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El nostálgico recuerdo del viejo Valledupar

Foto: Joaquín Ramírez

Casas de bahareque, calles empedradas, casa tiendas en las que funcionaban los almacenes más reconocidos de la época, conventos, un prestigioso colegio, el teatro Cesar, entre otros lugares emblemáticos conformaban el escenario ideal en el que transcurriera la vida de un pueblo que mucho distaba de lo que es hoy Valledupar.

Así se rememoran las características de antaño que distinguían al centro de esta capital que desde un principio fue epicentro del desarrollo y donde confluían las familias más reconocidas que dieron forma en gran medida al Valle del Cacique Upar, las cuales aún en la actualidad mantienen el legado y la distinción de ser los vallenatos auténticos, los que crecieron bordeando la plaza Alfonso López Pumarejo.

Sin embargo, la radiografía que se puede tener hoy de esta zona tan importante de la ciudad proviene más de la voz de esos mismos vallenatos que de la apariencia que actualmente tiene. Las nuevas generaciones podrán tener noción de sus raíces y el origen de una tierra que es más que música vallenata, aunque siempre ha estado orquestada por las melodías de guitarras y acordeones. La compilación de la historia autóctona de Valledupar y una ruta de turismo en las entrañas de su centro histórico siguen siendo una tarea pendiente que apenas se pone sobre la marcha.

A pesar de esto, vale la pena tomar un tiempo e imaginar con la narración pausada de reconocidos habitantes de esta parte de una capital que ya hoy va más allá de su centro, cómo fue ese viejo Valle, el que sobrevive en la memoria de los más adultos y que siempre recuerda al joven el encanto de su tierra.

En la memoria de la carrera quinta

Olga Uhía, por ejemplo, es una de las valduparenses que nació, creció y aún permanece viviendo a pocos pasos de la plaza central de Valledupar. Cuando recuerda cómo era esta tierra no puede evitar cerrar los ojos y narrar, como si lo estuviera viendo, su recuerdo de la calle del Cesar con sus vendedores. Menciona especialmente a la ‘vieja Paya’ en la esquina de la farmacia Mundial donde tenía un almacén, además menciona que alcanza a divisar el almacén Central, la cacharrería Gitana y toda la gente que acudía hasta este sector.

Lamenta entre tanto que ve “todo eso que se acabó, porque ya nada más se ven negocios y negocios y a nadie vallenato, raro el que se encuentra”.

En medio de su recuento explica cómo esta ciudad en ese entonces estaba compuesta por los barrios El Cañahuate y El Cerezo, de donde destaca que residía la legendaria Rosa García que hacía sus colitas con papeles de colores y la gente bailaba con velas encendidas.

De La Garita, otro de los barrios que colinda con el centro histórico, destaca las calles que todavía existen y varias familias que se mantienen allí como las Morales o los Meriño. Entonando un verso reseña cómo por la antigua calle San Cayetano pasaba el tradicional personaje de esta tierra, Chipuco, montado y cantando: “Me dicen Compai Chipuco, tengo las patas bien pintá con mi sombrero bien alón y pa remate me gusta el ron…”.

“Nunca me puedo olvidar de ese viejo Valledupar que se acabó”, dice Uhia, quien contrasta señalas que en ese entonces todos los días transcurrían tranquilos, las personas y familias eran hermanas unas con otras sin distinguir razas ni colores.

Con nostalgia enfatiza también en la desidia que existió por parte de la comunidad y que provocó que se perdieran importantes lugares religiosos como los conventos que estaban aquí. “No tuvimos el valor de defender sino aceptar que se acabaran porque Valledupar no tiene reliquias, no tiene historia porque todo, el colegio de Las Monjas, con una capilla hermosa, todo se acabó porque no se defendió”, reitera esta mujer de 78 años con su añoranza de los días pasados.

La Nueva Paciencia, precursora en el comercio de la ciudad

Alba Luque es, más allá de una conocida habitante de este sector fundacional, una de las personas que ha liderado la lucha permanente por darle al centro histórico de Valledupar el reconocimiento y valor que este merece por estar declarado como Bien de Interés Cultural de carácter nacional desde el 16 de junio del año 2000.

Creció en la imponente casa ubicada en la carrera séptima con calle 15 que se distingue por su colorido y vistosidad imposible de ser ignorada. Antes, dicho domicilio, de arquitectura colonial conocida como casa tienda, fue un importante almacén llamado La Nueva Paciencia donde la gente de entonces encontraba telas, elementos de fabricación alemana como cuchillos, tijeras, hachas, todos los instrumentos de labranza hechos en Estados Unidos, cotones, entre otros productos.

El padre de la señora Alba, don Jacob Luque, fue el promotor de La Nueva Paciencia, una casa tienda esquinera en la que se combinaban dos espacios, un gran local en la esquina y luego la parte de la habitación familiar.

Así como estas viviendas de especial arquitectura, señala la señora Alba, hay otras más en el centro como la de la calle 14 con carrera quinta que está completamente destruida, la de Oscarito Pupo, la de la centenaria señora Paulina Socarrás. Otras ya han desaparecido como la ubicada en la calle 16 donde ahora se ha construido un edificio comercial de cuatro pisos en la calle 16 y la ubicada en la carrera quinta que perteneció al señor Manuel Germán Cuello.

“Esa construcción fue muy común en la colonia porque eran lotes muy especiales, grandes, esquineros y tenían esa combinación”, explica Luque. Su padre antes tuvo, en asocio con su hermano José María Luque en el año 1922, otro almacén que funcionó en la carrera sexta que se llamó La Paciencia, por eso cuando se disolvió la sociedad y puso esta tienda la llamó ‘La Nueva Paciencia’.

Como no existían otros medios de pago como en la actualidad, las personas fiaban los productos que requerían, se hacía la orden, despachaban la mercancía y quedaba todo consignado en varios libros. Parte de ese organigrama lo conformaba un contador, “funcionaba todo con orden, eran registrados por el juez promiscuo del circuito, los folios eran rubricados”, recalca Luque.

De hecho, estos libros que recopilan toda la historia en particular de La Nueva Paciencia se conservan a día de hoy y en esta vivienda, en cabeza de la señora Alba, tienen el cuidado de mantenerlos como testigo del comercio de Valledupar.

Algo que distingue especialmente a este almacén es que fue el primer lugar en el que se comercializaron acordeones en la tierra del Festival de la Leyenda Vallenata. El señor Jacob que contaba con mulas para trasladar las mercancías empezó a traerles desde Barranquilla, donde adquiría los productos que luego vendía aquí.

“En esa época los acordeoneros tenían que ir a Riohacha o Barranquilla y esos eran viajes porque no había carreteras”, sostiene su hija.

El almacén cerró en el año 1986 cuando ya el señor Jacob, que falleció de 99 años, se encontraba cercano a los 80 años y se habían visto los cambios de esta zona, con la consiguiente oferta que crecía en el centro.

Así como la señora Olga, Luque destaca a algunas de las familias que residían en el centro histórico para esos años, así pues menciona a la familia Pupo o los Baute Uhía propietarios del emblemático Teatro Cesar.

Un lugar de arte en ruinas

Precisamente de este último lugar, el Teatro Cesar y del que hoy solo resisten las ruinas, Luque narra cómo fue uno de los primeros cines que hubo en esta capital y que en sus inicios no estaba cerrado, por lo que desde su vivienda, ubicada al frente, se le hacía sencillo seguir la película que se proyectaba en el momento por las impresiones del público asistente.

Después de esto fue consolidándose más y así le construyeron un techo y una platea llegando a estar para el año 1950 como un teatro con todas las especificaciones. “Era un anfiteatro, tenía sus escalones, sus sillas de hierro bien hechas, una platea y su escenario”, detalla Luque, quien hace referencia a que el lugar también era empleado para las coronaciones de las reinas del Carnaval y las conocidas en esa época como sesiones solemnes de los colegios, premios y graduaciones.

“Tuvo una connotación cultural importante para la ciudad”, reitera mientras que recuerda que en el Plan Centro que se hizo en los años noventa se recomendó la reconstrucción de este hito cultural.

Otros lugares con igual notoriedad fue por ejemplo el Café La Bolsa, otro escenario cultural en el que confluían en su mayoría los hombres de la época para conversar de política y otros temas de interés que en esos días ocupaban sus agendas. Así también se recuerda el inicio del Club Valledupar que se dio en una casa de la calle 16, conocida como Calle Grande, donde estuvo antes de ser trasladado a su lugar actual.

El convento de Santo Domingo

Un lugar que sin duda está en la memoria de las señoras Olga y Alba es este convento que en palabras de Luque fue en su momento el edifico religioso más antiguo porque se empezó su construcción en el año 1575 por parte de los padres dominicos que obedecían la orden de la reina.

“Lo alcancé a conocer, era completo y solo queda una torre”, sostiene Luque, quien hace referencia a que la estructura del mismo fue tumbaba a finales de los años 50 cuando llegó una idea de modernización a la capital

“Así acabaron con las partes más importantes del patrimonio”, sentencia, agregando que en dicho convento también se encontraban enterrados algunos de los personajes más emblemáticos de la historia de esta región, de los que no se tiene reseña por la falta de estudios arqueológicos.

Además de este convento existía en la carrera sexta el convento de San Francisco que lideraban los monjes franciscanos y había un tercer convento, en lo que es hoy la Casa de la Cultura, que fue el convento de San Cayetano que años después se convirtió en la Cárcel del Mamón, único centro de reclusión en esos años.

Aunque tristemente hoy algunos vestigios de estos lugares se sostienen como queriendo permanecer a la vista de los valduparenses y visitantes para no ser olvidados por la importancia que tuvieron en otrora, es innegable que este centro histórico ha echado de menos más interés para su conservación y protección.

Por el momento muchos nativos de diferentes generaciones siguen uniendo sus esfuerzos para que este centro histórico tenga la connotación que merece y se termine de constituir como epicentro de la vida de Valledupar más allá de lo rutinario que encierra hoy.

Por: Daniela Rincones Julio / EL PILÓN
daniela.rincones@elpilon.com.co

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