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Fuego y jabón

“Porque él es como fuego purificador y como jabón de lavadores”. Malaquías 3,2

Creo que el propósito de Dios para cada persona es la edificación y el crecimiento espiritual; para lo cual, deberá limpiarnos de los ataques y virus que nos roban esa posibilidad. Fue de lo necio y lo vil del mundo que Dios escogió para avergonzar a los sabios y los fuertes. Fue de las canteras de la humillación, del orgullo, de la desobediencia, del pecado de almas maltrechas que Dios levantó las columnas de su Templo.

El profeta Malaquías nos pinta un cuadro del Señor como refinador y purificador, tratando con gente quejumbrosa que se había olvidado de la fidelidad a Dios. El lector original es igual al contemporáneo: egoístas centrados en sí mismos, preocupados solamente por sus propios intereses y alejados de una relación íntima y personal con Dios; tal vez, acostumbrados a seguir las ordenanzas de manera mecánica y pasiva, pero sin querer crecer.

Es precisamente allí, donde resuena la promesa: “Vendrá súbitamente a su Templo el Señor”. ¡Nosotros somos el Templo de Dios porque el Espíritu de Dios mora en nosotros! Él dice que viene a nosotros como fuego purificador y como jabón de lavadores. Estas dos imágenes, nos invitan a confiar y a permitir que el Señor haga su obra completa en nuestras vidas como refinador y purificador. Dios quiere hacernos crecer y ahora como entonces, refinará el carácter y limpiará las vidas.
El fuego del refinador saca las impurezas de los metales. Por la acción del fuego, la escoria o impurezas afloran a la superficie para que la mano sensible del refinador las retire pacientemente. El control del fuego es clave: si mucho, el metal se quema. Si poco, no desaparecen las impurezas. La pericia del refinador aplica el calor adecuado. El jabón del purificador penetra en las prendas y los tejidos, lavándolos y haciéndolos limpios.

Amados amigos, necesitamos crecer en todas las áreas de nuestras vidas. Se trata de la firme decisión de invitar a Jesús a que quite esa parte impura de nosotros que reside en la mente y el corazón y se manifiesta en las acciones, hábitos y costumbres.

Dejemos que nuestras virtudes y defectos como metales preciosos pasen por el horno de fundición y se refinen. Invitemos a Jesús a entrar en esas fallas, en el mismo nudo de la mancha rebelde y la impureza. ¡Él será como jabón de lavadores! Su presencia será: “Duro con la mugre y suave con sus manos”. ¿Con qué limpiará el joven su camino? ¡Con guardar tu palabra! Un refinado y puro abrazo en Cristo.

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