El consumo exagerado de alcohol es una de las causas que deteriora la calidad de vida en nuestros pueblos. Es una vieja costumbre que los hijos han heredados de sus padres, y generalmente de los padres que viven en la zona rural y tienen ciertas limitaciones económicas y no hacen los esfuerzos pertinentes para que sus hijos estudien y orienten su proyecto ético de vida.
Esa mentalidad conformista de creer que si se nace en el campo laborando de manera rústica la tierra, los hijos tienen que hacer exactamente lo mismo.
Una de las cosas negativas que llama la atención, cuando uno llega un fin de semana a cualquier corregimiento del Valledupar, es el alto volumen de la música en las cantinas y la presencia de jóvenes y adultos que desde tempranas horas empiezan las faenas del consumo de alcohol. El horario que en teoría existe para estos establecimientos, las autoridades no los hacen cumplir.
El apego por las cantinas en los pueblos se ve en algunos barrios periféricos de la ciudad, porque en el centro ya se habla de estancos o de estaderos. También en estos lugares, especialmente en fines de semana, los altos volúmenes de los equipos de música, las aglomeraciones de asistentes y de vehículos sorprenden a los vecinos y a los transeúntes. Se observan las mesas repletas de licores y emociones, y en esos instantes nadie se queja de bajos salarios, del desempleo, de los altos costos de los alimentos y las facturas de Electricaribe.
Nadie niega las delicias de unas copas de vino, pero lo importante es aprender a beberlo, de manera mesurada deleitarse de sus placeres; dominarlo, no dejar que sus efectos obnubilen la conciencia y los lleve a la trampa de las redes de la dependencia, de la irresponsabilidad y detrimento de las relaciones familiares. Lo cierto es que en Valledupar y su comarca la gente es muy dada al consumo exagerado de licor. Siempre hay un pretexto para darle rienda suelta al espíritu festivo. Y lo preocupante que cada día los jóvenes empiezan a más temprana edad a libar los sabores del licor. Campañas pedagógicas a nivel oficial deben articularse con las entidades oficiales y las instituciones educativas. Y las autoridades correspondientes deben ser vigilantes para que los lugares donde se expenden licores se sometan a los reglamentos y al estricto cumplimiento de los horarios de atención al público.
Infortunadamente, por entregarse a las frivolidades del consumo de alcohol, muchos jóvenes pierden las oportunidades de desarrollar sus talentos. Es necesario buscar las maneras de impedir que continúen estas situaciones. El compositor de música vallenata, Marciano Martínez, nos regala estos bellos versos de profunda reflexión humana: Dizque por gozar la vida, de mis años derroché los mejores, a las cosas vine a dar sus valores, cuando las tenía perdidas. Verdad que Dios tarda, pero no olvida; con qué pago el precio de mis errores.