Los aciagos años de confrontación armada y desarmada padecidos en Colombia, han dejado en la población y de manera especial en las víctimas de todos lados, dolores profundos y heridas abiertas, difíciles de cicatrizar. Se percibe además una sensación de hartazgo por la tragedia, la muerte, las fosas comunes y demás horrores de la guerra. El primer informe del Centro de Memoria Histórica se tituló ¡Basta Ya! para decir: ¡No más! Pero de ese hastío no siempre ha surgido el afán imperioso de actuar para transformar esa realidad, de reaccionar para rectificar. Más bien se nota en algunos grupos sociales una cierta impotencia que desactiva los mecanismos de búsqueda de soluciones y conduce a la pasividad, cuando no al fatalismo. Otros sectores, menos afectados, intentan ser indiferentes, pero la impasibilidad no es viable ante un problema que ha afectado directamente a casi siete millones de colombianos y como acto reflejo al resto de la población.
El proceso de paz ha reflejado la complejidad del conflicto y las dificultades han saltado al aire, hubiera sido ingenuo esperar unas discusiones exentas de problemas siendo que ocurren en medio de la confrontación. Pero aunque los avances son innegables hay que insistir en algunos asuntos claves. Uno es la verdad sobre los hechos violentos. Las víctimas, independientemente de quien fuera el victimario, esperamos y exigimos saber qué ocurrió y por qué, cuáles fueron los móviles, quién fue el promotor y el ejecutor de los hechos, en el marco de qué organización actuaba. Más que el castigo a los victimarios nos interesa conocer las verdades guardadas por tanto tiempo. Sólo así será posible la reconstrucción de la confianza perdida, que nos ha llevado a mirarnos unos a otros como enemigos. La Comisión de Esclarecimiento Histórico habrá de contribuir a este propósito. Sin la verdad es difícil llegar a la paz.
Otra tarea indispensable es desarrollar una pedagogía para la paz. Todos debemos comprometernos a participar, a aprender otras maneras de reaccionar y a desarrollar la capacidad de disentir sin confrontar, de debatir sin pretender eliminar al contrario, de asombrarnos ante la barbarie y dejar de pensar que la violencia es inherente a nuestra condición humana, a nuestra manera de ser de colombianos. Después del silencio de los fusiles nos urge la palabra hablada y escrita que difunda y defienda el respeto a la enriquecedora diversidad y a la multipolaridad política. Será un ejercicio difícil, por eso hay que empezar ya.
En este contexto resulta interesante la propuesta que impulsa el Colectivo Pensamiento y Acción “Mujeres, Paz y Seguridad” sobre un Pacto Social que, como ellos dicen, plantea una revolución ética para la construcción de una paz transformadora, justa y sostenible. El evento se realizará el 12 de diciembre.