En el Magdalena Grande (Magdalena, Cesar y La Guajira) y en la mayoría del territorio del Caribe colombiano, imperó en los dos siglos pasados el patriarcado, en una de sus terribles expresiones denominada machismo, en la cual su principal característica consiste en que los varones se creen superiores sobre las mujeres y ello conlleva muchísimos niveles de discriminación, no solo contra las mujeres, sino contra todo lo que fuese diferente al macho tradicional. Aún nos quedan rezagos.
Nuestros juglares o músicos primigenios fueron fieles representantes de ese machismo, y lo manifestaban de muchas maneras, una de ellas era en la rudeza de sus actividades: el músico era aquel cuidador de bestias y ganado o machetero, preparador del terreno para la agricultura, y el acordeón, el canto y la piqueria era solo un escape y divertimento.
Cuando nuestros juglares se atrevieron a diversificar su modus vivendi y luego a cambiar de oficio, decidieron hacer correrías o giras, solo a partir de ahí adquirieron esa gran dimensión. ¿Pero qué era lo que hacían en esas giras? Llegaban a un pueblo con su acordeón al hombro, buscaban las cantinas o bares, tocaban su acordeón, entusiasmaban a los parranderos, conquistaban mujeres, se enfrentaban en acordeón y a veces también a puño limpio a los músicos del pueblo, en ocasiones dejaban una que otra muchacha embarazada, recolectaban algún dinero para sobrevivir, continuar el viaje y llevar algo a casa.
Claro que era una vida menos ruda y difícil que la que antes llevaban, luego muchos fueron perfeccionando su nuevo arte y abandonaron totalmente las labores del campo, otros decidieron entrelazar ambos oficios. Lo que no pudieron abandonar, la gran mayoría, fue su enconado machismo.
Son muchísimas las canciones que hablan de una especie de aforismo vallenato que se popularizó a mediados del siglo pasado, algo así como: “Esa ropa se lava mi maye y yo quedo lo mismo”.
He tenido la oportunidad de conversar con varios de esos juglares y algunas de sus mujeres, lo hice entre otros, con Vicente Munive, Leandro Díaz, Lorenzo Morales, de los que ya no están, y conocí de primera mano ese sistema patriarcal en el que el músico como al marinero, eran las propias mujeres las que avalaban que ellos podían tener en otros pueblos y veredas sus amantes o novias, con la única condición de que nunca la oficial o ‘la propia’ fuera desplazada de ese pedestal.
Un día fui a la población de La Mina a visitar a ‘Chente’ Munive y me recibió con gran cariño la señora. Me dijo: “Él no se encuentra, esta semana va a estar donde ‘La negra’, allá en Guacoche”. Me fui para Guacoche y allá me atendió el maestro Munive y hasta ‘La negra’ me preguntó amablemente que cómo estaba la otra señora de La Mina. Afortunadamente esas son costumbres perdidas, y quienes ahora se hacen llamar juglares urbanos ya no pueden hacer esas gracias.
COLOFÓN: Todos los que amamos nuestra música vallenata permaneceremos en cadena de oración por la salud de nuestro gran ídolo, al que artísticamente bautizamos ‘El Jilguero de América’. Estamos seguros que pronto lo tendremos entre nosotros, cantando la batea con la jocosidad que lo caracteriza.