Reconciliación significa recuperar la memoria, revisar el alcance de la justicia, dignificar a las víctimas del conflicto, darles una segunda oportunidad a los que se han equivocado al recurrir a las armas, darle confianza a las instituciones, recuperar la autoestima y aprender a relacionarnos sin violencia para llegar a un acuerdo de paz que nos permita reconstruir las secuelas perversas de una guerra demencial e inútil y para darnos un asomo a la esperanza.
Hoy, quienes han vivido el día a día del conflicto, están dispuestos a reconciliarse, conscientes de los retos enormes que van más allá de la simbología de los abrazos y el arrepentimiento, que envuelven el entorno de lo colectivo e implican transformaciones de fondo. Estamos en un momento histórico en donde las regiones colombianas, a pesar de las brechas enormes, están señalando el camino para enfrentar la desigualdad, la falta de oportunidades, de educación de calidad, de acceso a la tierra, la descentralización y la corrupción.
Estos son cambios que comprometen a todos los sectores para reconstruir la confianza y las relaciones sociales.
Los sesenta años de conflicto y de violencia diaria han incubado altos grados de intolerancia que nos sorprenden cuando le lanzan ácido en la cara a una mujer, asesinan a los jóvenes por utilizar una camiseta de un equipo de fútbol, por un celular o cuando le prenden fuego a un habitante de calle. ¡Tenemos que desactivar los odios y las venganzas para abrir los espacios de diálogo y entendimiento entre todos los sectores y regiones para trabajar orientados hacia el objetivo de la reconciliación, un sueño posible! Esta no es una idea nueva ni abstracta, pero tenemos que acabar la guerra profundizando la democracia.
Las nuevas generaciones tienen que abandonar sus cómodas posiciones con cero compromiso para entender que su gran capacidad física y mental son vitales en estos procesos que se dan a mediano y largo plazo donde es necesario asegurar la continuidad de este tipo de valientes iniciativas. Gran parte de esta responsabilidad debe ser compartida con el Estado, los medios de comunicación, todos los sectores económicos, culturales y sociales del país y la gran dinámica de la cooperación internacional. Se trata de una suma de esfuerzos y de “aprender a escuchar los silencios”.
¡La reconciliación hace la vida posible, pero es un camino largo y lleno de espinas al que le hace falta la benevolencia de los colombianos y le sobra la dureza de los jinetes de la guerra!¡La reconciliación, un sueño posible!
Por Gustavo Cotes Medina
Reconciliación significa recuperar la memoria, revisar el alcance de la justicia, dignificar a las víctimas del conflicto, darles una segunda oportunidad a los que se han equivocado al recurrir a las armas, darle confianza a las instituciones, recuperar la autoestima y aprender a relacionarnos sin violencia para llegar a un acuerdo de paz que nos permita reconstruir las secuelas perversas de una guerra demencial e inútil y para darnos un asomo a la esperanza.
Hoy, quienes han vivido el día a día del conflicto, están dispuestos a reconciliarse, conscientes de los retos enormes que van más allá de la simbología de los abrazos y el arrepentimiento, que envuelven el entorno de lo colectivo e implican transformaciones de fondo. Estamos en un momento histórico en donde las regiones colombianas, a pesar de las brechas enormes, están señalando el camino para enfrentar la desigualdad, la falta de oportunidades, de educación de calidad, de acceso a la tierra, la descentralización y la corrupción.
Estos son cambios que comprometen a todos los sectores para reconstruir la confianza y las relaciones sociales.
Los sesenta años de conflicto y de violencia diaria han incubado altos grados de intolerancia que nos sorprenden cuando le lanzan ácido en la cara a una mujer, asesinan a los jóvenes por utilizar una camiseta de un equipo de fútbol, por un celular o cuando le prenden fuego a un habitante de calle.
¡Tenemos que desactivar los odios y las venganzas para abrir los espacios de diálogo y entendimiento entre todos los sectores y regiones para trabajar orientados hacia el objetivo de la reconciliación, un sueño posible! Esta no es una idea nueva ni abstracta, pero tenemos que acabar la guerra profundizando la democracia.
Las nuevas generaciones tienen que abandonar sus cómodas posiciones con cero compromiso para entender que su gran capacidad física y mental son vitales en estos procesos que se dan a mediano y largo plazo donde es necesario asegurar la continuidad de este tipo de valientes iniciativas. Gran parte de esta responsabilidad debe ser compartida con el Estado, los medios de comunicación, todos los sectores económicos, culturales y sociales del país y la gran dinámica de la cooperación internacional.
Se trata de una suma de esfuerzos y de “aprender a escuchar los silencios”.
¡La reconciliación hace la vida posible, pero es un camino largo y lleno de espinas al que le hace falta la benevolencia de los colombianos y le sobra la dureza de los jinetes de la guerra!