No existe fuerza más poderosa que el lenguaje para aglutinar o disociar a una familia o a una nación. Uno nunca olvida lo que, cuando niño, escuchaba en su hogar y en su terruño; era como una colada vaciada en el molde de nuestra personalidad: dichos, anatemas y expresiones se reparten de generación en generación.
Todo esto influye para bien o para mal y al crecer será difícil superar el efecto de esas enseñanzas. De adultos seguimos escuchando frases influyentes de quienes nos rodean, nos gobiernan o en el trabajo, pero el tamaño del impacto dependerá de nuestra formación básica y de nuestra cultura; la capacidad que tengamos para el análisis crítico nos ayudará para creer o no en lo que nos dicen.
En el mundo de la política se manejan muchas expresiones falsas que, repetidas por los medios, se vuelven verdades creíbles que muchos asimilan y defienden a capa y espada hasta convencer a la mayoría de que están en lo cierto.
Cuando comenzó a practicarse la estrategia conocida como “seguridad democrática”, casi todo el mundo en Colombia y parte del mundo, creía que íbamos por buen camino, los aparentes triunfos militares así lo indicaban, el lenguaje empleado ayudaba mucho. Las miles de muertes, aparentemente en combates con nuestras “gloriosas fuerzas militares”, orgullo patriotero que nos han vendido, se festejaban en cada esquina del país y no era para menos.
“No estarían cogiendo café”, dijo el presidente Uribe cuando caían los niños de Soacha que iban tras un supuesto empleo. ¿Quién lo iba a dudar? Ya sabemos que no era así pero estos jóvenes ya no se darán cuenta. El lenguaje categórico oficial para dar la noticia no daba lugar a la falacia, el país estaba en buenas manos, decía la gente. Estas expresiones de firmeza convencían porque eran arrolladoras.
“Si te veo en la calle, te pego en la cara, marica”. ¡Qué verraquera, el macho alfa! Este tipo de lenguaje hizo escuela. Recientemente, el actual ministro de la Defensa (más del ataque) dijo, con ocasión del bombardeo a un campo de las FARC donde había niños, “nadie había allí aprendiendo para Icfes”, o “son máquinas de guerra”; es la misma frase de Uribe, la indolencia se volvió doctrina; esa es la lógica wayuu que, cuando hay guerras entre clanes, matan a los niños porque estos crecerán y luego se vengarán.
Este es puro humor negro que revictimiza a las familias que perdieron sus hijos y es una falta de respeto con quienes viven estas circunstancias de dolor y falta de oportunidades. Esta no es la mejor forma de mantenerse en el poder con frases de cajón y desprecio por la gente; hasta para gobernar hay que tener decencia, por lo menos aparentarla como la mujer del César. Y lo grave es que el gobierno no tiene quién lo ronde, todos los poderes están bajo su dominio; ninguna de las mociones de censura contra los ministros hablachentos ha prosperado y eso no es gratis, la criticada y odiada mermelada ha funcionado bien aunque lo nieguen.
Eso no es democracia, estamos peor que Venezuela que fue el cuco que le metieron al elector en el pasado debate electoral.