Atánquez es una población con muchos atractivos, que guarda una gran riqueza histórica, étnica, cultural y folclórica, cuyas gentes luchan por preservar su identidad, los restos de la cultura kankuama, caracterizada por el deseo de rescatar y preservar su memoria histórica y la coherencia y sentido que guardan a pesar del tiempo transcurrido. Lo hacen de diversas formas: a través del cultivo y la conservación de la música tradicional la gaita y el chicote, la celebración del Corpus Christi con sus recreaciones de danzas, las leyendas, así como la elaboración de la rica y variada artesanía en fique y la preservación de su territorio.
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Las festividades religiosas católicas traídas por los españoles fusionadas con ceremoniales aborígenes y africanos crearon nuevas expresiones, ligadas a manifestaciones ancestrales, creándose un sentimiento de arraigo que ha permitido encontrar razón de ser a los participantes al lograr identificarse con las raíces, al reconocerse en la tradición y permitirles afianzarse en el presente y proyectarse al futuro. Festividades como estas se forjaron en el crisol del aporte indígena, negro, criollo y mestizo.
A mediados de 1691 llegó uno de los primeros misioneros, el fraile agustino peruano Francisco Romero para adelantar diligencias apostólicas, comisionado por el Licenciado Melchor Espinosa, notario eclesiástico de la ciudad de Riohacha. Pasó por Valledupar donde recibió el apoyo del capitán Salvador Félix de Arias. El informe resultado de la visita fue consignado en el documento denominado ‘Llanto Sagrado de la América Meridional’, que es una ventana para conocer de los abusos, maltrato y explotación a que fueron sometidos los nativos por los encomenderos y sobre el estado de pobreza en que vivían.
Documentos históricos muestran el espíritu de organización económica, social y de solidaridad de los Kankuamos, quienes con su trabajo, producto de la huerta comunitaria construyeron el templo:
“Se haya al presente acopiada la teja necesaria, algunas paredes en dos tercias partes, construidas de adobes; la caña dentro del pueblo, con la mayor parte de la barazón, el dinero procedente de la roza de la comunidad en cantidad de más de trescientos pesos; los naturales afectos al trabajo y facilitan algunos bastimentos, siempre que se les dispense la contribución del medio tributo para con desahogo poder cortar las maderas, que están algo distante y arrearlas en sus hombros….” (A.H.N. Folio 810, noviembre 11, 1803).
Es en este intercambio donde se da la adopción de la celebración del Corpus Cristi en Atánquez, que asegura un espacio lleno de sentido, de fuerza, en el que se convoca a la comunidad para adorar y hacer las rogativas e invocaciones a los ancestros rescatando la identidad a través de pagamentos que se hacen en sitios especiales que dejaron los antepasados. En esta solemnidad son la guía para la procesión. Poderoso e importante ritual que incorpora elementos culturales derivados del entrecruzamiento.
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El recorrido de los danzantes tiene un sentido. Se detienen en sitio y hora específica para observar la salida del sol y danzar orientados por él. Para la comunidad esta danza es sagrada. Está dedicada a Cristo, que en este caso se expresa a manera de un ritual de compenetración vivencial, humano comunitario y rural, dándole el carácter de un cristianismo festivo, comunal, danzante.
Cucambas, Diablos y Negros. El Jueves de Corpus Cristi al amanecer comienzan a escucharse los golpes del tambor en la Lomita. Son los negros del palenque que tocan sin parar. Cantan los gallos. Se unen las cajas de los diablos y las cajas de las cucambas. Es el preaviso a los danzantes. Les llegó la hora de reunirse a los promeseros del Santísimo Sacramento. En la peregrinación el orden que observan es armónico. Van dirigidos por los capitanes, los portadores del conocimiento, los que indican los pasos correctos y los retoques de tambores y gaitas adecuados, los sabedores del “contenido”.
Nueve de la mañana. El multicolor desfile se acerca a la plaza, el repicar de las campanas se intensifica con la entrada de los danzantes a la iglesia. Los ‘promeseros’ concentran su atención al llegar al atrio de la iglesia donde se aglomeran. Para ellos esta manda o promesa al Santísimo es un compromiso muy grande. El Santísimo Sacramento está guardado en la Custodia. Es prohibido a los danzantes darle la espalda a la Custodia. Deben salir de la iglesia por la puerta principal.
Para la comunidad esta danza es sagrada. Según la tradición está dedicada a Cristo, que en este caso se expresa a manera de un ritual de compenetración vivencial, humano comunitario y rural, dándole el carácter de un cristianismo festivo, comunal, danzarín y ebrio, integrado a la espiritualidad humana y a la naturaleza, en donde cuerpo, espíritu, naturaleza y divinidad total se integran en esta ceremonia. Es la conmemoración de un Dios festivo, que comparte la condición humana: la música, la danza, la alegría, las expresiones populares de los creyentes. (Frank, Salomón, pag, año.)
Son variados los cantos de danzantes. De las cucambas están los siguientes:
“Soy el pajarito / que vengo de la Nevada más alta
a complacer a mis amigos / y a todas las muchachas”.
“Del cielo vide bajar / una corona imperial;
bendita y alabada sea / sin pecado original”.
“Soy el pajarito / que bajó de la Nevada;
porque tengo compromiso / de bailar a la Divina Majestad” (12)
Versos de negros
“Del palo sale la haba; / de la haba el narí;
no hay cosa más sabrosa / que el pan de caracolí.
Mayémba, mayémba, / Mauricia Cunganáre;
Ya viene de mangué / Con mi cebito de Flandes”
“Mayémba, mayémba, / Mauricia Canganáre;
Juana Mulungué; / Ya vengo de Flandes;
Mauricio / Mauricio / Mauricia Canganáre. (13)
De los diablos:
Se oye la caja e’ los diablos y también se oye el tambor
Se oye la caja e’ los diablos y también se oye el tambor
LOS RIESGOS DE LA EXTINCIÓN
Los cambios étnicos generados por el cruce social, cultural y socioeconómico incidieron para que los kankuamos fueran afectados como unidad racial, dándose un fuerte mestizaje desde mediados del siglo XIX.
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El período de finales de siglo XIX y principios del XX, fue en cuanto a producción agrícola y artesanal para Atánquez uno de los mejores, lo convirtió en un centro comercial muy importante, pero se acentuó el proceso de deculturación por la pérdida de costumbres tradicionales como el lenguaje y el vestido, imponiéndose el modo de vida de los criollos.
Aún subsisten aunque dispersos en distintos pueblos Guatapurí, Atánquez, Chemesquemena, La Mina, Las Flores, entre otros. Los caracteriza la búsqueda y deseo de rescatar y preservar su memoria histórica y la coherencia y sentido que guardan a pesar del transcurrir del tiempo. Acción que se refleja en el modo de ordenar el mundo y de cuidar el territorio que ocupan.
Por Giomar Lucía Guerra Bonilla