Por Hernán Maestre Martínez
Retomando el hilo de la propuesta planteada, en el escrito pasado, continuamos diciendo que esta propuesta exige un cambio de mentalidad colectiva, tanto en quienes gobiernan como quienes ostentan la condición de ciudadanos.
Los primeros deben incorporar en su cultura su condición de servidores públicos, obligado por ello a aceptar los deseos colectivos, metodizándolos, haciéndolos viables para que resulten eficientes y eficaces, pero alejándose de toda imposición, asumiendo con respeto absoluto la voluntad ciudadana, cuyo papel no puede limitarse a la escogencia, cada cierto tiempo de quienes han de gobernar para, después de ser elegidos, actuar según su personal y autoritario criterio.
Por su parte los ciudadanos deben tomar conciencia de su deber como responsable del destino de su nación, borrando de su cultura la concepción delegataria del poder, para asumir su rol de protagonistas de la vida colectiva.
Rechazando la posición mendicante para tomar conciencia de sus obligaciones, que no pueden limitarse a delegar en otros los destinos de la colectividad, sino que deben cumplir el papel de empoderamiento ciudadano que les incumbe.
De ahí que Jorge Eliecer Gaitán, al plantear que el pueblo debe ser quien “ordena y ejerce un mandato directo sobre y en control de quienes han de representarlo”, complementaba la idea diciendo: “Todo esto exige trabajar honda y apasionadamente en el cambio de una cultura que despierte en el pueblo voluntad para regir directamente sus destinos y exige un profundo cambio constitucional”…(Gaitán, 1940).
En la verdadera democracia el cambio lo impulsan los pueblos y de ahí la importancia de la cultura, por su papel esencial en el análisis del comportamiento humano. La cultura considerada como columna vertebral de la participación ciudadana con capacidad de decisión.
A pesar de que nuestro destino está anclado en la cultura de lo colectivo, por lo general sólo participamos en lo que nos interesa individualmente, en lo que entendemos y en la medida de nuestras capacidades; a veces por reacción, otras de manera oportunista y pocas veces con una visión de lo colectivo.
Digamos entonces que el reto del cambio de cultura debe ser impulsar acciones colectivas a fin de eliminar la mentalidad “pedigüeña” que genera protestas y no creatividad que aporte al proceso gubernativo.
Se debe fomentar la cultura participativa frente a la cultura delegataria que adormila a los ciudadanos, dejando en pocas manos la toma de decisiones que nos atañen a todos.
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