Por: David Santiago Quiroz Pinto, estudiante 6° grado, Gimnasio Bilingüe Jean Piaget de Valledupar.
Érase una vez en un pequeño pueblo situado en el sur de Italia, cuatro amigos llamados Max, América, Karol y Salomón crecieron juntos soñando vivir emocionantes aventuras y explorar el mundo más allá de su hogar.
Un día, mientras exploraban un antiguo sótano abandonado, descubrieron un viejo mapa que parecía indicar la ubicación de un tesoro en una isla remota; la emoción llenó sus corazones y los ojos de los amigos brillaron ante la posibilidad de descubrir tesoros ocultos y vivir una verdadera aventura.
Sin dudarlo decidieron embarcarse en una travesía inolvidable hacia lo desconocido. Con el mapa en sus manos, equipados con provisiones y valentía, Max, América, Karol y Salomón abordaron un pequeño barco y navegaron hacia el océano.
El camino no fue fácil. Durante varios días enfrentaron feroces tormentas, desafiantes olas que amenazaban con hacer naufragar su embarcación y peligrosas criaturas marinas, pero su determinación no flaqueo.
Después de varias semanas de navegación avistaron tierra firme: la isla que buscaban. La isla era exuberante y salvaje con una vegetación exótica y ríos cristalinos, pero también estaba llena de peligros y misterios, sin embargo, el equipo MAKS no se dejó intimidar, desembarcaron en la costa y con el mapa en mano comenzaron su búsqueda del tesoro perdido.
A medida que exploraban la isla se encontraron con tribus indígenas amigables que les ofrecieron su ayuda y sabiduría ancestral, estas tribus conocían los secretos de la isla y les dieron consejos valiosos sobre cómo evitar las plantas venenosas, trampas mortales y criaturas peligrosas; estos cuatro amigos aprendieron sobre el respeto por la naturaleza y el valor de la amistad.
El camino hacia el tesoro estaba lleno de desafíos. Tuvieron que cruzar ríos agitados, escalar altas montañas y sortear densos bosques llenos de criaturas misteriosas, pero juntos superaron cada obstáculo con ingenio y trabajo en equipo.
Después de resolver acertijos y sortear trampas mortales, los cuatro amigos finalmente llegaron al corazón de la isla y allí encontraron una antigua cueva escondida detrás de una cascada. En ella hallaron una cámara secreta repleta de tesoros deslumbrantes, joyas, piedras preciosas, pero mientras se maravillaban con lo que veían se dieron cuenta que el verdadero tesoro no eran las riquezas materiales si no la verdadera amistad y las experiencias compartidas en su gran aventura.
Con el tesoro en su poder y llenos de alegría, regresaron al pueblo y compartieron su historia con todos, inspirados por su valentía y espíritu de aventura muchos jóvenes del pueblo comenzaron a explorar el mundo y a vivir sus propias aventuras.
La gente del pueblo les agradeció por su gallardía y determinación, además por el buen ejemplo que nuestros valientes amigos Max, América, Karol y Salomón les dieron a todos los adolescentes y finalmente ellos vieron que su verdadera recompensa era la alegría que habían traído a sus seres queridos y la importancia de la amistad, pues quien tiene un verdadero amigo tiene un enorme tesoro.
Te invito amigo lector a que cuides y valores a tus amigos porque ellos son el tesoro más valioso que puedas tener.
Cuento ganador categoría de 6° a 8° grado de la segunda versión del concurso Leer es Nuestro Cuento que organizó EL PILÓN con el patrocinio de la empresa Drummond.
Del aula a la tarima
Por: Harold David Peralta Torres – grado 8° – Institución Educativa Prudencia Daza.
José Vicente estudiaba conmigo en el mismo colegio, pero no en el mismo curso. Él estaba un grado superior a mí. Yo escuchaba que no era tan buen estudiante, pero sí que era indisciplinado y su comportamiento no era el mejor. En todo momento la coordinadora lo vivía recriminando. Ya era costumbre que siempre que entregaban los boletines, la madre lo regañaba por dos o tres asignaturas perdidas y las otras en un nivel muy bajo. Juraba y se comprometía a recuperarse y a comportarse mejor, cosa que nunca sucedió.
—Ya tú no tienes remedio, —le decía la madre— saliste igual que tu papá.
José Vicente soñaba con ser algún día un gran intérprete del folclor vallenato. Se la pasaba escuchando música con unos audífonos incrustados en las orejas y gritando por los pasillos, remedando a los cantantes. Otras veces se aparecía con una grabadora a todo timbal perturbando el normal desarrollo de las clases, hasta el día en que la directora lo sorprendió y le confiscó el aparato con todo y audífono.
—Si quieres que te lo devuelva —le dijo—, tienes que traerme a tu acudiente.
Eso sí, no había evento en el colegio en que José Vicente no participara, ni festival escolar para representar al colegio. A decir verdad, tenía madera para el canto y eso lo sabíamos todos. Incluso ya él andaba por ahí con ínfulas de cantante. Coqueto y engreído, tirándole piropos a las muchachas y diciéndoles que cuando grabara las iba a nombrar en los discos.
—Será para lo único que va a servir— le gritó la profesora de lenguaje.
Hasta el día en que se enroló en un conjunto vallenato y se volvió pendenciero, aprendió a tomar tragos desde muy temprano y quién sabe que otros vicios más. De todas maneras, hasta ahí llegó su vida de estudiante. Regaló los libros, peleó con la mamá y enfurecido tiró la puerta y se largó orondito por la calle del medio.
No pasó mucho tiempo, cuando un día lo escuché por la radio que estaban promocionando su primer disco y un locutor, con voz de trueno, lo estaba entrevistando. Fue un éxito su primera salida al mercado disquero. De ahí para allá fue poco lo que supe de él, hasta el día en que lo vi encaramado sobre una tarima de la plaza de Valledupar cuando le estaban entregando un trofeo por haber ganado en la mejor voz. Cuando bajaba de la tarima nos tropezamos. Me saludó dándome un fuerte apretón.
— ¿Y a ti cómo te está yendo? – Me preguntó.
—Ahí, regular. Ya estoy cursando el noveno grado.
—Para que te des cuenta, como dice el adagio: Dios escribe derecho en renglones torcidos. Cada quién nace con su estrella.
Cuento segundo lugar en categoría de 6° a 8° grado de la segunda versión del concurso Leer es Nuestro Cuento que organizó EL PILÓN con el patrocinio de la empresa Drummond.