No hace mucho tiempo, conocí que hijo, sobrino y nieta un domingo se presentaron a un ancianato a visitar a su padre, tío y abuelo; por cierto bien vestidos, con regalos y uno en especial con un rotulo de un restaurante estrato 6, que por el olor tan agradable que percibí, era una comida exclusiva para el octogenario.
La trabajadora social de la institución, que se apresuró a recibirlos, reconoció al instante que eran nuevos visitantes, no los había visto nunca allí; llegó a decirme conozco a mis viejitos y también a sus familiares. Se les presentó con una sonrisa de oreja a oreja, preguntándoles ¿A quién vienen a visitar? El hijo titubeo un poco, a mi padre, el señor “XY”; la trabajadora social palideció, recordaba bastante bien ese nombre y lo tenía en su mente como su viejito preferido. Con lágrimas en sus ojos, tomando aire, expresó: lamento decirles que el señor “XY” falleció hace dos años. Los visitantes quedaron estupefactos, callados; solo la joven (nieta) en tono alterado, reclamando y sollozando exclamo: te dije papá que viniéramos a visitar a mi abuelo, ahora mira el resultado; era mi deseo, pero me decías que tenías que ir a la finca a descansar o sacabas otro pretexto para no venir; el padre la miro compungido, nada contestó.
Dialogando con la trabajadora social, me dijo: es solo un caso de muchos que se presentan no solo aquí sino en muchos ancianatos del país, los dejan abandonados, sus familiares no aparecen y cuando son solicitados lo hacen a regañadientes, expresando que están pagando la permanencia de su familiar.
La trabajadora social con ternura, se refería a su viejito preferido, el cual decía que quería con toda el alma a esos familiares, lo repetía con insistencia a todos allí. ¿Pero qué? Ellos le dieron la espalda en momentos cruciales, prácticamente lo botaron allí. Recordó la trabajadora social, llorando, el último domingo de visitas antes de morir, a pesar de encontrarse bastante enfermo, se sentó en esa silla, dirigiendo su mirada siempre a la puerta de ingreso, deseando ver llegar a algún familiar que lo alentara, pero no fue así, ni uno llegó; el martes siguiente murió.
Nos puso a pensar esta situación que Colombia requería una ley que acabara con tanto abuso que se le da a los adultos mayores, especialmente de sus descendientes, de la sociedad que los mira con desprecio, sin darle importancia a esa generación que dio sus mejores propósitos para sus hijos.
No hablemos más, ya se encuentra en el panorama jurídico la Ley 1850 del 2017, autoría del partido Mira, norma que aparece en el momento y en el escenario indicado. Con esta ley se busca frenar tanta violencia contra los adultos mayores.
Ordena la Ley 1850, crear centros de protección, que deberán acogerlos cuando sean violentados intrafamiliarmente; castiga con penas de 4 a 8 años de prisión y sanciona con multas de 1 a 5 S.M.L.V. al delincuente agresor.
Enfatizando, los adultos mayores, sean nuestros familiares o no, merecen el máximo respeto, trato digno, justo y cordial; entendiéndolos y satisfaciendo sus gustos como hicieron con nosotros. La reflexión aquí es valorar y tratar dignamente a los adultos mayores.
Desde esta columna exhortamos a las autoridades judiciales, para que con firmeza y rigurosidad apliquen la Ley 1850 para defender y proteger a tiempo a nuestros adultos mayores.
Por Jairo Franco Salas
jairofrancos@hotmail.com