Félix Alberto siempre quiso que Jorge Oñate le grabara alguno de sus versos. Y, aunque el hado así no lo dispuso, sigue hilvanando letras para su intérprete favorito. Dice que Diomedes Díaz, fallecido en el 2013, y Alfonso ‘Poncho’ Zuleta, han hecho lo suyo en la historia de la música vallenata, pero que Oñate es Oñate. Habla de él en presente, como si aún viviera. Lo admira porque fue el primero a quien escuchó y se deleita refiriendo la inolvidable unión musical del artista con los hermanos López, de la que dice fueron bodas de oro. Y con Emilianito, ‘Colacho’ y otros acordeoneros por ahí. Que todo pegó y no tuvo presa mala.
-Ojalá la vida le regale otra oportunidad al ‘jilguero’. Está mal, muy mal –dijo- por los primeros días de febrero de 2021, semanas antes de que Oñate falleciera debido a complicaciones respiratorias en el Hospital Pablo Tobón Uribe, de Medellín.
Félix Alberto Socarrás nació en 1956, en Los Tupes, corregimiento de San Diego. “Es nacido y criado aquí en este pueblo”, afirma Yolanda Muñiz, su compañera de vida, mientras prepara el desayuno. –Mi papá había resuelto nombrarme Felixberto, así, de corrido, pero un cura, a quien le decían el padre Ríos, puso pereque y dijo que ese nombre no era español y entonces quedó así, Félix Alberto –declara. La anécdota más recordada sobre su nacimiento, muere a risa. Una vez encontró discutiendo a dos señoras -María Jacinta Maya y Rosa Torres- sobre cuál de ellas habría sido la comadrona de su parto.
La mañana es lluviosa. El gorgoteo taciturno del agua ocupa de tal modo el ámbito del lugar que permite la impresión de que el mundo entero se halla sumergido en ese estado de dejadez, parecido a la paz de los sepulcros. El camino principal de la aldea es empedrado y bien podría dar pie a la imaginación de algún río caudaloso que antaño se precipitaba por ese lecho.
LOS TUPES
Durante la época de la colonia, en el territorio que hoy corresponde al corregimiento de Los Tupes, había un importante lugar de culto para los indios ‘Tupes’, también conocidos como ‘Orejones’ o ‘Tomócos’, pertenecientes, a su vez, a la familia lingüística Caribe.
En muchas de las crónicas de los conquistadores españoles se ha testimoniado sobre el carácter belicoso de la etnia, las emboscadas, los levantamientos y ataques sorpresivos que emprendían en contra de los denominados pacificadores.
La plaza principal está ornamentada con flores trinitarias, plantas florales de aster, árboles de higuito, guayacán, mango y caucho. En sus márgenes se ubica la capilla colonial Santa Ana de Los Tupes y el cementerio. En la casa de Félix hay una vieja radio por la que suena el vallenato ‘Panorama’, de la autoría de Adriano Salas e interpretada por Enrique Díaz. Leonel Becerra viene a acompañarlo, es su compadre. Tiene el cabello entrecano y ensortijado, su dicción es trémula; sus pasos, serenos y sus ojos, ajenos al fulgor de los colores, se empiezan a cubrir de tinieblas. Félix, en cambio, es de andar recio, voz estentórea y ademanes resueltos. Al ser consultado por su cercanía con Oñate, responde con modestia.
-Con Oñate tuve una pequeña amistad. Yo vendía miel de abejas y él siempre me compraba de ocho a catorce frascos.
Y enseguida, haciendo gala del conocimiento que tiene sobre ‘El jilguero de América’, se apresura a reseñar un dato sobre sus inicios en el género vallenato. Es que cuando el tema conmueve lo suficiente, la palabra está ahí, a flor de piel. Las preguntas quedan a medio camino.
-A Oñate, como a muchos otros cantantes, lo sacó fue Emilio Oviedo. ¿Te acuerdas del tema ‘Campesina vallenata’? Bueno, esa la grabó con él. Lo que pasa es que Emilio fue de malas con los cantantes; sacaba uno, dos elepés y lo dejaban abandonado.
Leonel entra con parsimonia al patio de la casa de Félix y éste lo advierte de inmediato. –Allá viene el compadre Leone –dice. Lo presenta y señala para él una silla que parece estar reservada de antemano. –No, compadre, el muchacho, que es periodista, vino para que le contemos historias del pueblo y también necesita escucharlo cantar. ¡Como usted también tiene su repertorio! –repone Socarrás. Leonel sonríe con candidez ante la cortesía. Le estrechó la mano y me presentó. –¡Ah, usted es de La Paz, de los Gutiérrez! Mucho gusto –declara.
Atesora un remanente valioso de la memoria histórica de Los Tupes. Los versos de su autoría que se permite cantar parecen estar atravesados por la angustia y la impotencia que vivió durante la madrugada del 30 de mayo de 2001, cuando integrantes del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia irrumpieron en la población y asesinaron con sevicia a ocho personas, cinco de las cuales eran menores de edad. Queda pensativo por unos segundos, quiere recordar con exactitud.
-Si de pronto se me olvida alguna parte de la canción, usted me disculpa. –Tranquilo, respondo, adelante.
Una canción yo le pido a Dios/ una canción donde pueda yo/ Calmar mi sufrimiento/ expresar mis sentimientos/ Y decirle al mismo Dios lo que siento/ siento una pena/ Siento un dolor/ que se apodera del corazón/ Mi vida doy porque cese hoy/ mi vida doy por quererla más/ Tanta indolencia no puedo ya/ tanta violencia no quiero más/ No quiero más/ se acaba un pueblo/ Tanto pedirle y rogar al Dios del Cielo/ la justicia divina yo sé que es muy clara/ Porque Dios nunca olvida ni desampara/ a sus hijos en la tierra que creen como yo/ Y que muchos veneran/ creen mucho en Dios.
Leonel también está hecho del aire y del polvo de Los Tupes. Nació en junio de 1945 y desde muy joven se dedicó al “pequeño comercio”, único oficio que, según dice, podía realizar, debido a las cataratas que nublaron su vista desde el nacimiento. No consiguió tener hijos con su esposa Andrea Amaya, que falleció en el año 2006. –Tuve la desdicha de perderla ese año –asevera- con un dejo de nostalgia. Hoy, cualquier visitante desprevenido podría llevarse la impresión de que es un ser solitario, pero ¡qué va! Todos los días recorre los caminos de la comarca, saluda a los vecinos, y llega al patio de su primo William Daza a regar un jardín.
CANCIÓN PARA OÑATE
La lluvia ha terminado de escurrirse por las hojas y tallos de la vegetación, dejando un hálito de humedad y el aroma fresco de petricor. Un loro gorjea con estridencia. Con la promesa de dedicarle a Leonel un espacio exclusivo al final de la entrevista con Félix, retomamos la plática sobre Jorge Oñate. Estos compadres saben que todo recuerdo, triste o alegre, debe convertirse en canción para sobrellevar el tedio.
– ¿Oñate llegó a conocer alguna de sus composiciones?
-Sí. Una vez, en ocasión de las fiestas patronales de La Paz, año 1982, le canté dos estrofas en el Club de Leones. Dice una: En un tiempo fui el alma del pueblo/ ahora soy el obrero cantor/ Radicado en el campo me encuentro/ porque ahí tengo mi gran salvación/ La mujer y los hijos que tengo/ diariamente tienen mi calor/ Yo soy el hombre que he puesto el ejemplo/ de buen padre aquí en nuestra región.
Y la otra, dice así: Me despertaron las aves/ con su trinar/ Con su canto/ me llenaron de emoción/ Luego mi alegre compadre/ llegó a la casa a buscarme/ Me llevó un frasco con ron/ me dijo vamos a la calle/ A casa de la vecina/ a darle gusto a la vida/ Vamos a hacé’ un parrandón.
Pero Felixberto fue más allá. Entre 1987 y 1988 le compuso un merengue que tituló ‘El papá de los cantantes’ y Johnny Becerra, un primo suyo, se lo hizo llegar a Oñate y la respuesta del cantante fue que “se lo enviaran en un cd”.
-Grabar la canción ahí en un estudio que tenía ‘Beto’ Ferias, en San Diego, me costaba 150 mil pesos. Yo nada más cargaba 100 mil, que eran para la semana de comida.
“Años después, me encontré con él en el Valle, en el Ministerio del Trabajo. Me dijo que había quedado esperando la canción. Le respondí que no se lo había mandado porque me cobraron 150 mil y yo nada más tenía 100 mil pesos que eran para la semana de comida. Oñate se echó a reír y yo le dije que no podía dejar a mis hijos sin alimentación”.
-Entonces, ¿usted tuvo la emoción de que Oñate casi le grabara una de sus letras?
-Claro. Principalmente esa, en la que lo nombro y narro su historia. Se llama ‘El papá de los cantantes’. Dice: Mañana o pasao’ que muera/ gran recuerdo quedará/ Dirá la gente allá en La Paz/ nació un famoso cantor/ Que entre todos fue el mejor/ y nunca tuvo igualdad/ Nunca pedía explicación/ cuando se ponía a cantar/ Lo llamaron el ruiseñor/ y el jilguero del Cesar.
Félix no muestra tristeza al recordar a su ídolo. Hay más bien una fuerza en sus palabras que envuelven de vida la imagen del memorable cantor de La Paz. Ahora, quiere establecer contacto con los hijos del desaparecido artista. Está componiendo una nueva canción que “si Dios me da vida”, dice, la presentará al cumplirse un año de su fallecimiento. La ha titulado ‘Soy el Folclor’. Tiene una estrofa y quiere agregarle otras tres.
Amigo soy el folclor/ soy el folclor vallenato/ Vivo lleno de dolor, de tristeza y de pesar/ con los golpes que me dan/ En el alma a cada rato/ se me han ido de mi lado/ Los artistas que me han dado en la vida mucho valor/ y esta es toda la razón/ Para que este corazón/ viva triste y consternado.
Por Alexánder Gutiérrez Navarro