Volver a vivir un Festival Vallenato presencial, luego de dos años de pandemia por el Covid 19, representa, sin lugar a dudas, una muy buena noticia para la música y la cultura del Caribe colombiano. En efecto, el encuentro de cientos de acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, cantantes y compositores, y – en general- de miles seguidores de esta música, otra vez a finales del mes de abril, como se hace desde 1967, hace imperativo darle gracias al Santo Ecce Homo, el Patrono de la Ciudad.
El magno evento se había convertido en una de las fiestas populares más importantes de Colombia y de América Latina, solo comparable, quizás, con el Carnaval de Río de Janeiro, en Brasil, o el Festival de Viña del Mar en Chile, en un continente producto del mestizaje apasionado y violento, a veces, pero alegre, también, entre el indígena nativo, el blanco de Europa y el negro africano.
Solo una pandemia como el inefable Covid pudo frenar el crecimiento que, año tras año, traía el reconocido Festival de la Leyenda Vallenata, cuyo origen religioso ya quedó en el olvido, para darle paso a una gran y monumental fiesta pagana, que rinde tributo a ese instrumento exótico, como es el acordeón, a la caja, la guacharaca, y a unos versos llenos de poesía, cuentos y leyendas, propios de una región que se expresa, vive, ama, llora y ríe cantando y bailando.
A pesar de la magia de los primeros festivales, que alimentó la imaginación de un escritor que luego ganaría el Premio Nobel de Literatura, en 1982, el legendario Gabriel García Márquez, hoy un ícono universal, nunca nos imaginamos que el evento tomaría la fuerza que cogió, en una verdadera “hojarazca” que atrae a propios y extraños, enamorados por cuatro ritmos musicales: son, paseo, merengue y puya, a partir de los instrumentos primigenios: acordeón, caja y guacharaca.
La realización del Festival de la Leyenda Vallenata además de ser una fiesta que nos regocija y significa un reencuentro con nuestra esencia como personas alegres, también representa un hecho económico de la mayor trascendencia para la capital del Cesar. Los miles de turistas, que llegan de muchas partes del país y del mundo, algunos los estiman en cerca de sesenta mil personas, representan unos buenos ingresos para el comercio, el sector hotelero, los restaurantes, los estancos, las ventas de comidas callejeras, las artesanías, entre muchos otros, incluyendo el gremio de los músicos y compositores, que viven su cosecha.
Con un promedio de consumo por turista de dos millones de pesos, según cifras de la Cámara de Comercio de la Ciudad; el escenario más optimista indica que le llegan a Valledupar entre ciento veinte mil y cien mil millones de pesos. También llegan cientos de turistas de más alto nivel de consumo, que vienen se gozan y la fiesta y vuelven, y hablan bien del Valle. Los menos optimistas calculan la magnitud de la bonanza en unos cincuenta o sesenta mil millones de pesos; sin contar otros recursos a través de patrocinios, publicidad, etc.
Es necesario construir una metodología adecuada entre todos: empresarios, gremios, sociedad civil y gobiernos locales, que nos permitiera estimar mejor lo que representa el Festival para la economía de Valledupar. Y mejorar la atención a esos miles de turistas, y poderlos atraer, también, en otras épocas del año, aprovechando las vacaciones escolares, o a finales de año, en Diciembre, con otros eventos como música vallenata para jóvenes, vallenato en guitarra, o en bandas, instrumentos en los cuales también se oye y se disfrutan bien estos cantos. Que siga la fiesta, señores turistas a disfrutar, sanamente, esta vez en homenaje a ese gran cantante, Jorge Oñate, el Jilguero de América.
Bienvenidos, ¡Ay hombe¡.