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Adiós Heroína

Todos los días la parca nos da un batatazo que nos parte el alma y destroza el corazón y hoy nos toca llorar por la muerte de Mireya Araujo Noguera, a quien Dios la llamó porque la necesitaba para que le ayudara a resolver problemas nuevos que se le están presentando, pues hay señales de huelgas, paros y desórdenes y parece que la delincuencia se ha infiltrado y él cree que ella es capaz de resolver lo que aquí todavía, ni con Angelino a bordo se ha podido arreglar.

Antes de los 18, estoy seguro y no lo he preguntado, se casó con Guillermo Mejía Echeverry y sin perder tiempo, año tras año vinieron al mundo Adiela, hoy, bisabuela, Anita mi querida tía, Santander el famoso “Santa”, Guillermo el querido “Memo”, Valerio, mi vecino los viernes a quien con deleite leo, Mireyita, Norma, María Doris, José Francisco, María Rita, Francisco Andrés, el avispao de Pacho y José Gregorio y no conforme con este lotecito crió a William y a Sonia. Sí esto no es un acto heroico no existe heroicidad; ahí hay de todo, como en botica, abogados, militar, arquitecto, economistas, administradores, pastor evangélico y un poco de cosas más, pero buenas.

Fue una mujer fuera de lote, que hace mucho tiempo cuando hizo transito del catolicismo al protestantismo tubo en la casa de mis compadres Avelino Romero y Raquel, una especie de seminario donde formaba líderes evangélicos y le conseguía todos los días desayuno a 40 niños, cuando ella a veces no tenía para su prole y con un auxilio parlamentario de un millón de pesos que le dio su hermano Álvaro, compró una casa en el barrio La Guajira y fundó el primer Banco de Sangre que tubo Valledupar.

Siempre la vi en la calle vestida de gris o de rosado, sirviéndole a la gente, impecable y elegante y ésta actividad la mezclaba con su trabajo para poder sacar adelante a sus 12 apóstoles, que en una época fueron 12 diablos, pues conoció muy temprano el rigor de quedar viuda, pero aún así logró su ideal y se nos fue llena de nietos, biznietos, tataranietos y quizás chorlitos, gozando de una merecida pensión que le proporcionó tranquilidad en sus años de vejez y que de hoy en adelante será de Pacho, que podrá darse el lujo de estrenar botas, fajón, gafas y sombrero texanos, acompañado de un fino blue jean y una camisa de cuadros también americanos y acabará con su famosas rifas, que cuando se le preguntaba qué quien se la había ganado, serio muy serio contestaba: quien más, yo, o voy a ser pendejo para que se la gane otro; además podrá darse el lujo de ir a la gallera y en primera fila apostarle a los gallos de su cría abastecida con huevos y pollos de todos los galleros del Valle.

Que vaina, que vaina, que vaina, se acabó el espacio, pero una petición: Mire, ayúdame con el Señor a que me reserve un puesto al lado tuyo, que mientras llega el día de la verdad, yo sigo ganándomelo con buenas obras y sirviéndole a todo el que pueda.

Adiós, adiós, adiós inigualable mujer, abnegada esposa, buena hija y hermana e insuperable mamá, adiós “heroína”, no se te olvide el mandadito, mi nombre es Jose, José M. Aponte Martínez, ese que tanto te quiso y tu quisiste con demasía.

Por José M. Aponte Martínez

 

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