Está para cumplirse un mes del fallecimiento del ingeniero Calixto Mejía Castro, cuya excelencia no se agotaba en su profesión, sino que abarcaba todos los ámbitos de su existencia vital.
Constituyó con su espléndida esposa María Teresa Naranjo un hogar verdaderamente ejemplar, sobresaliente entre los principales de Valledupar, orgullo de nuestra sociedad o de cualquiera otra garantista de valores éticos, del cual nacieron sus magníficos hijos, María Margarita, José Calixto, Cecilia, Lucía y Delfina María.
Calixto Mejía Castro fue un hombre inteligente y serio, desde su nacimiento hasta su muerte. Lo recuerdo con afecto entrañable desde cuando cursábamos en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario los estudios de bachillerato, en el claustro solariego fundado por el español dominico Fray Cristóbal de Torres, en el año 1653, en la ciudad de Bogotá.
Yo comenzaba esos estudios hacia el año 1949 y él estaba por culminarlos. Mayor en edad que yo, siempre he agradecido el trato afable y de confianza que me procuraba y yo le respondía con cariño y gratitud. Su rostro era cordial y convidaba a la amistad.
Se destacaba en el colegio porque era un estudiante aprovechado, sus notas de exámenes eran sobresalientes y su conducta irreprochable. Su profesor de matemáticas lo exaltaba como el primero entre sus compañeros y el rector, monseñor José Vicente Castro Silva, eminente orador sagrado, lo reconocía a la distancia y con frecuencia lo invitaba a hablar con él, tal era su talante que le auguraba un porvenir bienaventurado, como evidentemente ocurrió en su vida privada y en su vida pública, como empresario particular y como servidor del Estado.
Por aquellas calendas fundó un periódico, Antorcha Provinciana, nombre elocuente, desde el cual comunicaba a sus conciudadanos ideas y propósitos que buscaban el interés por el bien común, especialmente en su patria chica. Calixto era cálido, apasionado por sus buenos amigos, quienes reconocíamos en él bondad e inteligencia razonadora que provocaba admiración y asentimiento.
Pudo haber sido mejor aprovechado por los servidores públicos para beneficio de la comunidad, pero no fue así del todo, pues su personalidad estaba salvaguardada por una conducta integérrima y esto casi nunca es un buen pasaporte para ser apreciado por los gobernantes de turno.
Sin embargo, sirvió a su querida comunidad vallenata y con qué eficacia. Ya lo puso de presente en un certero escrito en Las 2Orillas su sobrino Federico García Naranjo, tan verazmente escrito que agotó exuberantemente la mejor semblanza que pudiera hacerse acerca de tan epónimo hijo de Valledupar. Nos recuerda para que nunca sea olvidado por las generaciones presentes y futuras, su paso eficiente y honesto como ingeniero, jefe de la Secretaría de Obras Públicas en el Cesar, La Guajira y Magdalena; gerente de Valorización Municipal; gerente de Empocesar; Concejal del municipio de Valledupar; diputado del departamento del Cesar; directivo de la Cruz Roja, donde tuve el honor de compartir asiento con él en parigual función. Muy pocos días después murió también su hermana Lucy Mejía Castro, igualmente de grata recordación. Evidentemente, los Mejía Castro han sido buenas personas, buenos amigos, buenos ciudadanos. Loor a Calixto Mejía Castro y a su estirpe. Desde los montes de Pueblo Bello.