El deambular de nuestros juglares, campesinos naturales, por inhóspitos, pobres y feraces pueblos de la región, los llevó a vivir situaciones insólitas que el mundo conoció después convertidas en exitosas canciones que traspasaron las barreras geográficas y del tiempo en diferentes versiones.
El colosal Gilberto Alejandro Durán Díaz fue portador y protagonista de miles de este anecdotario que hoy enriquece la música vallenata, desde que partió muy temprano de la hacienda las cabezas en El Paso, donde trascurrió su niñez y adolescencia, hasta llegar a Barranquilla donde vivió cinco años, Magangué tres, Montería, Sahagún y Planeta Rica, allí pasó el resto de sus días, Alejo decía “soy magdalenense de nacimiento, cesarense por decreto y cordobés por adopción”.
Todo el Caribe fue santuario musical de sus travesías musicales, era idolatrado, el mejor ejemplo ocurrió en la población Altos del Rosario, Bolívar, a la cual llegó por unos días y se quedó largo tiempo, los pobladores lo lloraron el día que partió, el inmortalizó ese caserío en una famosa canción.
Alejo fue amigo y compadre entrañable de Luis Enrique Martínez, había tanta afinidad, que uno oficiaba de cajero del otro, cuando alguno de ellos estaba varado.
Eran tan fuertes los lazos de amistad entre estos dos colosos del vallenato, que Martínez fue invitado como padrino de matrimonio de su compadre Joaquín Bocanegra.
Martínez llevó a Alejandro para que se ganara unos pesos al pueblo que estaba de fiesta, Durán fue contratado para para un bazar, distante de la fiesta donde se encostraba ‘El Pollo Vallenato’.
Hasta el bazar llegó el chulavita Ramón Eduardo, así era llamada la policía conservadora, era el terror de la población, a cobrar quince pesos del impuesto del baile, Durán los pagó, la fiesta continuó, el policía camorrero regresó a los quince minutos, ordenó acabar la fiesta; Alejandro pidió le fuera devuelto la plata del impuesto, el chulavita al observar la imponencia y musculatura del negro color de ébano, desistió y dejó que la fiesta continuará hasta su culminación.
Los pobladores al observar que Alejandro no le temía al chulavita, aprovecharon para desquitarse de sus abusos, le comentaron a Durán que el uniformado había levantado a culata limpia a Luis Enrique, Alejo se enfureció, lo buscó y encontró, lo alzó por el cuello, lo zarandeó y tiró a un charco, lo insultó, le dijo “soy el hombre que orinó con la carga bien puesta”, lo llamaba cobarde, porque a pesar de llevar un arsenal de armas, revolver, fusil, cananas, no se atrevía usarlas.
Los pobladores, campesinos en su mayoría, daban vivas a Durán, mofaban y burlaban al chulavita, hasta ese momento su terror, Luis Enrique al enterarse llegó hasta el sitio de los acontecimientos, le indagó a Durán que había pasado, este sorprendido le contra preguntó a Martínez: “¿y este no y que te había pegado un culatazo?’’; oh sorpresa de Alejo cuando Luis Enrique le dijo: “usted parece perro para andar peleando, yo jamás he visto este hombre en mi vida”.
De Ramón Eduardo, el chulavita, jamás se volvió a saber.