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La historia de la Iglesia I

La historia de los inicios del Cristianismo es fascinante: el hijo de un carpintero sale “de la noche a la mañana” con que es el enviado del Cielo para salvar al mundo, deja a su madre y se consigue unos amigos con los que se va a recorrer el país; su discurso es atractivo porque encaja perfectamente en las más profundas esperanzas de los oyentes y su fama se dispara cuando, al convertir el agua en vino, propicia que la fiesta de una boda se prolongue por un buen tiempo. Gana seguidores y también enemigos, muchos lo admiran y muchos lo detestan. Discute con los poderosos y desafía a las autoridades religiosas y civiles y, entonces, lo clavan en una cruz. En lo que se considera el más grande de sus milagros, el hijo de María resucita de entre los muertos y con sus apariciones restaura la fe y la esperanza de sus seguidores. Sube al cielo, envía el Espíritu Santo y promete volver. Aquí comienza un largo camino, una historia marcada por la Gracia divina pero también por la miseria humana, siglos plagados de grandes y pequeños escándalos (algunos más conocidos que otros), pero también de heroicas acciones y actitudes dignas de verdaderos hijos del cielo. Es la historia de los seguidores del crucificado.

No hay consenso sobre las etapas que deben identificarse en esta historia pero una posible división podría ser la siguiente:

1. Antigüedad cristiana: después de Pentecostés, los apóstoles predican la muerte y resurrección de Jesús, el cristianismo se extiende por lo que es actualmente Italia, Grecia, España, Francia, el norte de África y Asia. La nueva forma de vida llama la atención de muchos que, admirados, comentan: “Mirad cómo se aman y cómo están dispuestos a morir los unos por los otros”. Roma era “la capital del mundo” y, por alguna razón no muy clara, el imperio consideró a los cristianos como un peligro para su seguridad, por lo que les aplicó la pena capital. Son renombradas las persecuciones de Nerón, Decio y Diocleciano y la multitud de personas que murieron por su fe (mártires). De esta época es el famoso edicto de Milán, que permitía la libertad de culto, así como la posterior declaración del Cristianismo como religión oficial del imperio. Pronto surgieron las herejías (desviaciones de la doctrina): Arrio, Nestorio y Pelagio, así como las diversas herejías trinitarias y judaizantes, forman parte de este grupo. Surgieron entonces los “Padres de la Iglesia” quienes, en su intención de defender la pureza de la fe, desarrollaron con sus escritos la doctrina. Los nombres de Atanasio, Gregorio Nazianceno, Basilio, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio Magno son particularmente importantes.

2. El Medioevo: el Cristianismo se expande por Europa, los pueblos germánicos (Frisios, Sajones, Bávaros, Alemanes, Turingios, Eslavos y Normandos) se convierten. Por razones doctrinales, pero también políticas y de poder, se gesta y realiza el llamado “Cisma de Oriente”. Sínodos fueron y vinieron junto con excomuniones de toda clase, acusaciones falsas y verdaderas se hicieron unos y otros y finalmente oriente (Balcanes, Asia y Rusia) se separó de Roma. Esta es la época llamada “Siglo de hierro”, “Edad Oscurantista”, etc. Alianzas político-religiosas a la orden del día, el feudalismo, la esclavitud, las intrigas y conspiraciones en palacios reales, episcopales y papales, sucesiones abruptas en la sede de Pedro, familias pudientes manejando los hilos de la religión… San Francisco y su orden, así como muchos otros, encarnan el deseo de volver a los orígenes del Cristianismo (el Evangelio) y testifican, además, que aún en medio de las vicisitudes de la miserable historia humana, la luz de Dios sigue mostrándonos el camino. Nace la escolástica: sistema peculiar de exponer la fe haciendo uso de métodos y conceptos aristotélicos. De aquí surgirían las universidades. La filosofía es propuesta como “esclava” de la fe. Los nombres de Alberto Magno, Buenaventura, Alejandro de Hales, Duns Scoto y Tomás de Aquino son algunos de los más notables.

Continuaremos después. Lo importante es que, por pertenecer a la Iglesia, por querer atacarla con argumentos o por simple cultura general, usted se anime a conocer más a fondo la historia. Adiós.

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