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La versión número cien del Festival Vallenato

Por  Gustavo Cotes Medina

Una mañana de abril de 1968, asistí con mis amigos Gonzalo Mejía Muñoz y Freddy Montero Cabello a los actos inaugurales del primer Festival de la Leyenda Vallenata. Debo admitir que ese día me acompañó el escepticismo  al percibir que se trataba de un festival recortado en ambiciones y con poca dimensión de futuro, pero no contaba que la maquinista de esa chirriante locomotora era Consuelo, La Cacica, una mujer extraordinaria, con una personalidad arrolladora y un dinamismo fuera de lo común. Gonzalo y Freddy- seguramente más visionarios y realistas- no compartían mi pesimismo inicial. Afortunadamente, con el tiempo y los hechos, el festival alcanzó el éxito que finalmente tiene.
El Festival de la Leyenda Vallenata con sus cuarenta y tres años de vida tiene puestos los pantalones largos y se ha convertido – con autoridad- en un patrimonio musical del pueblo y en un fenómeno  cultural indiscutible en Colombia. El festival- como un todo- es una suma de pedacitos de corazón que le dan forma a lo esencial de la fiesta: piloneras, acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, compositores, y la competencia en los ritmos de paseo, el merengue, el son y la puya. Además, la canción inédita, piquería y foros, hacen  parte de este certamen folclórico anual.
Hoy, la Fundación que  organiza el Festival se encuentra en una controversia jurídica importante con algunas personas naturales respetables, pero los protagonistas no deben olvidar lo fundamental: ¡el Festival Vallenato es del pueblo, la hace el pueblo y todos tenemos que mantenerlo, defenderlo  y conservarlo como un símbolo de nuestra Región!.
Dejemos que los Organismos Disciplinarios y de Control- con su autorizada voz- hagan su trabajo, tomen decisiones y si es necesario corregir para mejorar el rumbo, tenemos que hacerlo para que el Festival salga fortalecido y la fiesta del pueblo quede blindada contra odios, arrogancias, resentimientos personales y políticos. Esperamos que la Fundación pueda salir de este trance sin raspones ni heridas que lamentar.
Germán Piedrahíta, en su columna de la semana pasada en El Pilón, comentaba con razón: “Hoy se enjuicia a una familia, no a una Junta, por hacer grande la ciudad”. Atacar al Festival es tratar de desestabilizar el evento cultural que más recursos moviliza para el bienestar y la economía de la Región. El entorno del Festival debe ser tierra estéril para los insultos y agravios que a nadie favorecen.
Invitamos a todos los dirigentes y a los medios de opinión, a salir a defender al Festival como patrimonio musical y cultural de la Nación. El festival es un símbolo, un refugio del pueblo, una imagen de ciudad llena de gente alegre y espontánea que está curada de espantos y siempre tiene sus brazos abiertos, porque en Valledupar no está permitido derramar lágrimas de llanto.
Para reconciliarme con el optimismo estoy visualizando a los hijos de nuestros hijos celebrando la versión número cien del Festival Vallenato, cantando en coro los versos del Amor Amor y Rumores de Viejas Voces. López, Consuelo, Escalona, Alejo y Colacho, le dicen Adiós a los malos tiempos y con Ausencia Sentimental a todo volumen, invitan orgullosos al festival del siglo, el de los buenos tiempos. Es que Valledupar siempre sonríe, aunque le duela el corazón.
gustavocotesm@hotmail.com

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