En el séptimo día mientras el señor descansaba de la creación del mundo, recordó que, en La Loma, un punto nostálgico del municipio de El Paso, no había puesto ni un solo músico.
Interrumpió su descanso aquella mañana sabatina de génesis y preocupado miró hacia este punto y repasó de memoria las virtudes que incrustó en esta bella tierra. Ahí estaban a la vista celestial un puñado de hombres y mujeres pujantes, una mina a cielo abierto asignada por el azar de la naturaleza, por el dardo de la suerte en la ruleta de la distribución de las riquezas, el rio calenturitas que serpenteaba inquieto en sus sabanas, las calles de las vacas, largas e interminables por donde se deslizaba el ganado orondo y gordo, pero, aunque todas esas riquezas fueron despachadas a grandes cucharadas, se sentía un silencio fantasmal.
Con un golpecito en la frente el señor cayó en cuenta de su olvido y exclamó: ¡La música!
De inmediato organizó una reunión extra, preguntando por aquí y por allá y apoyándose en los ángeles terrenales indagó sobre un músico disponible, eso sí le recomendaron que no lo trajera de otro lado, solo que mirara hacia la cabecera.
EL ESCOGIDO
Otro ángel más osado y bien informado sin miedo y con exactitud le recomendó: -Samuel Antonio Martínez Muñoz-
Dios que había escuchado de la disputa de Pedro Nolazco Martínez con el diablo, no se le hacían extrañas las hazañas de la familia Martínez y exclamó con precisión: ¡Claro, El hijo de Pedro!
En efecto de los músicos de ese tiempo el más parecido al carbón sin dudas era ‘Samuelito’ Martínez, enorme roca negra de una inteligencia descomunal, que ardía fácil para las piquerias, un combustible que reaccionaba con facilidad a los impulsos del corazón y presionaba los bajos y los pitos de su acordeón hasta hacerlos brotar unas notas sublimes.
Ante todas esas virtudes no le quedó otra a nuestro señor que revisar su creación y señalar con su dedo índice la calle nueva de esta hermosa tierra y enviarle un recado serio al juglar; con una frase que años después tiene un eco profundo: -Díganle que se venga pa’ acá pa” La Loma.
Por mandato divino ‘Samuelito’ llegó a La Loma, la parte más alta del municipio, un viernes de vientos cruzados de finales marzo a las 3:05 de la tarde y se quedó para siempre.
SU HISTORIA
Había nacido en El Paso un 2 de septiembre de 1922, en el hogar conformado por el legendario acordeonero Pedro Nolazco Martínez Y Filipina Muñoz Vázquez. La verdad que esta tierra no le era extraña, ya que su padre de niño lo traía a la posesión denominada “La ceibita”, ubicada en los límites de Potrerillo y Chiriguana. Su padre no solo le enseñó los viejos caminos de esta comarca también le impregnó su pasión por la música.
Pedro Nolazco nació en El Paso en 1881, en la hacienda ‘Santa Bárbara de Las Cabezas’, de la cual fue vaquero y llegó al rango de capataz.
Por este latifundio lleno de ganado y cantares de la escuela negra, pasaron todos los de primera y segunda generación, hijos de la escuela mayor que fue precedida por Sebastián Guerra y en la propia localidad de El Paso lo antecedieron en el acordeón Goyo Muñoz su suegro y abuelo materno de Samuel, considerado el acordeonero más viejo del mundo, quien terminó en las fauces de un caimán cuando estaba en la plenitud de la fama.
Nolazco fue maestro de Alejo Durán el primer rey vallenato, viajero de ganado y cantador, su padre, Rafael Martínez, fue apasionado por las gaitas y tuvo otros hijos acordeoneros como Braulio, Concepción y Encarnación.
Nolazco era un músico de una fortaleza física descomunal, tocaba una cumbiamba sin descansar en toda la noche por lo cual era necesario que varios cajeros y guacharaqueros se turnaran para acompañarlo, no tomaba ni fumaba como era común en los juglares de su tierra por temor a los hechizos de los adversarios.
HIJO DE LA MÚSICA
Samuelito era hijo de todo este proceso musical, de una magnífica interpretación y rapidez mental, le sacaba apuntes a cada situación y sucesos acaecidos demostrándolo en varios temas, protagonista de épicas piquerías con los hermanos Serna y los hermanos Durán enfrentándose a todos de manera extraordinaria que dieron origen a canciones que pasaron a la inmortalidad.
A Samuelito lo conocimos al final de sus días ya había perdido la vista, pero conservaba la lucidez del alma. Andábamos calentando el embrión de la literatura y con la idea perenne de ser escritores por eso quisimos escuchar sus mágicas historias.
En su taburete imperial y bien lucido en los lazos del alma nos recibió diciéndonos:
-Ustedes son hijos de mi primo Fernando Bordeth Martínez
Pese a la penumbra de sus ojos, conservaba la lealtad de su acordeón, quien se negaba abandonarlo a pesar de estar a merced de una vejez pedregosa que insistía en tirarle un manojo de piedras.
Los dos primeros piedrazos impactaron en sus ojos porque ya no tuvo la fuerza para levantar su acordeón e hicieran blanco en su instrumento, como si lo hizo en los albores de su juventud, cuando en Potrerillo logró escudarse con su acordeón de dos puñaladas que pretendían no dejarlo terminar un verso.
Pese a los embates se prometió a si mismo que las piedras que el tiempo insistía en tirarle, no le pegarían en el alma por lo que decidió ser esa roca fuerte como el carbón de su tierra.
Nos contó que compuso casi quinientos canciones donde narraba las historias de los amigos leales, de los amores tranquilos y de las piquerías fogosas.
La pérdida de la vista le había desarrollado el sentido del oído y se percató que apuntábamos cada detalle que nos daba al escuchar que pasamos la página de una vieja libreta, era un oído de músico educado y nítido.
SUS REFLEXIONES
Esa tarde mientras rumiaba los dolores de la vejez con voz placida nos dijo:
-Siempre me gustaron los amores tranquilos- y prosiguió convencido:
-Ustedes se imaginan pelear en las parrandas y pelear en la casa se acaba uno.
Pese a ser feroz, ligero de lengua y preciso en la ofensa en las horas de la piquería, en su casa con sus hijos era un ser tranquilo y sobre acogedor con días en que solo se le escuchaba el suspiro.
Si hoy estuviera vivo tendría 100 años, 36.500 días y muchas horas de piquería, donde estamos seguros que vencería, viviría en una Loma más grande y más poblada que aquella que dejó ese 27 de septiembre de 2004. Estaría bajo la sombra del palo de mango donde estuvo siempre, debajo de su sombrero de gloria y dando consejo gratis a las nuevas generaciones de repentistas y acordeoneros.
Seguro que estaría aquí vestido de blanco entero con una flor roja en su bolsillo derecho, caminando lento por la plaza del pueblo como aquel abuelo manso y centenario, pero con la fuerza para entonar El Johnson de Julio Blanco, Potrerillo, los lamentos de Juana, La Loma o una de sus otras obras.
Solo queda alzar la mirada al cielo entender que, en este jolgorio de sus cien años, ‘Samuelito’ estará en el calor de la plaza, en el dulce del helado que venden durante esta fiesta, en las canciones que se cantaran, en los versos de la piquería, porque aquí quedó sembrado el germen de su música y su mina abierta de canciones.
Estará aquí en espíritu con todos nosotros, porque la música está por encima de la muerte.
POR HERMANOS BORDETH/ ESPECIAL PARA EL PILÓN