“… lo recibimos en todo tiempo y en todo lugar con toda gratitud”: Hechos 24,3.
Los acontecimientos últimos, me hacen pensar sobre la importancia de la gratitud en nuestras vidas. Cuando tenemos una actitud de gratitud frente a la vida, especialmente en medio de circunstancias difíciles, emanamos una fragancia que bendice a otros. Pero, cuando nos dedicamos a lamentarnos, quejarnos y protestar, caemos en una pendiente destructiva que nos conduce a la amargura y a la ruptura de relaciones.
La gratitud debe ser un estilo de vida; pero en nuestra cotidianidad, es fácil caer en la insatisfacción, la queja, la protesta, la crítica y la angustia que va tomando el lugar del gozo y la gratitud.
Somos una generación de gente herida, la historia de nuestra región es de dolor y sufrimiento. ¿Cómo manejar las heridas, las ofensas y el dolor de nuestras pérdidas? Asumimos que sufriremos heridas. En este mundo convulsionado, postrado y confuso el dolor es inevitable. ¡Somos una generación de gente herida! Nuestra amargura latente se convierte en ira, odio y al final, en venganza y violencia. Llevamos heridas y cicatrices profundas que tal vez nadie ve. Reaccionamos con furia y desencanto con nuestros seres queridos, nuestros jefes, la sociedad misma e incluso contra Dios. Y finalmente, todo se resume en ese sentimiento hostil: Si Dios es tan poderoso, tan bueno y misericordioso, ¿por qué permitió que eso aconteciera?
Amados amigos: Lo que nosotros somos, en lo que nos hemos convertido, no está determinado por las cosas que nos pasan. Claro que las circunstancias que nos rodean, forman el telón de fondo de nuestra vida y nos afectan y dejan huellas en nuestro corazón que siempre van a ser parte de nuestra historia. Sin embargo, esos eventos, por horribles y dolorosos que sean, no tienen el poder de determinar el fin de nuestra existencia.
Mientras creamos que nuestra vida está determinada por las cosas que nos pasan, siempre seremos víctimas del destino y de los errores de otros. Pero, cuando vivimos como hijos de Dios, mediante su gracia, tenemos el poder de escoger cómo responder a lo que nos ha pasado. Siempre tendremos la oportunidad de decidir ser libres.
De cara a los acontecimientos de la vida, siempre tendremos dos caminos: Nos convertimos en cobradores de deudas, la vida nos hizo daño y por lo tanto me debe, y tiene que pagarme o de lo contrario reacciono con resentimiento y venganza. El otro camino, es la senda del perdón y la gratitud. Este es el camino de la restauración y la reconciliación.
Mi invitación es a dejar los lamentos y las quejas, y a tomar conscientemente la decisión de ser una persona agradecida. Las persona agradecidas son como corrientes de aire fresco en medio del calor de un mundo contaminado por la amargura y el descontento. Las personas agradecidas, son humildes, sin falsos orgullos. Son conscientes de Dios y de los demás, no son ególatras; con corazones llenos de ilusión y de contentamiento que se expresan en sentimientos y palabras.
Por último, pero igual de importante, debemos agradecer por aquellas cosas que nunca se nos concederá el privilegio de entender.
Eventos, pruebas, relaciones, pérdidas, fracasos, en las cuales nunca entendimos por qué pasaron. Así reconocemos que Dios es soberano, y el bendito consolador en medio de todas las circunstancias y que podemos seguir confiando en Él y en sus planes de amor para nosotros.
¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. Comencemos hoy mismo a dar gracias. Abrazos y bendiciones
Por Valerio Mejía Araujo
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