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El poeta, voz de su tiempo

BITÁCORA

Por: Oscar Ariza

La semana pasada Valledupar tuvo el privilegio de ser sede del  Décimo Octavo Festival Internacional de Poesía de Bogotá que se extendió hacia el resto del  departamento, recibiendo la  visita  de  grandes poetas latinoamericanos que vinieron a compartir con nosotros su percepción del mundo.

La poesía demostró una vez más que aún sigue vigente, sirviendo de puente comunicador entre el poelector  y la percepción del poeta escritor que se convierte en la voz de su tiempo, haciendo de la poesía una herramienta social y estética comprometida con la reelaboración del lenguaje.

Hacer poesía o escribir sobre ella, constituye una actividad apasionante, por el reto de volver la mirada al pasado o porque  escribir es empezar a soñar, como los niños que exploran detrás de las puertas en espera de un ángel disfrazado de hermosura, de un duende o una mujer como recién lanzada al mundo con la que puedan congraciarse aún sin entender aquellas pasiones que más tarde gobernarán sus almas; en todo caso,  enfrentarse al reto de escribir es desconcertante para cualquier poeta que desconoce, pero también niega cualquier fórmula o receta para escribir; a pesar de eso, la busca incesantemente hasta que logra encontrar su propia voz  poética,  porque se le hace intolerable explicarse en el lenguaje común.

Esa búsqueda interna lleva a que el poeta elabore su propio concepto de vida, a través de la poesía, a que siga los pasos al vestigio que ha forjado en él la capacidad de leer el mundo de manera distinta a otros artistas del universo. En este acto de lectura y escritura está envuelto un proceso estricto a través del cual el poeta se pone en contacto con su necesidad “el querer construir su propio mundo”.

Existe la poesía porque la realidad no puede golpear directamente nuestros sentidos ni la conciencia, ni podemos entrar en comunicación inmediata con las cosas ni con nosotros mismos. Si esto fuera posible, el arte no existiría, dijo el filósofo y poeta francés, Henri Bergson.  Escribir, entonces, entraña un gran compromiso ético y estético de todo escritor, especialmente sin son niños  o jóvenes de uno a cien años, como los poetas universales que nos acompañaron  en Valledupar; Ledo Ivo (Brasil), Pablo Armando Fernández (Cuba), Jaime Quezada (Chile), Juan Calzadilla de Venezuela, y de México Marco Antonio Campos y José Ángel Leyva, además de Ida Vitale y Enrique Fierro, de Uruguay.  Los poetas son seres humanos en plena e inacabable maduración, abiertos a todos los mundos posibles que les entrega el arte.

Unas de las formas de explorar el mundo a través de la poesía es sensibilizándonos, abriendo nuestros sentidos al universo, dejándonos poseer por el asombro, reconociendo en los olores, sabores, figuras y texturas la presencia de épocas, lugares, personas, recuerdos que ayudan a armar la gran colcha de retazos que componen nuestra existencia. Muchas veces los fríjoles nos saben a jabón o la zanahoria a medicina, el repollo a betún o el olor del mango nos transporta a lugares insospechados y habitados por el espíritu de la infancia. Federico García Lorca decía que el poeta debe llevar un plano de los sitios que va a recorrer con la poesía y debe estar seguro frente a las mil bellezas y las mil fealdades disfrazadas de belleza que han de pasar delante de sus ojos.

Cuando somos capaces de percibir todo lo que sucede a nuestro alrededor y comenzamos a despertar del letargo en que nos encontramos, para entrar en el mundo de la sensibilidad; una actitud que nos transforma en buenos lectores del universo, de las montañas, del patio de la casa, los ríos, los árboles o las aves,  comenzamos a acercarnos a la poesía, como elemento de inspiración.

Muchos defienden  la inspiración como la ocasión intempestiva en que nos llega una fuerza exterior y se posesiona sobre nosotros para hacernos producir. Creo firmemente que la inspiración es el estado de conexión en donde el creador percibe el mundo y es capaz de explicar cómo lo percibe a través de su obra;  la inspiración no siempre nos llega o nace de la espontaneidad; es necesario buscarla debajo de las piedras, en el eterno canto del agua o en las lecturas que hagamos de otros autores, sin que eso se convierta en riesgo de perder nuestra originalidad.

Ya lo decía Michael Foucault: “lo nuevo y lo original no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno”, pues el escuchar otras voces poéticas, como las que tuvimos en Valledupar, despierta en nosotros la estructuración de nuevas ideas, cumpliéndose así una de las misiones de la gran poesía: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo como lo dice Ernesto Sábato. El poeta entonces,  se fundamenta como tal, no tanto inventando como si explorando y descubriendo.

arizadaza@hotmail.com

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