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Hambre, insalubridad e indigencia: el retorno de indígenas yukpas a Valledupar

En una palabra, la situación es infrahumana, no hay condiciones para una vida digna. Desde antes de llegar a la esquina diagonal a la Terminal de Transporte de Valledupar, donde sobreviven hacinados cerca de 300 migrantes venezolanos, el olor es fétido. No tienen donde hacer sus necesidades, ni un techo para protegerse de la lluvia.

Entre el monte, insectos, ropa colgada y cartones, corren los niños. Son la población más grande: casi el 70 % tienen menos de ocho años. “Cada mujer carga mínimo cuatro hijos”, aclara Antonio Solar, vecino de las madres yukpas que duermen bajo carpas de publicidad política.

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En la misma zona aledaña a la Terminal de Transportes hay tres puntos de hacinamiento: un lote privado, marcado por una cerca, lleno de carpas y cambuches improvisados donde duermen los primeros migrantes que ocuparon ese espacio. El lugar es compartido con los yukpas “venezolanos” que llegaron y entraron al lote.

Al lado, debajo de una valla política, está otro grupo en peores condiciones, y una decena de metros, otro pequeño grupo permanece hacinado frente a un templo religioso en la esquina de la avenida Simón Bolívar que conecta con la Terminal. Todos son migrantes venezolanos, la gran mayoría de la comunidad yukpa.

Foto: Sergio Mcgreen

RETORNO VOLUNTARIO

Son las once de las noche de un viernes y los niños del hacinamiento corren por el andén y la carretera. Hay menos carros en la calle, pero no deja de ser peligroso. Entre el caos y el montón no hay descanso. Otros están separando la comida y residuos que consiguieron en las largas caminatas que hacen por Valledupar con los niños en brazos.

Su lengua se resiste a morir y lucha con un español enredado, con un claro dialecto venezolano, pero se logra entender. “Mirá los niños de nosotros no están sufriendo porque trabajamos, salimos a mercanciá (sic), pero muchas madres nos venimos a pedir y asolear por ahí, pero nosotros queremos que nos ayuden. Ellos nos dicen que por ser venezolanos no podemos estar aquí”. Son las palabras de Ermelina Romero, de la comunidad yukpa. Como todas las mujeres del grupo, está rodeada de niños menores de diez años.

Foto: Sergio Mcgreen

Los migrantes que no pertenecen a las comunidades indígenas realizan sus necesidades fisiológicas en bolsas y esperan el carro de la basura. Los migrantes de las comunidades indígenas al aire libre. Después de varias semanas, el olor se hace insoportable.

Pero ahora están esperando que la Alcaldía les cumpla unas exigencias: las mismas que pidieron hace un año cuando llegaron por primera vez. La historia se repite: la administración municipal les entrega los pasajes y unos mercados para que regresen a su territorio en Venezuela (algunos provienen de la serranía de Perijá del lado venezolano), pero a las semanas retornan. Esta vez llegaron más personas: se contabilizan cerca de 300 migrantes de las comunidades indígenas del vecino país.

“Este año nos visitan los mismos yukpas, solo que ahora llegaron unos pocos más que se encuentran en condiciones infrahumanas, vulnerando los derechos a los niños. El Ministerio de Interior, en Asuntos Étnicos, está totalmente enterado del retorno voluntario que se está programando”, señaló el secretario de Gobierno, Gonzalo Arzuza.

El primer grupo que llegó hace seis meses no puede ser retirado por estar en un lote privado. Cuentan que el propietario se los cedió para que no durmieran en la calle. Pero el grupo de yukpas que sobrevive en la calle debe ser desalojado del espacio. Ellos mismos han dicho que quieren irse, pero tienen exigencias, algunas difíciles de cumplir, como siete millones de pesos por familia.

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“SITUACIÓN CÍCLICA”

La Alcaldía se comprometió con darles mercados y los pasajes para llegar al otro lado de Venezuela. Seguramente aceptarán el acuerdo, pero el secretario de Gobierno reconoció que al poco tiempo, “estarán de regreso en Valledupar. Es una situación cíclica”.

La Secretaría de Gobierno ha realizado visitas al sector para jornadas médicas y de atención a los migrantes. Foto: Sergio Mcgreen

VULNERACIÓN DE DERECHOS

En un español confuso, Luis de 17 años, asegura ser parte de la comunidad wayuu. Algunos llegaron a Colombia idealizados: el plan no era vivir en las calles. “Andamos acá desde febrero, porque Venezuela está demasiado feo, me vine para ver si había trabajo pero no conseguí nada y me tocó reciclar”, explica.

Su vecino de invasión, Jorge Luis Luengo fue uno de los primeros en llegar al lote privado cercano a la Terminal que fue prestado por un privado para que los migrantes establecieran cambuches. Según su relato, cuando les ceden el predio la Policía les pidió que recibieran a los yukpas mientras los trasladaban.

El primer grupo de yukpas regresó a Venezuela, pero a los pocos días retornaron casi el doble de personas. “Ese día la Policía dijo para que le colaboráramos a los yukpas venezolanos, nosotros les colaboramos, todo bien, pero hasta que esas personas decidieron venirse y se colocaron allí frente al terminal. Hasta ahorita vienen a sacarnos porque nunca habíamos tenido problemas con nadie”, relata Luis Luengo.

Según cuenta, para el viernes está preparado el retorno de las comunidades indígenas. “Nos dicen que el viernes debemos estar en Venezuela. Yo tengo niños pequeños. Necesitamos que se acerquen los entes competentes, no somos animales, somos venezolanos, nos quieren sacar del país como si fuéramos delincuentes”, sostuvo.

Por su lado, el personero de Valledupar, Alfonso Campo, señaló que el Ministerio Público no ha recibido formalmente ningún tipo de solicitud, sin embargo, el lunes se espera una reunión con el delegado de la comunidad yukpa, “para mirar los requerimientos y revisar la situación de acuerdo con nuestras competencias”.

Pero a las condiciones indignas del espaciose suman los posibles casos de prostitución infantil de los que fue testigo EL PILÓN. Ofreciendo dos mil pesos, tres hombres entre 25 y 30 años persiguieron a una menor de la comunidad yukpa para que accediera a estar con ellos. La menor se negó. Sin embargo, la imagen se repitió tres veces con dos menores distintas. Sin duda, una bomba social que urge prontas medidas.

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POR: DEIVIS CARO DAZA / EL PILÓN
defancaro1392@gmail.com

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