Con anterioridad a la segunda mitad del siglo XVII, la filosofía de la naturaleza que predominaba fuera de la iglesia era el hermetismo. En la filosofía hermética el mundo era entendido de modo orgánico de manera semejante a un organismo viviente. La distinción moderna entre objetos animados e inanimados no se aplicaba; las rocas, los metales y los elementos no eran vistos como pasivos, si no como animados por un principio interno. Así por ejemplo los metales crecían en la Tierra de acuerdo con su propio principio, el lugar de en función del influjo de una fuerza externa. La concepción originaria se atribuye a menudo a Platón quien en le siglo IV antes de Cristo, escribió: “Por tanto podemos afirmar que este mundo es en realidad un ser vivo dotado de alma e inteligencia (…) una sola entidad viviente visible que contiene a todas las otras entidades vivientes, que por su naturaleza se hallan todas relacionadas”.
Separar lo espiritual de lo físico, constituyó el primer objetivo de la nueva filosofía mecánica del siglo XVII. En especial durante la segunda mitad de ese siglo, los filósofos naturales se sintieron atraídos hacia la nueva cosmovisión estrechamente asociada con Rene Descarte.
Este filosofo veía el mundo como integrado nada más que por materia en movimiento con la materia en si misma definida tan solo por el espacio que ocupa, descartando cualquier esencia o forma interna. Al pensar la máquina como metáfora del cosmos, le negó cualquier fuerza vital o motivación interna.
En la filosofía mecánica la disección progresiva del mundo material solo va revelando partículas más finas, una concepción atomística de la cual el espíritu estaba desterrado. En esta concepción la Tierra resultaba muerta. Hoy por hoy damos por sentado que la Tierra esta muerta y, sin embargo, como ha señalado Mircea Eliade, la experiencia de una naturaleza radicalmente desacralizada, es un descubrimiento reciente.
El movimiento romántico de las primera décadas del siglo XIX constituyó una reacción contra la ciencia mecánica y la practica industrial que negaba cualquier esencia interna o fuerza vivificante de materia.
El filosofo Francis Bacon provocó una conmoción al comparar la experimentación científica con la tortura, en la cual la naturaleza es colocada en el potro de tormento por el inquisidor científico y forzado a revelar sus secretos. Para el poeta William Wordsworth, la nueva ciencia significaba la muerte del mundo que el amaba. En todo caso, decía Eliade que “No hay hombre moderno cualquiera que sea el grado de su religiosidad que sea insensible a los encantos de la naturaleza.
*Especialista en Gestión Ambiental