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Las lápidas de la UPC

Integrantes del colectivo feminista de la UPC ‘Elizabeth Córdoba Uliana’ plasmaron el nombre de esta estudiante en un mural para que su muerte no quede en el olvido.

En un rinconcito de la Universidad Popular del Cesar, sede Sabanas, justo en la entrada del baño de las mujeres, está pintado el nombre de Elizabeth Córdoba Uliana con la fecha 13-feb-97; de los 13.700 estudiantes que tiene la institución la gran mayoría lo ha visto, al estar en uno de los bloques principales del Alma Mater, y no saben qué representa. El improvisado epitafio recuerda a una líder estudiantil asesinada, al parecer, por intereses oscuros en el interior de la universidad.

Elizabeth Córdoba Uliana, de 24 años, el 13 de febrero de 1997 estaba angustiada porque al día siguiente vencía el plazo para matricularse en el noveno semestre de contaduría y no tenía dinero. Ese día, se sentó debajo de un frondoso árbol de matarratón al frente de su residencia en el barrio Los Caciques, en donde estaba junto a su pequeña sobrina, de algunos cinco años, cuando a las 6:45 de la noche, los gritos de la joven universitaria y de sus vecinos acabaron con la tranquilidad del sector.

Varios hombres descendieron de un vehículo Sprint sin placas, uno la agarró por el cuello y la llamó María Elizabeth. Ella refutó, le dijo que no se llamaba María; aun así la empujaron hacia los asientos traseros del automóvil que presuroso arrancó por las empedradas calles del barrio, mientras los vecinos observaban impotentes.

Su papá Augusto Córdoba se bañaba en el momento del rapto, al escuchar la algarabía salió a ver qué sucedía y cuando le dijeron que se habían llevado a su hija, nada pudo hacer. Él guardaba la esperanza de que se tratara de una broma pesada de algún compañero de la universidad, porque sabía que su hija era una mujer de bien, incapaz de hacer cosas malas que le representaran amenazas.

La noche fue larga y la espera intensa. Con los primeros rayos de sol, las autoridades reportaron el hallazgo de un cadáver calcinado entre llantas en la vía que de Valledupar conduce al corregimiento de Río Seco. El padre de Elizabeth llegó al sitio y las esperanzas de volver a abrazar a su hija, a su consentida, se esfumaron; supo que era ella al ver entre los restos una pulsera y el suéter que él le había regalado.

“A ella se la llevaron con la barriga pegada al espinazo, ese día no había probado bocado de comida, ella estaba triste porque no tenía dinero para matricularse”, contó Katia Córdoba Uliana. “Y esto lo sé porque soy su hermana mayor y éramos inseparables”, agregó.

La vida de los Córdoba Uliana dio un giro de 90 grados. Katia también era estudiante de administración de empresas, pero a raíz de la muerte de su hermana no volvió a la universidad por miedo, sabía que el crimen de Elizabeth no era un hecho aislado; el mismo día que encontraron su cuerpo calcinado y con impactos de bala, desapareció Rosilda Arias Velásquez, otra estudiante de contaduría.

Rosilda fue a visitar a su abuela en el municipio de Codazzi y horas después la Policía la encontró muerta en Mariangola, corregimiento al sur de Valledupar. La joven de cabello negro ondulado, que vestía con falda blanca de cuadros negros y rayas moradas, un chaleco con las mismas características, franela blanca y zapatos de charol blancos, fue asesinada con cuatro impactos de bala.

Veinte días antes ya habían matado a un estudiante de matemáticas de la UPC y reconocido líder estudiantil, José Cuello Saucedo. El 23 de enero, cuatro hombres armados irrumpieron a las nueve de la noche en la vivienda del estudiante, ubicada en el barrio Garupal de Valledupar, y se lo llevaron en un vehículo.

Al día siguiente, las autoridades encontraron el cadáver de Cuello, con signos de tortura, en la curva del puente Salguero, en la vía Valledupar -La Paz. Él era representante de los estudiantes ante el Consejo Superior del claustro universitario y militaba en el partido Movimiento Social Ciudadano.

Aunque no eran los mejores amigos, Elizabeth Córdoba y José Cuello coincidían en la lucha social, eran miembros del comité estudiantil, por lo que en la universidad tomó fuerza el rumor de que los mataron por sus vínculos con los movimientos sociales que rechazaban algunos manejos que se daban en la institución. Además, se conoció que Córdoba militó en el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, durante su época de bachiller en el Colegio Nacional Loperena.

Algo macabro estaba pasando en la Universidad Popular del Cesar, protestar era una sentencia de muerte; no había empezado la temporada de elecciones estamentarias y varios compañeros de las víctimas salieron de la ciudad porque se decía que los paramilitares tenían una larga lista de los que iban a matar.

En ese entonces, el rector José Antonio Murgas dijo que se no explicaba lo que pasaba en la universidad, pero reconoció que no reinaba el mejor ambiente para que los cuatro mil estudiantes y 350 profesores participaran democráticamente en las elecciones de los cuerpos colegiados, para escoger los representantes ante el Consejo Superior.

Sin justicia
Elizabeth Córdoba Uliana nació en un hogar humilde y al crecer desarrolló la idea clara de que estudiar era su mejor camino para superar la pobreza. Hizo la primaria en la escuela Mixta del barrio Primero de Mayo y el bachillerato en el Colegio Nacional Loperena. En esta última institución empezó a desarrollar su liderazgo como integrante del comité estudiantil y fue influenciada por las actividades que en ese entonces hacia la Unión Patriótica y el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario. Aunque su fuerte eran las matemáticas, descubrió el poder de la palabra.

Ya en la Universidad Popular del Cesar ingresó al consejo de estudiantes. Cursó hasta octavo semestre de contaduría pública, era una estudiante aventajada y ganaba dinero dándole clases a sus compañeros, también se lucraba con la venta de los pescados que su papá traía cada vez que viajaba a la Alta Guajira.

“Ella para nosotros era como papá y mamá, porque era la cabeza de la casa”, recuerda Tatiana, que la noche del crimen al escuchar los gritos de sus vecinos solo pudo ver de lejos el automóvil en el que se llevaban a su hermana hacia un viaje sin regreso.

Maura Eliana Uliana Epiayú recuerda que su hija siempre le dijo que sacaría a su familia adelante y para ello se esforzaba en ser una profesional, conseguir un buen trabajo y arreglarle la casa.

Esta wayúu oriunda de El Cabo de Vela, no entiende por qué mataron a Elizabeth y ni siquiera se ha dado a la tarea de averiguarlo por temor a represalias contra el resto de la familia. Solo cuando pasaron tres meses del crimen, a ella le explicaron la forma cruel como asesinaron a la segunda de sus cinco hijos; la familia quiso atenuar el dolor.

“Elizabeth me había llevado a El Cabo de la Vela a visitar a mi mamá y quedó en irme a buscar, pero quedé esperándola. En cambio, llegó mi hija mayor, para darme la triste noticia”, recordó la mujer mientras observaba el único retrato que guarda de Elizabeth, el cual tiene colgado en la sala de su casa.

Para ‘Fátima’ como es conocida entre sus vecinos, las mantas tradicionales wayúu perdieron el colorido porque su corazón entró en luto y durante todos estos años solo le pide a Dios que haga su justicia divina, porque su esposo que trabajaba como albañil ya falleció por una enfermedad y no conoció avances en la investigación del homicidio de su hija.

Los profesores inmolados
Después de los homicidios de Elizabeth Córdoba Uliana, José Cuello Salcedo y Rosilda Arias Vásquez, la universidad se silenció y solo con el pasar del tiempo volvieron a sentirse las voces de quienes defendían sus posturas políticas frente al manejo administrativo y financiero de la entidad.

Casi cuatro años después, el 16 de mayo de 2001, el docente de la UPC y presidente de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios seccional Cesar, Aspu, Miguel Ángel Vargas Zapata, fue asesinado cuando salía del campus universitario.

Ese día, a las 6:30 de la tarde, Vargas salía en su vehículo Fiat de color rojo, y era esperado por un sujeto que le disparó en varias oportunidades, emprendiendo la huida a pie. El hombre de 46 años alcanzó a ser auxiliado, pero falleció en la sala de urgencias del Hospital Rosario Pumarejo de López.

En un crimen casi que calcado acabaron con la vida de otro líder de Aspu, Luis José Mendoza Manjarrés. El 22 de octubre de 2001, después de dictar sus clases de administración de empresas, el docente de 43 años fue baleado cuando se disponía a subirse a su automóvil para salir del campus. Mendoza estaba amenazado de muerte y aunque estuvo por fuera de la ciudad durante varias temporadas, volvió junto a su familia y la sentencia se cumplió.

Él fue candidato de la Unión Patriótica al Senado, administrador de empresas egresado de la UPC y luego docente de la misma universidad.

Justicia
Por los crímenes contra Elizabeth Córdoba Uliana, José Cuello Salcedo, Rosilda Arias Vásquez, Miguel Ángel Vargas Zapata y Luis José Mendoza Manjarrés, no hay personas condenadas.

La Policía pagó una millonaria suma por la muerte de Luis José porque debía prestarle seguridad ante las amenazas denunciadas, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) también fue condenado porque tampoco prestó ningún tipo de protección a Miguel Ángel. A los estudiantes como ni siquiera las amenazaron, sino que la muerte los sorprendió de repente, el Estado también pagó a las familias las respectivas indemnizaciones de ley.

De cada una de estas víctimas fatales que ha dejado el conflicto hay lápidas simbólicas en los pasillos de la UPC, la más emblemática la de Miguel Ángel Vargas Zapata, en la biblioteca bautizada con su nombre como recordatorio de que hay personas incapaces de tolerar las diferencias de pensamiento y sin argumentos para sostener sus ideales con propuestas.

Colectivo feminista
Alison Amaya es estudiante de derecho y desde hace un año y medio lidera el colectivo feminista de la UPC ‘Elizabeth Córdoba Uliana’. Ella asegura que los movimientos estudiantiles están volviendo a resurgir en la universidad luego del asesinato sistemático de los líderes sociales.

El colectivo tiene ocho integrantes, estudiantes de diferentes carreras, que decidieron adoptar el nombre de Elizabeth, porque su lucha es por la reivindicación de los derechos de las mujeres.

Varias de las integrantes del colectivo feminista estaban recién nacidas cuando ocurrió el crimen, pero al llegar a la UPC escucharon la historia de la mujer que murió sacrificada en la defensa de los derechos de los estudiantes.

“Uno desde el mismo nombre busca una reivindicación, escuchamos de este caso y la escogimos a ella por la forma tan macabra, la sevicia con que la mataron. Una reivindicación como mujer y una reivindicación como estudiante, intentamos acabar ese estado de letargo en el que la universidad está”, expresó la líder estudiantil.

La proyección del colectivo ‘Elizabeth Córdoba Uliana’ es empezar el empalme desde la universidad con diferentes organizaciones no gubernamentales para ampliar su campo de acción en la ciudad.

“Estamos en una coyuntura nacional muy importante, estamos en un proceso de paz, pero hemos visto la reactivación del paramilitarismo y las guerrillas también, porque uno tampoco quiere ese estigma ni esa relación.

Entonces, apoyar la guerrilla es igual que apoyar al paramilitarismo, porque a la final eso es guerra; ellos matan y esas son cosas que no deben pasar”, concluyó.

La Universidad Popular del Cesar inició labores el primero de agosto de 1977 con tres facultades. En 1973 comenzó como el Instituto Tecnológico Universitario del Cesar, ITUCE.

Por los crímenes de Elizabeth Córdoba Uliana, José Cuello Salcedo, Rosilda Arias Vásquez, Miguel Ángel Vargas Zapata y Luis José Mendoza Manjarrés, no hay personas condenadas.

Por Martín Elías Mendoza

 

Categories: Informe Judicial
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