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High

1. El tedio de los aeropuertos. Caras desconocidas disimulando la excitación de las idas y venidas, en la sala de espera. Rumor de enjambre afinado en el mismo bemol: fa sostenido. A pesar de estar a tiempo soy el último en llegar, entre los compañeros ya hay cierta empatía de la que me siento excluido cuando saludo. “Pasajeros del vuelo tal favor ingresar a la sala de embarque”.
2. Las ridículas medidas de seguridad, inspiradas en Bin Laden, los gringos y su estúpida guerra. Pertenencias a un lado, individuos por otro. El túnel detector de metales, la oficial y su detector manual de metales: “Siga, levante los brazos, dese la vuelta, gracias, siguiente.”
3. El tiempo interminable de la espera, conversaciones inservibles intentan inútilmente romper témpanos entre los futuros tripulantes. Chistes malos, todo es disculpado por la natural tensión previa al abordaje; una excitación tipo ruleta rusa que revuelve las tripas y te deja high.
4. Colores chillones, pintas extravagantes, antes de entrar al terreno de los grises. Intentos fallidos en la búsqueda de camuflar amarillos, turquesas y magentas. Al fin la llamada al abordaje. Abordo por la escalera de atrás. Adiós color.
5. La delicia de la clase económica: bebés aeroviajeros, primíparos. Los olores de una cabina empacada al vacío. No falta quien ocupe mi lugar asignado pero prefiero evitar entrar en polémicas y comprobaciones, y azafatas rectificadoras de asientos, etc. “Además de ir en peligro vamos amarraos, como dijo Diomedes”- comenta en voz alta mi vecina de asiento, ante el anuncio de enderezar espaldares y ajustar los cinturones de seguridad.
6. Se encienden señales luminosas sobre los asientos. Sombreros, cachuchas, crestas punks, copetes, calvas y canas, se asoman sobre los espaldares. ¿Pude haber algo peor que viajar al lado de una anciana y su nietecito? Sí: quedar entre una anciana, su nietecito, y un primíparo en asuntos de vuelos que dice que ventanilla o pasillo le da igual siempre y cuando lo lleve a salvo. Noventicuatro-once. En cincuenticuatro minutos estaremos en el puente aéreo. “Guau, guau”- dice el niño, señalando por la ventanilla a una vaca que pasta cerca de la pista de despegue.
7. A través de la ventanilla la cuadrícula de verdes y ocres se va encogiendo, a medida que el avión se eleva. Silencio tímido acompañado por rumor de turbinas. Inclinación hacia las alturas, turbulencia, padrenuestros y avemarías. Después de ganada altura llega la tranquilidad, el mutismo, los bostezos, las hojeadas de monitores y revistas, las ganas de una siestecita que es interrumpida por cada remezón.
8. A 10.000 pies de altura: “Tripulación, próximos a aterrizar”. El paisaje empieza a crecer entre la ventanilla, entre el gris brumoso de la sabana. Nos sumergimos entre las nubes, después un vacío en el estómago, y: ¡Tierra! A 291 kilómetros por hora.

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Jarol_Ferreira: