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La libertad humana es un bien relativo (II)

Por: Rodrigo López Barros.

En mi columna anterior propuse la libertad humana como un bien, aunque parcial. En esta, queriendo insistir en el tema, le doy una vuelta a la misma idea, para decir que, la libertad es un bien no gozado por la mayoría de la humanidad. ¿Y por qué? Porque ella es sólo para  la minoría, ya que  únicamente  sirve es a  quienes cuentan con una voluntad de poder ante los demás, sus precarios. Es verdad que esto estaba contenido en mi  precedente escrito, pero quizá no con la misma contundencia con que lo hago aquí. Consiguientemente, en un movimiento dialéctico, la libertad es afirmación y negación, al mismo tiempo, lo que unifica su entero ser.

Ello acontece no excepcionalmente, sino siempre. Recurro a la experiencia no superficial, sino existencial, de cada uno de mis lectores que hayan vivido  situaciones de minusvalía en alguna circunstancia del ancho espacio de todas las relaciones sociales,  familiares, laborales, económicas, en los diferentes sectores ideológicos, en las del ciudadano con el Estado, en las interestatales; en todas ellas, el ejercicio de la voluntad de poder sobre el otro, anula consiguientemente, la libertad de este.

¿Qué es lo que en realidad ocurre? Que una supuesta verdad, de cualquier tipo que sea, una teoría, una piscicultura tradicional, una posición dominante, una voluntad estatal, se impone sobre otra “menos” verdad. Esto es así, aún en las democracias políticas, donde las mayorías se imponen ante las minorías. Yo no tomo partido al respecto, lo que estoy sosteniendo es que así funciona la relativa libertad humana, y que eso es bueno para unos pocos y es malo para las mayorías universales. Y a quien deberíamos responsabilizar de ese sistema que en principio podríamos tildar de injusto. Yo no lo sé. Lo que sí sé es que es así. ¿Pero quién podría sacarnos de este atolladero? Doctores tiene la Santa Madre Iglesia. 

También sé que, en un tribunal de decisión al respecto, todas las instituciones constituidas, públicas y privadas, quienes son las ganadoras en este sistema, tendrían que declararse impedidas para pronunciarse, puesto que no pueden ser juez y parte al mismo tiempo. 

Sin embargo, quizás yo pudiera esbozar una sugerencia de respuesta, así sea para mi personal consolación. Abandonar los razonamientos ideológicos, que sin duda se han hecho por partes interesadas, en defensa de las fuentes de voluntad de poder, y adoptar otro u otros, de carácter científico y a la vez práctico, que lleve el bien de la libertad a toda la humanidad, independientemente de consideraciones políticas partidarias, las que  se sustituirían por prescripciones políticas científicas: que convengan a todos los hombres. 

Porque hay necesidad existencial de la libertad universal, para preservar el ser de la vida, con dignidad. Para poder vivir, ahí sí, “el mejor de los mundos”, que llegó a declarar el filósofo alemán Laibnez, como si esa afirmación 

fuese una verdad en su tiempo, lo que no era así, ni ahora tampoco y, en cambio, dando lugar a una mofa posterior del francés Voltaire, en su novela ‘Cándido’. 

¿Cuál será la vía para conquistar la libertad para todos los hombres y con ella el bienestar para todos? La más acertada históricamente ha sido la política y en ella el sistema democrático, que  tan poco ha sido óptimo. ¿Ahora bien, podríamos pensar en un sistema democrático que no fuera de facciones políticas partidarias? Esto es lo que a mi parecer se debería explorar por parte de pensadores en términos científicos. Averiguar más profundamente la naturaleza individual y social acerca de las fortalezas éticas del ser humano, y sus respuestas, y a través de estas se pudiera reformular una estructura social y jurídica de convivencia liberal y bienestar espiritual y material  universal. Digo, así sea quijotescamente, acometer esa empresa a ver cómo podríamos salvar a la humanidad del coto de caza politiquero factual en que inmediatamente después de la conformación social la han convertido sus gobernantes  absolutistas o demócratas de turno, y viceversa. Y siempre así, repitiéndose sin cesar ese paradigma perverso. Pura bla-bla-bla dañina, cuando no guerras genocidas, maldades hoy día amplificadas por la televisión engañosa, en todos los sentidos. Y todo eso, afeando la vida bella. ¿Cómo no decir ahora que vivimos en el peor de los mundos? 

Desde Pueblo Bello, rodrigolopezbarros@hotmail.com

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