Ni soy el primero ni seré el último en referirme a esta prenda que tanto identifica no sólo a cordobeses y sucreños, sino -actualmente- a Colombia en general.
No voy a señalar sus características físicas, ni su forma de fabricación ni tampoco la famosa fórmula descubierta por el profesor Puche a la luz de una vela. Voy a tratar sí de hacer un relato de cómo llegó ese sombrero a convertirse en un icono patrio y su adopción plena como propio en toda la región Caribe, excepción hecha de La Guajira, en donde no se usa ni se luce.
¿Pero cómo es que el “vueltiao” adquirió el grado de aceptación al que ha llegado? No ha sido por su venta en los eventos del folclor o ferias artesanales, ni porque fuera usado cotidianamente por nuestra gente del campo. Tengo una teoría que creo va a ser compartida por más de uno, y es que su fama llegó montada sobre la cabeza de Alejo Durán, quien como primer Rey Vallenato tuvo fuerza para promocionarlo casi sin quererlo, por el simple hecho de lucirlo.
Esa figura impactó especialmente a los “cachacos”, asumiendo que no se podía disfrutar de esa música sin portar aunque fuera un “quinciano”, el más sencillo dentro de las categorías que de esa prenda existen. Ellos impusieron nacionalmente el sombrero y el vallenato.
Y fue algo de tanta fuerza que nadie trató de evitarlo ni de corregir ese rumbo, sino que por el contrario aprovecharon sanamente esa fortaleza y así fue como la nunca bien lamentada Consuelo Araujo terminó colocándole uno en la testa y en la Casa Blanca al presidente norteamericano Bill Clinton, cuya foto le dio la vuelta al mundo, cotizando su uso.
Y así quién sabe cuántos personajes más se lo habrán puesto con los más diferentes objetivos, tal y como lo hacen los candidatos presidenciales cuando nos visitan, quienes indefectible se lo colocan, solo que a unos les luce y a otros no, ya que no basta simplemente la acción de encajarlo en el cráneo, pues siempre se sabe, se percibe, cuando se hace con sinceridad en busca de la identidad y cuándo por puro oportunismo.
Hoy por hoy me hago varias preguntas como esta: (1) ¿Con qué asocian más ese sombrero nuestros compatriotas, si el porro o el vallenato. (2) ¿En dónde creen los colombianos (diferentes a los “costeños”) que se fabrica el “vueltiao”?
He hecho la prueba en innumerables ocasiones y me he llevado las más grandes sorpresas y la mejor manera de probarlo es que usted mismo lo intente.
En Córdoba y Sucre algunos caballistas criollos, que parecería no se sentían completos para cabalgar, lo fueron reemplazando por el denominado “aguadeño”, también hermoso, pero ajeno a nuestros valores y por eso un gobernador cordobés señaló un día en la Ferias de Montería, para rendirle culto y reivindicar su uso, lo cual me pareció una gran idea ya que es un significativo acto de rescate.
De todas maneras una cosa sí es cierta, ya que lentas e imperceptibles se han impuesto unas imágenes con las que nos asocian, que nos representan, es decir, que se han constituido en símbolos inequívocos de lo propio y uno de ellos es el sombreo vueltiao, aunque a veces sea tan mal usado como el minúsculo que utiliza en sus presentaciones Egidio Cuadrado, el acordeonista de Carlos Vives.
Aprovecho para aclarar que el nombre viene de las vueltas empleadas para su elaboración y por eso su nombre no es voltiao.