Parafraseando a García Márquez, hay que vivir para contarla, nada más cierto. Si no hubiese sido por las circunstancias que el destino nos determina, no me atrevería a escribir una palabra sobre los hermanos Zuleta, no tendría ningún compromiso con la historia de los historiadores, del oficio musical, en su más fina expresión.
A comienzos de la mitad del siglo XX, en la casa solariega de la familia Zuleta Díaz en Villanueva – Guajira, compartimos vecindad, necesidades, ambiciones artísticas, la niñez en el entorno barriotero de San Luis, las enseñanzas musicales del fragor parrandero de Emiliano Zuleta Baquero, más tarde con Emiliano Alcides el compadrazgo espiritual, con Tomás Alfonso, casi el nacimiento; sólo diez días marcan la diferencia de edad de Poncho con quien esto escribe, vine al mundo el 8 de septiembre de 1948 y él llegó el 18 del mismo mes y año, con la misma partera en una distancia de 80 metros, motivo por el cual no entiendo porque algunos periodistas en sus escritos y emisiones, suelen quitarle 365 días de su existencia; claro, duda, que al cantante le encanta, porque cuando la expresan en su presencia, aflora su sonrisa bandida y guiña el ojo izquierdo, además, en los últimos tiempos conllevamos los encuentros del recuerdo con María, Fabio y Carmen Emilia.
Del entorno florido, faunístico, y bucólico del Cerro Pintao de Villanueva, Urumita y La Jagua del Pilar; se derivaría el léxico inicial de ese corredor sonoro, que con el tiempo sería reflejado en obras antológicas del lenguaje vallenato; florecería el mismo idioma en todos los serranos villanueveros de la época, aprehendido por circunstancias y actividades similares; nos entendíamos hablando de: chupaflor, mirla, tigrillo, águila, helecho, sierra, despulpadora, guazalé, gavilán, pionío, guama, aguacate, enjalma, “chenga”, armadillo, candelero, los tres reyes, las tres marías, cafetal, troja, gallinero, manantial, cotorra, neblina, montaña, bastimento, cueva, nido, cóndor, cauquero, trapiche, mula, cabañuelas, cosecha, rula, barbacoa, guarda, canasto, guacamaya, duendes, “ardita”, “aburrío”, caracolí, dominico, fogón, malanga, chirrinchero, espanto, cacería, pascuas, monitos, sendero, “jolón”, paloma jaulera, monte, chapucero y un sinnúmero de palabras que encontraron melodía, métrica, mensaje e interlocutores, dispuestos a defender con alma, vida y corazón estas expresiones musicalizadas.
Los sábados, días de llegada de los Zuleta cuando bajaban de la sierra, era un acontecimiento. Traían unas delicias comestibles aún con el frío de la cordillera impregnado, eran unos bocadillos naturales, venían en un recipiente original, cuyo nombre era ‘Coco’, que eran hechos con las mismas capas que iban saliendo a medida que la mata iba creciendo, amarrados con cabuyas del mismo arbusto, y, el singular nombre era, ‘Coco de guineos’.
La “pelaera” hacíamos fila para recibir el blando fruto y escuchar las palabrotas del líder arriero a los animales inquietos por los aperos sudados del largo viaje, el mismo desespero era de Poncho para ponerse los zapatos para ir a jugar fútbol en la cancha aledaña al IFA, los cuales eran los mismos para ir a clases, al cine de Rueda y para la fiesta de Santo Tomás, precisamente el día de su cumpleaños.
En alguna ocasión de la misma fecha, cuando tenía más o menos 12 añitos, se le ocurrió festejarlos, nunca se había emborrachado, pero el gran día había llegado aprovechando que sus padres estaban en la finca La Puertecita y lo habían dejado bajo el cuidado severo de María, hermana mayor que él, no obstante quiso aprovechar la ocasión, porque pensó que la oportunidad perdida jamás se recupera; se le ocurrió buscar a William Ramírez Bula, primo hermano; Juan Patica, el hijo de Eudosia, una de las parteras del pueblo y al Mono Baleta, el Juan sin miedo de la época; lo acompañaron donde Zulinda Cárdenas, la acreditada mujer que vendía el chirrinchi más codiciado por las barras de borrachines que encabezaba el poeta Chuito Espejero, el autor de aquel famoso saludo: “La demora me perjudica”, que hiciese famoso Diomedes Díaz; Poncho con sus amigotes compraron una garrafa, se fueron para el rio de Villanueva para saber a qué sabía una juma, sin embargo, la hermana preocupada por el retardo, imaginó que podía estar bañándose en las refrescantes aguas del Trampolín, pozo otrora famoso, haciendo algún sancochito con la muchachera, cantándoles lo último de su papá, pero se irritaba el pensar que podía llegar con los ojos colorados y a quien también por el sol y el agua de todo el día le podía dar fiebre; efectivamente llegó como a las seis de la tarde con los ojos enrojecidos, tambaleaba al caminar, María creyó que se había enfermado, pero un tufo que no era de gaseosa la alarmó y le dijo: “ve y tú qué tenei, estai es borracho, bueno y tú no respetai”; Poncho hizo un ademán con las manos, y dijo: “a mí no me grite que yo soy un hombre, nojoda”.
La autoridad se hizo respetar y le dio una golpiza a escobazos, el hombre no se levantó del piso y ahí durmió la rasca; la hermana adolorida y con remordimiento, al día siguiente le hizo una limonada y un suculento desayuno; sin embargo, fue a buscar a Juan Patica para que contara lo que había sucedido y este le respondió que él no sabía que Poncho cantara tan bien y que verseara mejor, “todo el día se la pasó echándonos versos, pero bonitos”.
Esa fue la primera parranda, la primera pea que el hombre cantó y verseó a personas diferentes a sus hermanos y papá; después haría carrera en Tunja, el post-grado en Bogotá y ejercería en todas las ciudades y caseríos de Colombia.
En su silvestre mundo este par de hermanos, tuvo una crianza sana, alimentándose como príncipes. Solamente tenían que bajar a Villanueva y vender los productos que cultivaban para comprar los víveres y regresar al edén de nutritivas verduras, sustanciosas legumbres, coloridas y vitaminadas frutas, exquisitas y variadas carnes de monte. Este entorno nutricio les permitiría, años más tarde la fortaleza y la vitalidad en el universo de la parranda.
Un evento dramático afectaría la tranquilidad emocional de la familia, Carmen Díaz, esposa de Emiliano, no soportó más las pantagruélicas y renombradas parrandas del acordeonero más reconocido y apetecido de la provincia; después de una fuerte discusión con su consorte, en presencia de la vieja Sara y Luis Enrique Martínez, que estaban de visita, tomó la histórica determinación de venirse para Valledupar a trabajar donde fuese; mientras en Villanueva otro trágico suceso alarmaba a todos, Emiliano había decidido envenenarse y lo hizo en el potrero del Mono Dangond.
Ni así Carmen regresó, no quería que se repitiera la historia en Emilianito, de músicos que tocaban por ron y comida; tanto así que en Villanueva ella echaba llave al baúl para que el muchacho no sacara el instrumento, pero este no resistía el llamado de la sangre, sustraía la llave, lo sacaba a escondidas, se iba para la orilla del río donde no lo oyera o para donde Francisca Quintero, una vecina contigua que lo encerraba con Juan de la Cruz, su hijo, en un cuarto, para que lo acompañara a ensayar.
El veneno no fue mortal, al revisarlo el médico diagnosticó que lo único que transpiraba por los poros era música , dictamen que a Carmen no le hacía ninguna gracia, al contrario la fastidiaba y lo fustigaba, dejando entrever que era un perezoso, que se la pasaba era sacándole cantos a todo lo que veía, a lo que se le atravesaba o soñaba; sí llovía, si se enfermaba, al canto del aburrío, a los malos años, a la misma pendejá, a los indios, si deliraba, a una gota fría, a un milagro, a una pesca, a una pimientica, a un zorro, al piojo de una mujer en la corota y hasta a mí, ese hombre no trabajaba, si no era cantá, cantá y cantá. Como una coronela, determinó que la familia apodara a Emilianito, “Baronche”, tanto detestaba las parrandas, que no permitía que su hijo se pareciera al papá ni en lo músico ni en el nombre, estrategia para ni siquiera mencionarlo, cuando estaban de pelea; sin embargo, cuando el muchacho aprendió bien, que organizó un conjunto para tocar colitas y ganar dinero, cambió de actitud, se convirtió en su representante y cobraba los bailes por adelantado; fue la época de nuestra competencia en estos ejercicios musicales, aprendimos a cobrar y valoramos nuestro trabajo, pusimos las primeras piedras como compositores jóvenes de Villanueva; es el tiempo cuando Emilianito se da cuenta que no es tan serrano como Poncho y Fabio, entonces, decide venirse a Valledupar a trabajar y estudiar en el colegio Loperena, lo cual sería ejemplo para su hermano menor, quien le siguió los pasos para desarrollarse académicamente y ejercer el mismo liderazgo que aprendió en la sierra con su viejo, quien en un acto de simulada confianza y reconocimiento, le entregó la toma de decisiones y las riendas de las fincas, con inventario de animales, trabajadores, cosechas y la deuda de la Caja Agraria, creyendo que no se levantaría de “La Enfermedad de Emiliano”, que luego convirtió Escalona en un sentido paseo, para su amigo.
La dicotomía conceptual de los padres, por el poco reconocimiento del arte musical en sus inicios, fue notoria; mientras la una, protegía a su consentido, su pechiche bonito, su compañerito de tienda, su primogénito; el otro se inclinaba por Poncho y Fabio, quienes eran los de estirpe serrana, a ellos correspondía acompañar al papá, quien los obligaba a versear entre sí; en esos aprendizajes empíricos, comenta el hoy reconocido humorista, fue cuando oyó el término conflicto, el cual Poncho, quien se la pasaba cantando y verseando a toda hora, utilizaba con frecuencia, para que rimara con Los hijos de Emilianito; en alguna ocasión que estaban en La Montaña, a la orilla de un humeante fogón, el viejo Mile les dijo; verseen, el mayor fue primero con un verso preciso, que enmudeció al contendor, el viejo increpó a Fabio, que cantara, que no podía ser inferior, la salida de este fue decirle, que el humo que tenía en los ojos, no lo dejaba pensar.
Lo que iba a ocurrir años después, era irremediable. En el árbol genealógico de ambos progenitores, existían ancestros musicales categóricos: Tomás Jacinto Daza Pichón y Rudecindo Daza Vega, acordeoneros, eran de Carmen Díaz, padre y tío respectivamente. De parte de Zuleta Baquero, ahí sí que había de todo: músicos de orquestas, narradores, poetas, repentistas y pare de contar, este enmarañado gen estaba incrustado en cada uno de los descendientes en algún sentido, esto lograría convertirse en la fortaleza dinástica más sólida del folclor provinciano, con individualidades de perfiles prominentes en cada expresión artística.
A EMILIANITO LO ENTERRARON Y A PONCHO CASI
En el año 1945 el matrimonio Zuleta Díaz se fue a vivir al Plan, caserío donde vivió la mamá de Emiliano, de Toño Salas y María, era época de brujas y espantos, pero de confianza ciudadana. A los días de estar instalados se suscitaron situaciones extrañas; en alguna ocasión Carmen, aprovechando la cercanía con el arroyo, fue a lavar los “culeros”, o sea los trapos que hacían las veces de pañales, dejó a Emilianito, bañado y dormidito en una hamaca con las puertas abiertas en el cuartico de barro, además como antes era tan sana la convivencia, no tenían por qué tener preocupación alguna; al regresar a su morada encantada no encuentra a su muchachito, lo cual por supuesto la enloqueció, la algarabía que se produjo fue caótica, cómo era posible que en un caserío tan pequeño nadie hubiera percibido la presencia de una bruja, que podía ser alguna mujer de Emiliano, para destruir de una vez por todas el comienzo del amor de los amores con el cantor de los cantores, no era posible.
Después de haber rastreado con hacha, pico y machete todos los mogotes, nadie pero nadie daba pistas del angelito desaparecido, hasta cuando una brigada de salvavidas que pasaba raudo por el cementerio, escuchó el llanto conmovedor y lejano de un niño, se fueron acercando con temor hasta lograr la confianza adquirida ante una circunstancia esotérica; controlada la situación lo encontraron enterrado en una bóveda, cubierta de flores y una cruz de rama seca; la confusión se fue calmando, pero ahora la preocupación era investigar quién lo había enterrado vivo, alguien para calmar la tensa realidad, se decidió comentar que había visto, pero que no paró bolas, a Ana Nohemí la loquita del pueblo que oronda llevaba un envoltorio en sus brazos, más o menos a la hora del escándalo.
En un ambiente más agradable, pero de mucho temor, sobretodo de respeto a nuestros padres y mayores, se pueden presentar situaciones ingenuas que pueden tener consecuencias lamentables, la misma protección si no está bien dirigida hacia los niños conlleva a que se actúe incorrectamente. Una vez viviendo aún en Villanueva, donde la tienda de Carmen era la despensa de los moradores del barrio San Luis, atendida por ella y sólo por ella, le dice Carmen Emilia (Milla) a Fabio (Tite) y a Poncho (Manito), cómo haremos para comernos aquellos mangos maduros que están en el copito, escondíos de mi mamá; estaba terminantemente prohibido engarabitarse al jugoso árbol, con esa prevención se evitaba una caída y no se fuera a contramatar alguno de los pelaos; Poncho que era el mayor, organiza un plan y en reunión secreta determina posiciones estratégicas: como a las 11 de la mañana que es la hora cuando la gente llega a la tienda a hacer las compras para el almuerzo, ordena, y le dice a Milla: “tú te pones de vigía en la puerta del patio y estás pendiente del mínimo movimiento de mi mamá, cualquier cosa me alertas; y tu Fabio te ubicas debajo del palo para que apares los que te vaya tirando y los vas guardando detrás de la cocina, porque ‘va a hacer mucha cogía que nos vamos a pegá’. Organizada la táctica cada quien se concentra en su misión, esperando el feliz término; en eso Carmen Emilia oye el chancleteo de su mamá en la sala y corre para el palo y le grita a Poncho, manito tírate que ahí viene mi mamá, impulsivamente éste obedece la orden y se lanza desde la cima y ese cuerpo quebrando ramas y desprendiendo hojas, cae inmisericordemente al pedregoso suelo, logrando solamente partirse los dos brazos y por fortuna no tener la mala suerte y el susto que hizo dar Emilianito en el Plan.
LA INDIVIDUALIDAD
El valor de la individualidad es positivo en el ser humano, sobre todo en los procesos creativos, quizás la mejor muestra, suficiente razón para cultivarla, siempre y cuando conmueva efectivamente a quienes la disfrutan. En el caso que nos ocupa el tiempo se encargó de que cada quien demostrara sus virtudes: Emilianito, con una técnica exclusiva, exquisita musicalidad y arreglos espontáneos, motivó a su hermano, para que desplegara su torrente de voz, jugara con la música popular del continente, se convirtiera en el trovador aplaudido y distribuyera su esencia a las multitudes que le ovacionan a lo largo y ancho del país.
La discografía de los Zuleta comenzó a nutrirse con el verso de un rosario de compositores tradicionales, cuya variedad temática amplió el discurso del cantor y posicionó el estilo del digitador. A medida que fueron creciendo, cada uno se fue expresando, con lo cual no tardaría en descubrirse el sentimiento, y posición de cada uno en el pentagrama vallenato; lúcidas inspiraciones fueron acogidas con entusiasmo y cariño por sus seguidores.
MI HERMANO Y YO/MUERO CON MI ARTE
Estas enaltecidas obras musicales marcan la diferencia conceptual en su posición artística y por supuesto en la personalidad de ambos. A través del anecdotario Zuletista se nos permite encontrar las respuestas: una vez conversando con Tomás Alfonso, por curiosidad o por necedad le pregunte: “Oye, Poncho, ¿Cuantas mujeres has tenido?“.
Me respondió con socarronería: “Beto sacá la cuenta de las capitales, de los municipios, corregimientos y caseríos que existen en la Costa y eso te da el resultado”.
La respuesta refleja su carácter libérrimo y lo reafirma cuando canta:
El ochenta por ciento de mi vida, yo se lo he dedicado a este folclor
Si con la que me case no le gusta, prefiero vivir siempre solterito
Porque siendo tan noble necesito, de las cosas de más satisfacción
Y es que yo siento gran emoción, cuando compongo un paseo bonito.
A Emilianito, no le gusta tomar trago con más de siete personas, considera que es una caseta. Algunos dicen que los años de faena lo han moldeado como un hombre huraño, manifiesta casi no estar de acuerdo con su profesión de músico, muchas veces, el sacrificio requerido le ha ocasionado desánimo, sin embargo el alma parrandera de su hermano lo hace sentir feliz y hasta olvidar el dolor.
Quizás cuantas noches he visto salir, La luna radiante por la madrugá
Quizás cuantas noches sin poder dormir, A veces con ganas de irme acostar
Se sufre, se goza y se vive feliz, Hay ratos solemnes y otros de agonía
Y muchas veces triste, Y así la gente dice, que todo es alegría.
El recorrido de los Hermanos Zuleta, aún con los contratiempos encontrados, nos han permitido escudriñar a una familia con más virtudes que defectos, mencionar sus lauros sería una tarea específica, porque en estas páginas no hay espacios para tantos, sus fallas como seres humanos son del resorte de sus individualidades, lo significativo es que el pueblo colombiano los adora, han sido los mejores relacionistas públicos del folclor, son queridos por sus amigos y colegas; aún con tantos años en la brega musical comentan que están intactos, desplegando fortaleza y haciendo sentir su raza.
Los reconocimientos artísticos no han alterado su condición pueblerina, siguen siendo el reflejo fiel de aquel hombre de hacha y machete que se atrevió a descombrar la serranía del Perijá, sin vislumbrar siquiera lo que el destino le tenía reservado, de ser reconocido por un grupo de rutilantes estrellas que creyeron en su obra musical y por ello la Gota Fría lo convirtió en un compositor universal por excelencia; que sigan los homenajes a los protagonistas que tuvo en cuenta la Unesco para declarar el Vallenato Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad.
POR: ALBERTO ‘BETO’ MURGAS/ EL PILÓN