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El poder de la palabra

Los tiempos han cambiado de manera increíble, de ayer a hoy. Por cuanta de los abuelos hemos aprendido que la palabra era sagrada, que en aquellos tiempos no había necesidad de respaldo de ninguna clase, no se requería de letras, ni cheques firmados como garantía por una deuda, ni se requería de un registro ante notario público; se empeñaba la palabra y se cumplía, pésele a quien le pesare.  “Palabra de gallero”, como prenda de garantía.

Hoy las cosas no son tan fáciles, los amigos que  no tan amigos ni firmando todos los  documentos del mundo cumplen con los compromisos adquiridos. Esto obviamente no es una regla general, pero una gran mayoría  infortunadamente padece de amnesia irresponsable. Se le olvidan las deudas y en ocasiones hasta de bravos se ufanan y de frente mar borran sus compromisos de la mente, un pase de  pícara magia y la deuda queda saldada sin haberla pagado. 

La evolución de la que hablamos parece haber traído también  un síndrome de irresponsabilidad que ha contagiado a muchas personas. Aquellos que mostrándose sumisos y mansos corderos se llenan de requisitos  para pedir un favor, pedir prestado un recurso, un equipo, algo. El problema es para pagar después o devolver de manera oportuna lo que le fue  facilitado de forma generosa por aquel que aún confía en la palabra del amigo.  Esto parece increíble pero es una gran realidad.

Todavía hay fenómenos de estos, incautos que en el seno de su hogar en el calor de su habitación, recinto sagrado de su intimidad, recibe al amigo y le brinda de manera generosa su apoyo. Basta que pase el tiempo para entender que ese tipo de amigos son más ruines que el propio enemigo, tenga la plena seguridad que del enemigo no recibiríamos esta  acción en el entendido que seguramente se abstiene de solicitarlo; tampoco nosotros lo haríamos. Con el supuesto amigo sí, pero nos estrellamos con la triste realidad.

“No dejes de ser buena persona a causa de las malas personas”, esta premisa nos lleva nuevamente a esa época fantástica del abuelo, del hombre serio y responsable, del que se alimentaba de las buenas acciones y su ética estaba cultivada por las actitudes positivas que promovía de manera especial; los principios y valores, un hombre de palabra. Quizás por éstas y muchas más  razones, nunca faltó el pan en el plato de su mesa, un bocado de comida jamás se le negaba a nadie: “Donde come uno comen dos”, frecuentemente le escuché a ‘Ma´reyes’ mi abuela querida; algo que replicó mi madre toda su vida y se podía dar el lujo de compartir con todo aquel que llegare a visitar.

El poder de la palabra se refleja en tu accionar. Lo positivo de la vida es atraer cosas serias y restaurar con buena energía los malos momentos, izar la bandera de la confianza y el respeto hacia los demás; aún estamos a tiempo. Sólo Eso.

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Eduardo Santos Ortega Vergara: