Alicia Sierra Márquez, oriunda de La Paz, Cesar, madre de cinco hijos y trabajadora incansable, desde muy joven lavó ropa a orillas del famoso río Mocho, ubicado en ese municipio, y también trabajó para diferentes familias para poder llevar parte del sustento a su hogar.
Reflejando desde temprana edad que sería una mujer luchadora por sus sueños, a los 17 años de edad ya estaba descubriendo las bondades de lo que se considera hoy el segundo pan del mundo: la almojábana.
Fue así como después de dedicarse a varios oficios que la acreditaron como una persona honorable, honrada, emprendedora, responsable y dedicada, se involucró a la venta de la almojábana cuando La Paz aún era un pueblo pequeño, con calles empedradas, sin el bullicio de la gente pero con la alegría y amabilidad que caracteriza a esta parte del Cesar.
Es así como Sierra Márquez aprendió a remojar el maíz, un proceso que ella hacía diferenciándose de otros elaboradores de este pan y que, según ella, debía durar al menos tres días en baño de agua de manera que este, con el tiempo, se ablandara e hiciera el trabajo fácil al momento de moler el grano el cual le daría ese toque particular la convirtió en una de las almojabaneras más reconocidas de La Paz, Valledupar y municipios vecinos.
A los 18 años se podía ver a esa joven hermosa con su platón en la cabeza, desde las primeras horas de la mañana después de elaborar en horno de barro el producto que consistía en mezclar el maíz molido, la harina y el queso con sus debidas especificaciones; ya que como cuenta su nieta, Loida Moscote, quien ha heredado esta labor, Alicia siempre les hacía énfasis a sus nietos en que el lácteo debía estar “en su punto”, ni salado ni simple.
Con sus manos hacia este pan redondo o alargado, variadas figuras que con el tiempo se convirtieron en el molde que se ha mantenido en las almojábanas hasta la actualidad.
Icha, como de cariño fue reconocida, a diario recorría las calles vendiendo a propios y extraños este alimento que con los años se transformó en una tradición y un mecanismo de trabajo del que hoy muchos pacíficos subsisten.
Transcendió a las ciudades
Como lo asegura su nieta, Loida Moscote, hoy también perteneciente a este respetado gremio de las almojabaneras, Icha fue una de las pioneras en llevar la almojábana a Valledupar.
Un día cualquiera, no bastando con deleitar el paladar de quienes a diario transitaban por la vía nacional del municipio, la cual enlaza los departamentos del Cesar y La Guajira y teniendo como obligación pasar por La Paz, Icha decidió llevar la almojábana a la ciudad vecina que queda a escasos 15 minutos del pueblo.
Allí experimentando la suerte de una comerciante empedernía comenzó a hacer que la palabra –almojabana- retumbara en los oídos de los vallenatos.
Ya conocida en su tierra natal, también llegó a forjar varias amistades en la capital cesarense, durante muchos años se le veía subir a un vehículo que la transportara hasta el Terminal de Transporte de Valledupar y de igual manera, a distintas calles de la ciudad que, con su forma de vestir tan peculiar, falda, camisa manga larga para cubrirse del sol y el típico plato grande en la cabeza lleno del producto, llamara a la atención de aquellos pocos que hasta ese momento lograban conocer la que es hoy, se puede decir, uno de los grandes personajes ilustres que ha dejado el sur del departamento.
Fueron más de 30 años de arduo trabajo, de relaciones y socialización, de ventas, de entrega, fueron más de tres décadas en las que Alicia, con esa tranquilidad, dulzura, alegría y jocosidad fue ocupando en varios corazones un espacio para su nombre y el reconocimiento no sólo de su trabajo sino de lo que hoy día es la respetada labor de ser almojabanera.
Siendo joven no le importaba qué tan insolada estaba o que tanto los pies le exigían descanso, y si era sábado, sentía el llamado de acudir a aquellas fiestas que se realizaban en la casa de la Dinastía López que con caja, guacharaca y acordeón amenizaban las noches y madrugadas de aquellas épocas pacíficas.
Sus últimos años
Hace más de 15 años que Icha dejó su trabajo, testigo fue su vejez, la misma que se apoderó de su voluntad y la forzó con su arrugada piel a dejar esta labor que ayudó a levantar a su familia y a formar a esta mujer como un ejemplo propio del municipio.
Tuvo que ver partir de este mundo a muchos de sus familiares y amigos, pero del mismo modo tuvo la grata oportunidad de ver crecer y en algunas situaciones criar a varios de sus nietos y bisnietos, que vieron en ella el reflejo de un ángel que sólo transmiten a quien se puede llamar abuela.
A sus 98 años, ya entregada la herencia a su hijo Luis Ernesto Moscote Sierra, a su nieta Loida Moscote y a su hija Nivia Moscote Sierra, con quien vivió sus últimos años, tuvo un largo tiempo para descansar y pasó a ser ella quien fuera atendida por todo el esfuerzo que como madre tuvo que hacer durante un largo tiempo.
Todo el que pasaba por aquella esquina de ‘La Mona’, en el barrio Siete de julio, de La Paz, donde convivió los últimos días de su existencia junto a su hija Nivia, enviaban un saludo a Icha, expresándoles cariño y respeto; otros tantos llegaban a conversar con ella, que a pesar de superar los 90 años tenía una memoria clara y lo demostraba al describir los recuerdos intactos.
El pasado 31 de enero Alicia Sierra Márquez cerró sus ojos, esta vez para entrar a un descanso profundo y eterno, un adiós que marcó a su familia y a la tradición almojabanera del municipio de La Paz.
Por: Eduardo Moscote
Eduardo.moscote@elpilon.com.co