Cómo puedo escribirte, hijo
Sí al pensarlo deliro y rezo
Y en mi pulso enreda el verso
Cuatro rimas ya en olvido…
Ferdaz
Hoy contaremos la historia del señor Santiago, un hombre que vivió sumido en la tristeza por más de ocho años, llorando sin consuelo todas las noches a su hijo fallecido por una triste enfermedad.
Llegó el mes de octubre y los familiares no olvidaban a Thomas quien abandonó esta tierra a la edad de nueve años a causa de una leucemia mortal que lo había tenido en cama resistiendo las visitas de la mala hora a diferentes horas del día, el niño secaba sus lágrimas y presentía el triste final, sufría en silencio; pero hasta los colores del cielo presagiaban su partida, la madre suplicaba de rodillas frente a una cruz de madera, y en el cementerio unas voces extraviadas gritaban eufóricas su nombre. Entonces el reloj de la vida se detuvo para él.
Dios no abandonaba al padre en su duelo, por esta razón envió a uno de sus serafines a que fortaleciera su corazón, porque Thomas fue escogido para servir en el cielo, y desde allá velar los senderos que conducen a la fe y al amor. De paso disminuir los penosos martirios del mal que lo aquejaba desde su nacimiento. Para disminuir su dolor le fue permitido al afligido padre descorrer el manto que cubre el misterio de la eternidad y a través de un sueño tuvo el honor de vivir la divina experiencia de llegar al cielo.
Al llegar lo primero que vio Santiago fue una fila de angelitos con antorchas encendidas, caminaban gozosos entre el follaje de numerosos árboles de roble, y cantaban alabanzas al todopoderoso, entonces el padre aturdido preguntó:
– ¿Quiénes son ellos?
-Son espíritus celestes, entre ellos está tu hijo, ya lo verás.
Santiago advirtió enseguida que la vela de su hijo amado no estaba encendida, pero salió feliz a su encuentro, entre abrazos y besos preguntó: – ¿hijo de mi alma, por qué tu vela está apagada?
A lo que el hijo respondió, papá ella se enciende todos los días, pero tus lágrimas la apagan, por favor ya no sufras más, debes estar conforme con la voluntad de Dios. Así la luz de mi vela siempre estará encendida, se que tu y mi madre a partir de hoy me recordarán con regocijo, y yo los amaré siempre.
Santiago por fin pudo aceptar el destino de Thomas.
Autor: Leidy Mar Dávila – I.E. Río Seco