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El fútbol emplaza a la guerra

El fútbol es parte vital de las finanzas planetarias; los hombres jóvenes, fuertes, decididos y disciplinados son arquetipos de lo  que, se supone, se apropiarán los asistentes a los estadios, que sueñan con ganar  millones de US$ por patear. 

El hombre que puede pagar la boleta se cree superior a los que escuchan la justa por la radio, o la ven por televisión; y actúa de acuerdo a sus “principios”: ataca a los seres que ostentan la divisa contraria que están ubicados en la misma gradería, sin ninguna vergüenza, asistido por el anonimato y  por sus compañeros de divisa.


Un locutor emite; “Pero los nuestros, que ya no tenían nada que perder, se lanzaron locamente al ataque, ardiendo de coraje, hicieron toda clase de proezas. El estado físico de los muchachos no dejaba nada que desear, bajaban y subían incesantemente, y Coll, como un jefe guerrillero, (¡!) creaba peligro con cada uno de sus pasos”. 

¿Quién podrá establecer cláusulas para que los cronistas radiales se ajusten a ellas? ¿El tono de la voz, aunado a los verbos utilizados como proyectiles a la audiencia, son los adecuados para esos momentos de efervescencia? ¿Se debe prohibir la entrada de la hinchada con radios portátiles y celulares? Y los estandartes que los aglutinan, y por los cuales se pelean, que han sido y serán elementos de las guerras formales ¿Podrán prohibirse?
Después de graves enfrentamientos dentro de los estadios, que han dejado víctimas en ciudades colombianas, el gobierno envía la fuerza pública en manada a los estadios de fútbol, y eso representa un gasto adicional para mantener el orden público; porque además de que tiene que mantener tropa en cada lugar poblado, ahora tendrá que aumentar el pie de fuerza para contener a las hordas que esgrimen ¡el amor a un equipo de fútbol! como pretexto para agredir con intenciones asesinas a todo el que  luzca ¡un color! diferente.

Las medidas tendrían que ser extremas, quizás sería bueno que estuvieran separadas: los unos en oriental, los otros en occidental; a esto dirán los que se benefician con la venta de boletería, que no les interesa porque el llamado a la guerra es lo que llena las instalaciones y sus bolsillos.

Y además, el problema se trasladaría del todo a las calles adyacentes a esas infraestructuras, es lo secuencial, pero que también puede ser reglamentado por las mentes inteligentes y entrenadas para los efectos, que saben de estrategias para la guerra y están al servicio del Estado –y por tanto, para salvaguardar las vidas y bienes de los ciudadanos. 

Por Silvia Betancourt Alliegro

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