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La dignidad aferrada a las rejas

Su figura grácil, joven, bonita, dio vueltas, exigió, suplicó y recomendó. Se aferró a las rejas y gritó, era Lilian Tintori, como en un cuento tétrico, buscando a su marido. El momento era de angustia absoluta, se filtró un rumor sobre la supuesta hospitalización de Leopoldo López por una intoxicación. Toda la historia fue conocida por los lectores.

Llamó la atención que la valiente mujer ni se descompuso, ni sus gritos fueron ásperos, todo lo hizo con elegancia, porque sabía que su dignidad estaba en juego, había que conservarla intacta. Y fue tan valiente que instó a la Guardia Venezolana que la rodeaba a que dejaran su actitud de entrega al dictador, que pensara en sus hijos, que fuera a abrazar a sus mujeres que muchas estaban en las calles protestando. Fue una escena de minutos, cómo son todas las de la televisión, pero quedó marcada en la historia para engrosar las filas de mujeres valientes.

Las mujeres de Venezuela, vestidas de blanco, salieron a las calles. El blanco siempre aparece como símbolo de dignidad, ya no tanto de pureza, porque como va el mundo ya ha pasado de moda, recuerda a Alfonsina Storni: “Tú me quieres alba, me quieres de espuma / me quieres de nácar, que sea azucena…” Y sí, cuando una mujer se viste de blanco y sale a las calles a exigir respeto y libertad no hay quien las amedrente, y pueden pasar toda la vida exigiendo hasta cuando logran su cometido. Hace tiempo lo utilizaron las Madres de la Plaza de Mayo, hoy ya son abuelas, vestidas de blanco, y con la misma exigencia que les devuelvan a sus hijos, víctimas de la Junta Militar de  Argentina.

Venezuela está en nuestro corazón. Las madres en su mes, lloran a sus hijos abatidos en una lucha por la libertad, ya van alrededor de unos cuarenta caídos en las calles por las balas infamantes de un régimen absurdo e ignorante.

Las madres de Venezuela están pidiendo al mundo que miren hacia un país que lo tuvo todo, que acogió a mucha gente que angustiada llegaba, pero llena de esperanza a buscar la redención económica allí, de mi pueblo, Villanueva, fueron muchos los que se radicaron en la tierra de Andrés Eloy Blanco, el de: “… el dulce mal con que me estoy muriendo”.

Hoy somos nosotros los que debemos ayudar, con una acogida a los que vienen tristes a salvar sus vidas; con una oración para que los sátrapas que ‘desgobiernan’ entiendan, para que la vida fresca y llena de logros retorne a un pueblo que era orgullo para Suramérica.

Ahí seguirán las mujeres, vestidas de blanco, alzarán sus brazos y con líderes como Tintori y María Corina, cuidarán su dignidad con valentía y exigirán sus derechos, de blanco, el color del valor femenino, ¡tiene tanto significado! Permítanme parafrasear a García Lorca con su bello poema y cambiarle el verde por el blanco: “Blanco que te quiero blanco / blanco viento /blanco ramas /… Compadre quiero morir / decentemente en mi cama / de acero, si puede ser/ con las sábanas de Holanda…”

Por Mary Daza Orozco

 

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