Decía sabiamente mi padre que cada quien labra su destino. Cierto es, por lo general personas que se descarrilan terminan mal en el cementerio o en manos de las autoridades.
Lo incomprensible es y a la vez es tema de reflexión cuando hombres de bien parten hacia la eternidad a prematura edad. Es el caso de la reciente e inesperada partida del maestro Omar Geles Suárez, quien sin previo aviso en la etapa más importante de su vida dejó huérfana a una sociedad de seguidores quienes admiraban y disfrutaban de su magistral talento.
En la plaza y en todos los rincones del valle se escuchaba que san Pedro le cursó invitación abriéndole las puertas del cielo porque necesitaba del talento del artista para distraerse en sus momentos dulces y disfrutar de su afamada y sonora acordeón.
Suelen afirmar que en la vida eterna las almas que se encuentran, allá también se enamoran, tal vez el señor del cielo lo quería allá para que deleitara con sus mágicas composiciones a las almas abatidas por el sosiego que causa el amor.
Conocí a Omar Geles cuando éramos muy jóvenes, por allá en 1986, en ese año ya se hablaba de su talento, por ello con José Rodolfo, mi primo, fuimos en su búsqueda a casa de su madre en el Simón Bolívar, después de conversar animosamente con él, logramos contratarlo para que animara una concentración del partido liberal auspiciada por mi padre Pepe Castro.
Luego ingresó a culminar estudios secundarios en el colegio militar a cargo del capitán Miguel Salgado Hadad, desde allí saltó al estrellato musical iniciando su carrera artística con Miguel Morales, líderes de la agrupación Los Diablitos del Vallenato.
Definitivamente fue un talento y polifacético en su arte, compositor, acordeonero, cantante, productor y artista de televisión. Sus seguidores jocosamente sostienen que el Cacique aburrido le pidió al señor que solicitara su presencia con el fin de terminar allá en el cielo junto con Oñate, Martín, Calixto y Rafael Orozco la parranda que una vez iniciaron en el valle y en la que Diomedes le pedía a Omar: “Toque el acordeón.”
Siendo muy niños Roberto su padre le regaló a su hijo Juan Manuel un acordeón y a Omar un tambor, a este no le gustaba el sonido de la caja por ello a escondidas tomaba prestado el sonoro instrumento de su hermano con quien tenía rencillas por lo celoso y cuidadoso, característica que siempre ha distinguido a Juan Manuel. Finalmente, este nunca aprendió a ejecutarla mientras que Omar se coronó con ella como rey aficionado en 1987 y rey vallenato en 1989. Así son los ‘Caminos de la vida’.
Por: Pedro Norberto Castro Araujo