El rugby es quizá uno de los deportes más populares del mundo, tanto que en naciones como Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, entre otras, es el deporte nacional, pero en Valledupar no era conocido, o al menos no era practicado. Aunque desde el año 2012 las cosas empezaron a cambiar y el rugby se convirtió en una disciplina deportiva que empezaba a dar sus primeros pasos.
Como muchos deportes que se juegan con balones, siempre hay un inicio con una bola de trapo, y el rugby no sería la excepción.
En octubre del 2012 inició el sueño de varios jóvenes que buscaban otra alternativa al fútbol, fue así como el rugby los enamoró. De la mano de Andrés Felipe Toncel tomaron este deporte como su actividad predilecta, aunque sus primeros partidos como aficionados tuvieron una particularidad, y era que el ovoide estaba hecho de un material muy particular, un material que ha sido sinónimo de diversión.
Por aquel entonces, en Valledupar no había en las tiendas deportivas balones de rugby, por lo que Olga Toncel, madre de Andrés Felipe, y motor fundamental para la práctica del rugby en la ciudad, tuvo la idea de hacer el ovoide (así se le llama al balón de rugby por su forma ovalada) con trapos y pantalones que ya no usaban en su casa.
“Conseguir el balón de rugby era una tarea difícil, pues no lo había en Valledupar, fuimos a Barranquilla y tampoco lo hayamos, por lo que se me ocurrió decirle a ‘Pipe’ que hiciéramos un balón de trapo”, manifestó Olga Toncel.
La tarea apenas comenzaba. Esta labor tomaría horas y días para ir perfeccionando el rudimentario ovoide que haría felices a los jugadores, a los cuales no les importaba el material del balón, para ellos lo importante era reunirse cada tarde a jugar.
ASÍ SE HIZO EL BALÓN DE RUGBY
En una máquina de coser, Olga Toncel empezó a darle forma al balón que sería la sensación del momento para el grupo de jóvenes que soñaban con poder jugar el rugby de manera profesional.
El primer balón fue rellenado con aserrín, pero cuando este se mojaba quedaba muy pesado, lo que dificultaba el juego con los pies. Pero en el segundo intento las cosas funcionaron, ya que reemplazaron el aserrín por cascarillas de arroz, lo que redujo el peso y lo hizo más manejable.
Para que el balón no se rompiera, antes de ser forrado con la tela de jean, se utilizó como primera base material plástico, para que de esta manera no se humedeciera cuando cayera la lluvia.
“El balón lo fuimos perfeccionando con el pasar de los días, y aunque era una tarea muy dura todos pusimos nuestro empeño y en una semana quedó listo”, comentó Olga Toncel con una voz aplomada.
Los sueños de Felipe, que ahora contaba con Cesar Pineda (hoy director deportivo del Club Santos Reyes) como su mano derecha no se quedarían ahí, por lo que siempre estuvieron buscando la manera de tener un balón profesional.
Fue el padre de Andrés Felipe, Rafael Corrales Arzuaga, quien en uno de sus frecuentes viajes por motivos laborales llegó a Argentina, país en el que el rugby es muy popular, por lo que en su regreso a Valledupar, Ricardo Corrales le trajo a su hijo tres balones profesionales, sin embargo, el tan querido balón de trapo siguió siendo parte de la historia y fue usado para los entrenamientos.
Hoy día el balón de trapo reposa en el museo de rugby, deporte que en menos de diez años ha logrado escribir con letras doradas su propia historia y dar un paso grande, como fue la clasificación por primera vez de una selección de rugby del Cesar a los Juegos Deportivos Nacionales, Bolívar 2019. Y sí, hasta tienen museo.
Por: Robert Cadavid/ El Pilón