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La UPC se levanta de sus cenizas

Las últimas administraciones de la Universidad Popular del Cesar terminaron por sumirla en una postración absoluta, en la que el deterioro de su estructura física y académica terminó por afectar el ambiente universitario. El escenario era deprimente hace algunos meses; salones sin pupitres y con las puertas caídas, los pisos de los pasillos y escaleras destruidos, laboratorios sin insumos y un olor nauseabundo en los salones del cuarto piso a causa de la invasión de los murciélagos y las palomas.

Todos estos años de desastre han servido para corroborar que tanto discurso demagógico de quienes aspiran y llegan a la rectoría, no es sino la consecuencia de la arrogancia, la soberbia y la avaricia con la que se ha pretendido manejar los destinos del principal centro de formación superior del departamento del Cesar.

Hace más de una década algunos no soportaban que Roberto Daza Suárez hubiera llegado a la rectoría y pese a todos los ataques y descalificaciones que se le hicieron, la universidad pudo despegar de ese nicho de comodidad en la que había permanecido con cuatro carreras, y aumentó su cobertura para abrirse paso a la región.

La soberbia académica y política luchó por desacreditar lo que se había alcanzado y traer a alguien de afuera para que rigiera los destinos de la UPC, hasta cuando lo logró. Entonces empezó el periodo de los odios, los rencores y las persecuciones que terminaron modelando la conducta de muchos de quienes habrían de venir a liderar.

El germen del abandono y la desidia se plantó y creció, a tal punto que la universidad comenzó a perder su norte y cayó en un periodo de inestabilidad en la que entraban y salían rectores al antojo de políticos e intereses grupales, mientras la academia perdía credibilidad y la estructura física existente se deterioraba, pero en forma extraña se anunciaba la construcción de nuevos edificios.

Por primera vez en tantos años que llevo como profesor de la Universidad Popular del Cesar, veo un rector que sin tanto discurso y más con su accionar, sin la arrogancia académica de gritar a los vientos los títulos, sale del bunker rectoral, para demostrar amor por la universidad, hablando menos y actuando más. Me parece positivo que el rector Carlos Oñate ronde por los salones de clase para supervisar el desarrollo de las mismas y para interactuar con los estudiantes, un rector que en medio de la crisis en la que quedó la UPC se atreva a convocar a todos los estamentos para trabajar a favor de la universidad, sin odios, sin rencillas y sin prevenciones.

Los cambios que empieza a tener la UPC en su planta física y en su estructura misional me hacen recobrar la confianza en que sí podemos recuperar la credibilidad de nuestra alma mater, en que sí podemos redireccionar el rumbo de la Universidad.

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