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El humanismo de Alberto Herazo

Alberto ‘Beto’ Herazo Palmera. FOTO/CORTESÍA.

Cuando se va un amigo se detiene una historia y se abre una herida. Los recuerdos sobre él se atropellan queriendo ser los más comentados. Se fue Alberto Herazo Palmera y dejó su bondad incrustada en el corazón de todos sus amigos, de todos los que lo conocieron, porque él era eso bondad, bonhomía constante.

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En esta casa editorial su figura era un referente del trabajo sencillo, positivo, constante y colaborador. No se negó nunca a una misión que le encomendara EL PILÓN, fue miembro del Consejo Editorial, columnista de muchos años, visitante asiduo de la Sala de Redacción, de modo que su bondad ha quedado aquí en todos los sitios para que al evocar su figura recordemos que fue grande dentro de su humildad, un ejemplo para seguirlo.

En su carrera de arquitectura se destacó por su trabajo eficiente en la oficina de Planeación Municipal donde trabajó por más de diez años; fue concejal y gobernador encargado del Cesar; ocupó otros cargos en la Gobernación del Cesar; fue presidente de la Sociedad de Arquitectos Seccional Cesar. Fue condecorado con las medallas Cacique Upar por la Gobernación del Cesar; con la presea María Concepción Loperena del municipio de Valledupar, pero en especial fue querido por su apoyo a todos los intereses de la ciudad que publicaba en sus columnas semanales en este diario. Nunca hubo una ofensa de su parte, sus escritos hablaban de humanidad, el periodismo humano, que esgrimía en cada uno de sus párrafos.

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Alberto Herazo Palmera estaba casado con Olguita Molina, su gran amor, era amante del folclor vallenato y tenía su grupo de amigos, que lo van a extrañar mucho, con los que se reunía en la Plaza Alfonso López a recordar anécdotas y añoranzas del ‘Viejo Valle’.

Por Mary Daza

Categories: Opinión
Periodista: