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El matrimonio de Luis Enrique

En el año 1946 Luis Enrique Martínez logró comprar por mediación de un amigo una parcela en cercanías de El Copey y para allá se dirigió con mama Nati y su prole. Era el fruto de varios años de trabajo en Fundación aserrando madera en los montes del área, oficio de gran esfuerzo físico y peligroso en la tala de árboles y enfrentando serpientes, fieras y la malaria que hacía estragos en la época. El predio se llamaba ‘Tierra lejos’ y con el hacha y el machete comenzó a edificar un futuro halagador para su familia.

Los fines de semana en el pueblo comenzó alegrándole parrandas a los Pumarejo, naciendo entre ellos una entrañable amistad que se mantuvo a través de toda su vida, allí conoció a Rosalbina, la linda y cariñosa hija del señor Trinidad Serrano, un laborioso campesino que socolaba tierras para cultivar maíz y entregarlas beneficiadas a sus propietarios.

Sentidas serenatas, inspirados versos y alegres parrandas en su casa hicieron que el corazón de Rosalbina latiera al compás de las notas del acordeón de Luis Enrique. Se casaron a finales de ese año 46 en Caracolicito ya que en El Copey todavía no se había construido la iglesia. En bestias se trasladó el cortejo nupcial a la cercana población. Don Tito y Pachito Pumarejo, los padrinos de la boda, iban a caballo, los novios en mulas prestadas por el hacendado y los familiares y allegados en burros de buen paso aperados con su mejor angarilla y un buen garabato.

Después de tres días de parranda en casa de los Serrano, los recién casados se fueron en luna de miel para ‘Tierra Lejos’, esa bendita parcela llena de ilusiones y esperanzas. Esa primera noche los noveleros grillos del monte enmudecieron, las ranas de la charca se recogieron temprano, las luciérnagas se apagaron, el pájaro guacabo con su graznido nocturno de mal agüero voló a la montaña cercana y los perros no le aullaron a la plateada luna copeyana que como pocas veces sonreía presagiando la felicidad que por toda la vida los acompañaría.

El prestigio musical de Luis Enrique crecía y continuamente era requerido en fiestas familiares, veredas y pueblos cercanos con ausencias cortas, afanado siempre por regresar y darle calor al hogar. Rosalbina comprendió entonces lo que era estar casada con un acordeonero comprometido con su música, con los amigos y la noble causa del juglar y pacientemente lo esperaba y alentaba cuando ya el comenzó a viajar más distante como en aquel año 47 que se fue para Barranquilla, donde pudo realizar sus primeras grabaciones.
El año 48 quizás fue el más difícil en la relación de ellos, pues Luis Enrique con el guacharaquero Carlos Vélez salieron en una larga gira hacia el lejano puerto de El Banco dejándola con varios meses de embarazo. Fue una extenuante y dura travesía en bestia, a veces a pie y en ocasiones en camiones madereros, los únicos que se atrevían a circular por aquellas trochas de la época.

Los días pasaban, los meses no terminaban y Rosalbina desconsolada vio nacer su primer hijo, no había Marconi, mucho menos teléfono y tan sólo razones con algún viajero podía enviarle a su marido. Ocho meses después Luis Enrique regresó a su lado cuando ya Moisés, el pelao estaba casi gateando.
Ese fue el denominador común en la vida del juglar andariego y aventurero comprometido con su folclor, con los amigos y con la noble misión de cantar con un acordeón al pecho las historias de su tierra.

Julio_C._Onate_M.: