Hace unos años, en plena misa mayor, ofrecida al santo patrono Ecce Homo en la plaza Alfonso López de Valledupar, escuchaba al obispo referirse a la crisis moral por la que atraviesa nuestra sociedad, esa crisis que nos tiene al borde del precipicio, del despeñadero; esa misma crisis moral que nos pone a divagar.
Situaciones y actos que nos ponen a pensar y a preguntarnos ¿Cuál es la salida?
De ese tiempo hasta ahora, las cosas han cambiado, y no para bien precisamente; el mensaje podría tener la misma vigencia y ser tan asertivo como si se dijera ahora, porque en vez de corregirse cosas, la vaina está peor.
El mundo, el país, el departamento, el municipio requiere de un liderazgo efectivo, esas personas, hombres y mujeres que tengan capacidad y que con su acción y ejemplo puedan influir de manera especial en su comunidad; para que entre todos podamos conseguir resultados favorables para la comunidad. Es sencillo de definir, pero qué tan difícil es lograrlo.
El tema aquí es que los que tienen sobradas razones para ejercer este tipo de acciones no están dispuestos a prestar su nombre para quemarlo en este voraz incendio de corrupción y de clientelismo.
Los que saben que el negocio político es rentable, se han dado a la tarea de ocupar los espacios que los ‘buenos’ han dejado a la suerte de otros.
Juegan con la paz, juegan con la salud y la educación; juegan con la alimentación de niños y ancianos, y vemos enriquecer, sin que pase nada, unos tras otros, a gobernadores y alcaldes, y a los comodines que utilizan para sacarle el lucro a esas actividades que les permita perpetuarse en el poder y enriquecerse de manera inaudita.
Lo más triste de todo es que el pueblo sabe y se llena de requisitos para hablar a escondidas, en cada esquina, en corredores, en sitios de trabajo; murmuran despacito de los políticos que cada cuatro años se acercan a ofrecer y ofrecer y mostrarse como la panacea a un problema.
Todos hablamos en tono menor como si hablar fuera un delito y exigir soluciones fuese un pecado.
La carencia de esa moral de las que nos habla el obispo en su homilía, es la que nos lleva a soportar años de privaciones: la carestía en la canasta familiar, exagerados costos en los productos de consumo básico; peajes por las nubes y las vías vueltas nada. La leche, el queso, el arroz y el aceite son imposibles de adquirir, no hay control de precios ni de medidas, no hay control de nada.
Seguimos hablando de la inseguridad, seguimos convertidos en el oeste: de tiros y de muertes, la ley del más fuerte y en este caso, desde luego, que los malos son los más fuertes, ellos andan armados, los buenos escasamente armados de valor.
Llega de nuevo el año político, llegan de nuevo las promesas: arreglo de vías, carreteras en óptimas condiciones, vías terciarias intervenidas para ayudar a los campesinos a sacar sus productos.
Y volvemos a escoger a los mismos, con las mismas. No cambia para nada el panorama, tenemos a un presidente que ‘se supone’ está cambiando el país, para demostrarlo hay marchas que lo apoyan; hoy son impulsadas por él y sus seguidores, mañana por sus opositores y estamos a escasos seis meses de su gestión. Dios nos agarre confesados. Siguen faltando líderes buenos. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara