías de San Marcos, Sucre, desde el siglo IV antes de nuestra era. Así mismo, son mencionados como habitantes en los Montes de María, espacio que compartieron con los zenú, pertenecientes a los grupos finzenú y panzenú.
Estas relaciones geográficas derivaron en otras como las culturales y comerciales, entre zenú, malebú, taironas y mokaná, de Malambo y Calamar, y Chimilas, las que, según Fals Borda, datan de cuatro mil años. El punto de encuentro, en el río Magdalena, era el barranco de Zambrano, hasta donde los malebú de distintas regiones, expertos en navegación por el río, llegaban a hacer intercambios.
Zambrano, según Gerardo Reichel Dolmatoff, en tiempos prehistóricos fue un lugar de excepcional importancia, donde convergieron múltiples influencias procedentes del Sinú, de la Sierra Nevada de Santa Marta, del interior del país y otras zonas más, conservándose en su geología un record interrumpido de cuatro mil años. Esas relaciones son la explicación del porqué un pectoral zenú en Guaquirí, lugar donde las antropólogas Plazas y Falchetti encontraron cerámicas del complejo Plato-Zambrano.
Pero no solo bastaba la convergencia geográfica, se requirió del río Magdalena y de caminos que conectaran las regiones. Desde tiempos prehistóricos existen senderos que van del río Magdalena hacia los Montes de María y las antiguas Sabanas de Bolívar. Fue por donde viajó la gaita, como instrumento musical que usaban los malebú, de la villa de Tenerife, y los zenúes, quienes, junto a los mokaná y pocabuis, habitaban en los Montes de María.
La presencia de la gaita en el río se encuentra sustentada en un documento datado en Tenerife, en 1578, en el que se dice que los primeros usaban dos gaitas que tocaban acompañada de un tambor y un sonajero.
Fueron estos caminos los que llevaron a habitantes de los Montes de María hacia el lado oriental del río Magdalena, hoy conocido como sub región río, para, tras hacer parte de estas comunidades, conformar agrupaciones musicales utilizando la gaita. Sucedió en Plato, en Tenerife, donde los Galindo, de San Jacinto, los Hernández, de San Juan de Nepomuceno, y los Vargas de El Guamo, fueron connotados gaiteros.
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Eran los mismos que utilizaron los viajeros por el río Magdalena, los que iban y venían de los Montes de María, en los tiempos en que era la arteria fundamental de Colombia. Uno de ellos era el que pretendían utilizar para llevar a cabo el proyecto de ferrocarril que uniría a El Carmen con Zambrano.
MIGRACIÓN
En ese viaje a Bogotá también descubrí que fueron familias oriundas de los Montes de María con las que Pablo José Torregroza y Escalante, fundó en 1791 a San Pablo de Pedraza, a orillas del río Magdalena, en la Gobernación de Santa Marta. Lo hizo con personas que tenían los siguientes apellidos: de Ávila, Echavarría, Contrera, Arraga, Barrusco, Montes, Fontalvo, Santander, Álvarez, Angulo, Parra, de la Maza, Polo, Gómez, Albino, Junco, Altahona, muchos de ellos tradicionales en los Montes de María. Estos habían llegado a un lugar deshabitado al que llamaban Pedraza, en 1786, dedicándose al cultivo del campo y a la cría de animales domésticos.
Eran arrochelados, término que se utiliza para referirse a los pobladores, por lo general pobres, cuya organización social y espacial no se ajustaba a los parámetros establecidos por el Estado colonial. Fue el arrochelamiento el propulsor de la mayoría de las fundaciones de las comunidades existentes en ambas orillas del río Grande de la Magdalena.
El desplazamiento de familias, de un lugar a otro, no se ha detenido. Sucedió cuando en 1850 fue puesto en servicio el nuevo Canal del Dique, cuya boca fue abierta en inmediaciones al playón Gamarra, donde surgió la población de Calamar. Barranca Nueva, que hasta entonces había sido el puerto de Cartagena en el río Magdalena, por estar en la boca del Canal, vio como 1765 personas, de las 2719 que entonces la habitaban, emigraron hacia otros lugares del Caribe. Un grupo importante de estos se fueron para El Carmen donde la bonanza tabacalera dejaba réditos a productores y beneficios económicos a los cultivadores.
Las guerras sucedidas en el siglo XIX, el cólera morbo, entre otras razones, fueron dinamizadoras de procesos migratorios, lo que explica la llegada de distintas familias asentadas en los Montes de María, hasta la orilla del río. Sucedió con miembros de las familias Osorio y Castellón de San Juan de Nepomuceno, quienes aparecen relacionados en un censo realizado en Pedraza en 1853.
Hubo otros hechos que a finales del siglo XIX dinamizaron la emigración de personas o grupos de personas de los Montes de María hacia la sub región río, como el decaimiento de la producción tabacalera, la Guerra de los Mil Días, y la explotación de la pulpa de los árboles de bálsamo.
Desplazamiento que condujo al surgimiento de algunas poblaciones a orillas del río y en el centro del departamento del Magdalena. Una de ellas, Real del Obispo, nacida en antiguas tierras de la iglesia católica, hasta donde llegaron familias como Polo, Anaya, De León, las que se dedicaron a recoger bálsamo. Miembros de estas, junto a otras, fueron a poblar un lugar al que denominaron Chibolo.
Fueron familias de origen montemariano quienes participaron en el surgimiento de El Difícil, de ahí que sea usual encontrar en ese lugar apellidos como Pacheco, Castro, Meza, Gámez, Campo, León, Barraza. Eran recolectores de bálsamo como las personas originarias de la misma sub región bolivarense, encabezados por Fernando Liñán Aroca, que se establecieron en el lugar donde surgió Granada, Magdalena. Como, también, lo eran los Castillo, Morales, Guzmán, Pacheco, que para ese mismo tiempo se residenciaron en Pedraza.
TRADICIONES DE COCINA
Los que se mudaron llevaron consigo prácticas alimenticias que las relaciones con otros grupos humanos fueron moldeando. No olvidemos que desde tiempos antediluvianos la cocina y la alimentación ha sufrido modificaciones en las que han contribuido los intercambios de técnicas y saberes.
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Por eso, encontramos en los pueblos de la subregión río y los Montes de María, prácticas y productos en las que se muestran coincidencias y diferencias. Sucede con la yuca, cuyo consumo fue básico para los aborígenes del Caribe colombiano y lo sigue siendo en ambas zonas. Lo que no ocurre con el ñame, que es de escaso consumo en las localidades ubicadas a orillas del río Magdalena.
Pasa con los bollos fabricados con yuca, maíz, batata, comunes a ambas sub regiones, pero con modificaciones en el sabor en alguno de ellos, como el Capero al que, en San Jacinto, le dan sabor con azúcar o panela. También hay diferencias en el envoltorio que usan para producirlos.
En la región montemariana es usual el empleo de la palma amarga y negra para el bollo de limpio simple, mientras que en la de la sub región río, lo hacen con la hoja o cascaron de maíz. El bollo de yuca, fabricado de manera destacada en Pedraza, Cerro de San Antonio y Pivijay, último lugar donde es envuelto en hojas de palma de Iraca, también lo es en esa zona, pero con las características de ser dulce. Existe identidad en la manera de procesar y consumir los lácteos, de preparar y comer las carnes de cerdo y res, pero sustanciales diferencias en la forma de cocinar el pescado.
Los caminos, a los que nos hemos referido, fueron los utilizados por los acordeonistas Pacho Rada y Abel Antonio Villa, para llevar su música a los Montes de María. Por ellos, estos y otros músicos, fueron a El Guamo, a San Jacinto, donde recibieron el apoyo, por parte de alguno de sus habitantes, en tiempos en que esta música era marginal.
Esos caminos fueron los que permitieron que el acordeonista Eugenio Gil conociera y tuviera como su principal motivador, para interpretar música vallenata, a Abel Antonio Villa. Estos llevaron a Villa a las sabanas del antiguo Bolívar, donde Alfredo Gutiérrez lo conoció y lo hizo su referente musical.
Eran los que abordaba Pacho Rada, en burro, con sus mujeres y sus acordeones, para ir a San Jacinto, y los que permitieron que se convirtieran en un modelo musical de Andrés Landero, la máxima figura del acordeón montemariano y referente cultural colombiano en el exterior.
Fueron los que tomó el maestro de música Rafael Arturo Medina Rodríguez para residenciarse en El Carmen, donde abrió una escuela de música a la que asistieron alumnos de la talla de José Flórez Tapias, José María Montes, Teófilo Sánchez, del maestro Vicente Caro, Antonio Cabezas, entre otros, cuyo aporte a la música de viento del Caribe colombiano ha sido importante.
No olvidemos que Flórez y Tapias fundaron las primeras bandas de viento en esa localidad. Es de Medina Rodríguez de quien algunas personas aseguran que sentó las bases para el nacimiento del porro sabanero.
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Sostienen en Plato que entre los montemarianos y ellos comparten términos o dichos; sin embargo, esa relación no se limita a este lugar, existen identificaciones con los demás habitantes de la sub región río, en aspectos como la manera rápida de hablar, la supresión de letras y la acentuación o el golpear, al hablar, las palabras.
Ha sido por estos senderos y el río Magdalena por donde por años han viajado los vendedores de cubiertas, sombreros, pellones, hamaca y abarcas sanjacinteras, de aguacates de los Montes de María, productos con demanda comercial entre los residentes en la sub región del río.
Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio.