Trataremos hoy un tema que desde siempre ha faltado en cualquier tipo de sociedad, por donde el ser humano ha atravesado; se acentúa hoy y si se cumple es de labios para afuera, puro formalismo, es el respeto que debemos tener por nuestra naturaleza, animales y mucho, mucho más por nuestro semejante.
A lo largo de la historia, el reconocimiento a la dignidad humana no ha visto la luz sin lucha y conflicto. Han sido innumerables las revoluciones de los esclavos, los siervos, los pobres y miserables, las mujeres, los afros y los indígenas para lograr ser reconocidos personas dignas de respeto pertrechadas de una identidad que merece igualmente respeto. Se estima y afirmamos aquí, que es la experiencia del desprecio la que ha suscitado la necesidad de luchar por recibir aprecio.
Es precisamente la familia, donde los niños y quienes están por nacer sufren a menudo el maltrato y la falta de amor; en el Estado, donde una gran parte de la ciudadanía ven irrespetados sus derechos y en la falta social de reconocimiento de la propia valía, de los aportes que pueden hacer la sociedad.
Todos los seres humanos necesitamos el reconocimiento de los otros para llevar adelante una vida realizada, así de sencillo, precisamente porque el individualismo es falso, puesto que el núcleo de la vida social y personal no es el de los individuos aislados, que un buen día deciden asociarse, sino, el de personas que nacen ya en relación, que nacemos ya vinculados.
A no dudarlo, el vínculo del cuidado es el que nos permite sobrevivir, crecer y desarrollarnos biológica y culturalmente; pero, el reconocimiento mutuo de la dignidad, de la necesidad de comprendernos y de amor; además, de estima, es indispensable para llevar adelante una vida buena en el marco armonioso de la felicidad.
No se trata de reconocernos mutuamente como interlocutores válidos de los diálogos que nos constituyen porque somos seres capaces de un lenguaje; se trata también, del reconocimiento cordial, verdadero que nuestras vidas estén originalmente vinculadas, por eso importa hacerlas desde la compasión y comprensión. No es pedir perdón y dar un abrazo hipócrita; no es eso a lo que nos referimos, falta reconocer el respeto y reparación, no un formalismo.
Esta contextualización cobra una coloración especial, cuando se vive desde el respeto a la dignidad propia y ajena, desde la compasión a la tristeza y la alegría. Por tal razón es entendible que la virtud humana por excelencia es la cordura, en la que se dan cita la prudencia y la justicia.
Ahora, llevemos toda esta narrativa a los hechos reales que convierten a Colombia en un país desigual, donde no se respeta la democracia. Lo que acontece actualmente no es de poca monta; pues es el reflejo y testimonio real que la maquinaria dominante en el andamiaje político desde décadas que pisotean degradan e irrespetan la dignidad del Constituyente Primario.
Como experiencia personal, les manifiesto tengo amigos que leen nuestros escritos de derecha y de izquierda, ateos y creyentes, de un equipo de fútbol o de otro, a decir verdad no me gusta este deporte; fui Selección Colombia de Atletismo de 400 y 800 metros planos y representando al país, nos teníamos que aguantar que nos trataran de marihuaneros y coqueros sin serlos, caso real, sucedido en el VII Campeonato Suramericano de Atletismo, realizado en Concepción Chile; también, trato con lesbianas y gays y el común denominador con ellos, es el respeto.
Aterrizando, podemos refrendar que, en nuestro país, la democracia se hizo trizas, precisamente por el no respeto al concepto del otro. Es que se puede estar en lados y orillas opuestas, pero por favor que prime el respeto. Que nazca el respeto. El respeto se debe sentir de verdad no con hipocresía.