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“La mentira es la forma más simple de autodefensa”

Según el prestigioso diccionario de Oxford, la “posverdad” fue la palabra del año en 2016. Ha sido utilizada para tratar de explicar el instinto y la sensación anti-establishment que catapultó a Donald Trump a la presidencia de EE.UU, incluso fue determinante para la victoria del Brexit.

Oxford define la “posverdad” como el fenómeno que se produce cuando “los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales”. En entrevista concedida a la BBC, el filósofo, humanista y pensador británico A.C., Grayling, quien hizo campaña por la permanencia del Reino Unido en la UE, mira con horror la posibilidad de un mundo dominado por la posverdad. Y hace una advertencia sobre la “corrupción de la integridad intelectual” y el daño “del tejido completo de la democracia”.

El origen del término según Grayling, se rememora después de 2008. Tras la crisis financiera, la política ha sido definida por un “tóxico” crecimiento de la desigualdad de ingresos. Sin embargo, otros investigadores se lo atribuyen al dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich, que empleó el término en inglés, “post-truth” en 1992, en un artículo publicado en la revista The Nation.

En Colombia con motivo del plebiscito del 2 de octubre, el eco de los mecanismos basados en el condimento estratégico que conjugan elementos de posverdad, fueron usados para el arraigo de creencias y convicciones, basadas en la emoción, que no logran ser refutadas por la evidencia y los hechos objetivos. El castrochavismo fue utilizado como pócima elaborada con esmero y poderes mágicos que logró convertirse en una verdad carente de fundamento. Mediante la puesta en marcha de la estrategia y con base en el poder viral de las redes sociales, el entonces gerente de la Campaña por el No en el plebiscito, Juan Carlos Vélez, logró el objetivo: “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”.

Los efectos del Plebiscito de 2016 permanecen vigentes en la campaña presidencial que nos convoca. En efecto, es perceptible el uso ladino de la posverdad, como argumento que procura mantener en la opinión pública ánimos de exacerbación, provocación y polarización. Este preocupante panorama, en términos de Alvin Toffler, nos advierte que “los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no saben leer y escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender”, en la práctica parece un propósito sencillo, sin embargo, en nuestro país es bien difícil materializarlo, sobre todo, por los problemas en materia de educación, los bajos niveles de lectura, la manipulación de la información y por la incapacidad de discernir con pensamiento crítico.

Los hechos recientes que involucran al expresidente Álvaro Uribe Vélez y al Senador Iván Cepeda, ponen de presente un nuevo capítulo formado con supuestos hechos ciertos que al parecer son inciertos, en el que ha habido un entramado de falsos testigos, diseño de comunicados anónimos y desenlaces que procuran minimizarse en infamias y defendidas con la argucia de la persecución política. El mismo juego de palabras fue evidente con las madres de Soacha, los falsos positivos, la masacre del Aro, las chuzadas del DAS y hasta el uso de Hackers.

Estos casos puntuales tienen otros que en condiciones normales terminarían con resultados contundentes del poder judicial, porque como anotó la columnista Gloria H., del diario el país de Cali: “al expresidente Uribe se le acusa de tantas cosas al mismo tiempo que no todas pueden ser ciertas, pero tampoco pueden ser falsas”.

La estrategia engañosa se mantiene en el actual proceso electoral, produciendo consecuencias nocivas en nuestra sociedad, que sigue desconociendo la verdad y subyugada por la mentira.

@LuchoDiaz12

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