“…olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante…”: Filipenses 3,13.
Una de las cosas que más nos cuesta superar son las desilusiones y derrotas del pasado; pero cada reto que hemos enfrentado, cada adversidad que hemos soportado, ha traído alguna enseñanza positiva a nuestras vidas. Nuestro carácter se ha desarrollado, la fortaleza se ha incrementado, la visión se ha ampliado, con cada dificultad hemos podido experimentar una nueva faceta de la bondad de Dios.
Tal vez nos han ocurrido cosas injustas, alguien nos ha hecho mal, o nuestras malas decisiones nos han traído problemas; pero no es el pasado lo que nos define, el pasado solamente nos prepara para un futuro mejor. La mayoría de las veces, las cosas no nos suceden a nosotros como victimas, sino para nosotros con un propósito. Todas las cosas en conjunto suceden para nuestro bien; no significa que todo sea bueno o agradable, pero si mantenemos la fe, Dios sacará ventaja y utilizará cualquier circunstancia, por dolorosa que sea, para nuestro bien. Al fin, Dios no ensaya con nosotros, no juega al acierto y al error, porque él siempre es un vencedor.
Lo que ha quedado atrás no es nunca tan importante como lo que está por venir. Todas las experiencias por las que hemos pasado, han sido una preparación para estar donde ahora nos encontramos. Las decepciones, los retos y los fracasos no han estado destinados a destruirnos; han sido dispuestos para fortalecernos, para desarrollar nuestro carácter, para darnos motivación en alcanzar el destino que Dios nos tiene ofrecido.
Nos suceden cosas malas y la vida no siempre es placentera. No podemos controlar todas las variables que confluyen en nuestra cotidianidad, muchas veces no entendemos por qué nos llegan tiempos difíciles; pero lo que nunca debemos permitir es dejar que los inconvenientes del pasado nos impidan seguir adelante. Debemos negarnos a quedar estancados en el pasado.
Dios tiene un plan que lleva nuestro nombre, un plan maravilloso, lleno de bendiciones, de favor, de victoria. ¡Extendámonos hasta alcanzarlo!
La vida rara vez se ajusta a nuestras expectativas, las cosas no son tan sencillas como esperábamos y la frustración nos muestra su fea cara. Las desilusiones y los sinsabores pueden convertirse en obstáculos insalvables y hacernos caer en una vida de lamentos por lo que nos ha tocado vivir.
El lamento, la queja, la crítica y la murmuración son poco productivos, porque el pasado no puede ser cambiado. Solamente podemos aprender de él las lecciones necesarias para no cometer los mismos errores en el futuro.
Amado amigo lector, hay un expreso deseo de Dios para que nos movilicemos, nos extendamos hacia delante y nos libremos de la melancolía por los recuerdos de los errores del pasado.
Hay un solo camino que podemos recorrer y ese camino está por delante. No perdamos tiempo meditando en las derrotas del pasado, saquemos las lecciones necesarias de esas experiencias y démosle la espalda al pasado para encarar con valentía el presente, proyectando un futuro promisorio y lleno de esperanza.
Avancemos con paso firme hacia el futuro. La vida y los propósitos de Dios para nosotros están por delante. ¡Para atrás ni para coger impulso! Dios te bendiga con un futuro prometedor. Abrazos en Cristo.