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El Viejo Miguel, un canto eterno que nació en Los Montes de María

Los hermanos Zuleta dieron renombre a la canción de Pacheco.

El canto está a punto de cumplir cincuenta y seis años. Fue por allá en 1964, unas semanas después de abril de ese año, cuando a la inspiración de Adolfo Rafael Pacheco Anillo, llegaron los primeros versos y la melodía inicial de ‘El Viejo Miguel’.

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Su padre, ‘El Viejo’ Miguel Pacheco, había perdido casi todos los haberes económicos conseguidos y cultivados durante varias décadas desde el mismo momento en que llegó a trabajar en la llamada Casa Matera, una especie de “multinacional” de inmigrantes italianos que sembró sus negocios en el San Jacinto de mitad del siglo Veinte.

Fue que yo quise hacerle un homenaje a mi papá. Él era un tipo que tuvo bastantes hijos de varias mujeres en el pueblo. Se fue arruinando poco a poco y cuando ocurrió el final de la bonanza económica decidió irse para Barranquilla con una muchacha de Malambo con la que tenía seis hijos, con otra tenía cuatro. Quería conseguir la tranquilidad que ya no tenía en San Jacinto y entonces yo le hice el canto. Al principio era un paseo”, rememora Pacheco, en una tarde fresca de la capital del Atlántico atafagado por el confinamiento.

Miguel Pacheco había sido dueño de casetas, construcciones hechizas, especialmente del Caribe de Colombia, donde, aún, se realizan bailes y presentaciones de artistas populares. También invertía en cuanto negocio se le aparecía para reunir los recursos, uno de ellos ‘El Gurrufero’, que le permitieran mantener a las cuatro mujeres con las que compartía en el pueblo, sobre todo después de que Mercedes Anillo, la mamá de Adolfo, se fue hacia la eternidad cuando este tenía ocho años de edad.

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Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad

el Viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado.

Yo me desespero y me da dolor porque la ciudad

tiene su destino y tiene su mal para el provinciano

le queda el recuerdo perenne de su amistad

que dejó en la tierra de sus paisanos.

‘El Gurrufero’, que es el nombre que se le da a los caballos sin linaje alguno, era un salón de baile, una academia que había funcionado en San Jacinto bajo la responsabilidad de Mercedes Anillo y al mismo asistían jovencitas con el sueño de aprender a ser diestras en distintos expresiones.

Unos años después ante la ausencia definitiva de ella, Miguel Pacheco lo convirtió en un el lugar donde departían los hombres del pueblo, especialmente con el billar, un traganiquel y los juegos rudos de apuestas entre hombres.

Pacheco cuenta: “Estaba con Ramón Vargas, el acordeonero, cuando se arruinó mi papá. Pacheco dice: ‘Ramón Vargas era un tipo que se sabía todos los ritmos habidos y por haber en el acordeón’. Yo estaba muy triste y lo que me salió fue un canto también muy triste, porque salió una versión muy poética, pero a la vez se volvió alegre cuando lo interpretamos como merengue. Agarré la guitarra y con Ramón Vargas lo pasamos a merengue”. Pacheco también escribió poesía y décimas en sus años de joven en San Jacinto.

A partir de la desgracia económica, en San Jacinto, pueblo burlón y dicharachero, Pacheco comienza a evidenciar que el respeto ancestral de las gentes del lugar para con su padre se resquebraja. Ya había algunas personas que le cambiaron el don Miguel por el viejo Miguel, por señor Miguel y entonces también eso le chocó a él y ayudó a que el canto explotara de una vez por todas. “Se vino para Barranquilla a buscar la paz y tranquilidad, esa que yo menciono en el canto y que mi papá encontró hasta su muerte”.

Se acabó el dinero, se acabó todo hasta el Gurrufero

Del techo seguro como el alero de la paloma,

Pero eso no importa porque mejor empezar de nuevo

Cual la flor silvestre que al renovar es mejor su aroma

Todavía le quedan amigos allá en el pueblo

Y hasta el forastero pregunta por su persona.

El canto lo grabó sin mucha trascendencia un conjunto de San Juan Nepomuceno, ‘Los Reyes del Vallenato’, y el acordeón de Ramón Vargas para el sello tropical de Barranquilla; al igual que también lo imprimió en los viejos acetatos Lisandro Meza, con quien sí se hizo trascendental en el Caribe. Posteriormente, llega a la versión más escuchada de los Hermanos Zuleta, grabada en los años ochenta del siglo pasado.

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En el mismo año del nacimiento del canto, 1964, Landero se presentó con Alejandro Durán en San Jacinto en la casa de Pacheco. Quería conocer al compositor y escuchar el Viejo Miguel. “Recuerdo que Durán escuchó el canto antes de que lo grabara alguien. Le gustó tanto, aunque solo escuchó la primera estrofa y me dijo, ‘¡escríbamelo en letra ´e palito¡’.  Ombe, y usted por qué está perdiendo el tiempo” rememora Pacheco que le dijo el Negro Grande. Nunca se lo escribió. “Yo era muy bohemio en esos momentos y bebía ron todo el tiempo”, enfatiza Pacheco. Habría sido la primera versión grabada de ‘El Viejo Miguel’.

Las dos primeras versiones de El Viejo Miguel, grabadas por los Reyes del Vallenato y Lisandro Meza salieron al público con tres estrofas. Sólo a partir de la versión de los Zuleta, Pacheco incluyó la última estrofa que es una especie de tributo a las amistades de Miguel Pacheco tras su partida del pueblo y de las que nunca se olvidó en su “exilio” definitivo.

“Luis Felipe Roje, Yola Y Pello a mi emocionan

El tener que darles ahora mi más triste despedida (Bis)

Adiós San Andrés tu admirador te abandona

Año 16, de agosto adiós alegría (Bis)

Ya no tocará la banda El perro e’ Patrona

Adiós Paco Lara me voy pa’ la tierra mía”.

El canto contiene en sus adentros los elementos propios y auténticos que indican los “cánones” que debe tener una expresión propia del cantar vallenato. ‘El Viejo Miguel’ reúne provincia, narración, nostalgia y amistad, entre otros. “Yo he notado que cuando suena ‘El Viejo Miguel’ la gente se levanta y, a pesar de que es como une elegía, le dan como ganas de bailar de la emoción. Es un canto tristemente alegre”, recalca Pacheco.

En el año 1965, “a mí me invita a Cartagena con Landero, Augusto Beltrán Pareja, en ese momento gerente bancario y muchos años después gobernador de Bolívar y representante a la Cámara, porque allá estaba Gabriel García Márquez. Beltrán Pareja había oído ‘El Viejo Miguel’. ‘Gabo’ conocía a Landero, pero a mí no me conocía. Cuando tocamos el canto ese hombre se entusiasmó. El canto le pareció una crónica”, rememora Pacheco.

Me quitaste el argumento de una novela”, recuerda Pacheco que le dijo el hombre que después sería proclamado como Premio Nobel de Literatura en octubre de 1982, para rematar con una frase que Pacheco nunca olvida: “Eso lo compusiste tú, compones con dolor. El dolor es fecundo”.

Por: Mauricio René Pichot Elles

Categories: El Vallenato
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