Las trabajadoras de la primera infancia de los Centros de Desarrollo Infantil, CDI, del departamento del Cesar, recorrieron ayer las calles céntricas de Valledupar bajo el inclemente sol gritando a viva voz el “desespero” y la “preocupación” que las agobia desde que la plataforma digital ‘Betto´ es el nuevo mecanismo de contratación para los operadores del CDI.
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La presidenta del Sindicato de Trabajadores de la Primera Infancia del Cesar y La Guajira, Elena Díaz, habló de manera contundente frente a las inmediaciones de la Gobernación del Cesar y la sede regional del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, sobre las necesidades de alrededor de 400 mujeres que han entregado 40 años de servicio a los infantes del Cesar.
Aunque su voz ronca flaqueaba por los cantos de protesta que entonó kilómetros anteriores a la llegada a dichas entidades, no dejó de gritar con fervor el dolor e incertidumbre que sienten estás ‘madres sustitutas’ de dejar a sus grupos de 20 niños para siempre.
A pesar de su cansancio y agitación por las cuadras recorridas, Díaz expresó con seguridad que las trabajadoras de la primera infancia del CDI Guatapurí, CDI Nueve de Marzo, CDI La Nevada, CDI Las Margaritas, CDI las Azucenas, CDI Jazmín, CDI El Rosal, entre otros, están luchando por mantener más que un trabajo la “vocación de sus vidas”.
Recalcó que la plataforma ‘Betto’ deja por fuera de la contratación a las Asociaciones de Padres Usuarios, que durante 40 años han contratado a mujeres cabeza de hogar y preparadas en educación inicial para educar y atender el futuro de la región que son los niños.
Con desespero en sus ojos afirmó que las fundaciones seleccionadas por el ‘Betto’ “solo van a respetar la contratación de las madres comunitarias”, pero ella y las demás trabajadoras de la primaria infancia están en riesgo de no seguir ejerciendo esta labor a la que le han dedicado años de sus vidas porque serán remplazadas por una plataforma moderna que determinará el futuro de la atención de los niños.
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PEQUEÑOS QUE CRECIERON PARA LA SOCIEDAD
Bajo la sombra de un árbol en las inmediaciones del Colegio Nacional Loperena de Valledupar, María Carrillo, trabajadora de la primera infancia, recuerda con una amplia sonrisa en su rostro que en los 21 años que lleva de servicio alrededor de 421 niños de cero a cinco años han estado a su cargo.
A pesar del calor, cansancio y el estrés al que estaba sometida la mañana de ayer, su alegría al recordar todos los niños que atendió y que actualmente son profesionales y trabajadores honrados de la sociedad no permitió que perdiera la esperanza en seguir ejerciendo esta vocación que llena su alma.
Con entusiasmo relató: “A las siete de la mañana aproximadamente el CDI Las Margaritas donde trabajo está abierto para que los padres de familia dejen a sus hijos a mi cuidado. Es muy satisfactorio ver que niños que tuve a mi cargo actualmente son adultos profesionales. A cada niño le dediqué el amor que tengo para con mis hijos”, manifestó Carrillo con una pizca de tristeza en su voz.
Una melancolía parecida se percibe en la voz de Ana Rivero, trabajadora infantil que durante 35 años ha visto ir y venir incontables niños que ahora son como sus nietos. Con una gafas prominentes de marco color azul, esta vallenata recuerda con alegría como los niños llegan al salón que está a su cargo contando pequeñas historias sobre lo que les sucede en sus casas.
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Apretando cartillas y fotocopias de lecturas infantiles contra su pecho comentó con tristeza: “Solo puedo ser trabajadora de la primera infancia, no hay otro oficio para mí en esta tierra”, aseveró mirando sus zapatos en señal de derrota frente a un sistema que no la tendrá en cuenta para seguir viendo “crecer y dar sus segundos pasitos” a los infantes que se hacen que su vida tenga sentido.
LAS NECESIDADES QUE SUBSANAN
Sentada en una silla portátil, María Guzmán, trabajadora de la primera infancia, mirando de reojo una planilla de asistencia, manifestó que la labor que desempeña ella y sus compañeras es de vital importancia. Con una chispa de enojo en sus ojos señaló que muchos padres de familia no tienen el tiempo para educar a los niños en la etapa más crucial de su formación que es de cero a cinco años.
Debido a que un número significativo de acudientes no tienen la paciencia y apego fraternal necesario para criar un niño, teme que al no renovarse la contratación, los 20 infantes a su cargo sufran por la falta de atención de sus padres. Con alegría expresó que en la jornada educativa los menores hacen actividades manuales y cantan canciones para mejorar la vocalización, ejercicios para una mayor destreza motora y actividades de convivencia que los ayuda a olvidar los problemas que puedan existir en sus hogares.
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Comentó que muchos niños viven en hogares conflictivos y eso hace que necesiten todo el amor posible para que no crezcan con resentimientos. “No cualquier persona está capacitada para cumplir esta labor y me da temor que quienes nos remplacen no puedan hacerlo y los niños sufran”, enfatizó.
Por: Namieh Baute Barrios / EL PILÓN.