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El abstencionista electoral hace parte de la democracia

  En Colombia y en casi todos los países de regímenes similares se pretende vender la idea de que la democracia se expresa únicamente con el voto y que es deber del ciudadano votar ineludiblemente por cualquier candidato. La abstención electoral es un fenómeno espontáneo en la inmensa mayoría de las veces, ya que es producto de la decisión del potencial votante, cualquiera sea la razón que lo impulse de no participar en el proceso electoral.

   Abstenerse de votar es una forma de participar, poniendo de manifiesto que considera inútil el sufragio, porque no cambiará la situación del país o de su región. Por eso no comparto la idea que se promueve en el sentido que el abstencionista es un ciudadano inocuo para la democracia. Por el contrario, el abstencionista es el participante más sincero en la democracia, porque actúa motivado por su propia decisión y no por la fuerza que pretende llevarlo a hacer lo que él considera no debe hacer.

   El abstencionista está motivado por la experiencia cotidiana, la vivencia del día a día, en la que observa el comportamiento de la clase política, muchas veces corrompida y corruptora, que evidencia que el proceso de elección se cumple según la conocida expresión popular: “El pueblo vota y el poder elige”.

 “Los mismos con las mismas”, suele ser la expresión que se escucha cuando se pide una opinión sobre el abanico de candidatos a cualquier cargo de elección pública.   En los últimos siete años se ha dado en Colombia un fenómeno atípico en materia política: un gobernante que se mantuvo en el cargo con una aceptación que llegó a menos del 20 %, gobernadores y alcaldes que cuentan con menos del 50 % de aceptación entre sus gobernados.

   Los colombianos pareciera que no actúan como sociedad y se limitan a asumir conductas personales que curiosamente chocan con las del compañero, el vecino e incluso el cónyuge, siendo estos los únicos escenarios en los que el colombiano opina de política. Esta discrepancia no se hace de forma pública como suele hacerse en muchos países; las razones residen en que el pueblo está consiente que sus palabras resbalarán sobre la dura concha que cubre a los gamonales políticos de todos los partidos.

  Las elecciones en Colombia no son competencias de partidos sino de candidatos. Lo concreto es que en Colombia nadie conoce ideologías políticas sino políticos y, por ello, los grandes partidos en Colombia han reconocido soslayadamente que se hallan en crisis. No hay creyentes, no hay seguidores, no hay quienes crean en las ideas gobiernistas que propongan los partidos porque, al final, una cosa se promete y otra se realiza.

   Finalmente, es de señalar que el ciudadano medio ve cómo los que se mostraban divididos en ideas y propuestas, se reúnen al final del certamen electoral en torno a la misma mesa, en la que inexplicablemente se da la unión de voluntades, se crean las “uniones nacionales” que solo parecen tener como objetivo dejar que el ganador gobierne en conciliábulo con los mismos que antes de elecciones combatieron sus ideas y las tildaron de absurdas, de falsas y de utópicas.

   Pareciera que entre los políticos y las directivas políticas hubiese más unión y comunidad de criterios que entre los ciudadanos que escuchan los discursos y se hacen a la idea de que A es mejor que B. Al final, lo cierto es que A, B, C y los demás, hacen parte del mismo abecedario, una mescolanza de apetitos.  (Hasta la próxima semana).    

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