Por: Jarol Ferreira Acosta
“Regresas expuesto a los rayos del sol que atraviesan el parabrisas.”
Yo
Ya está firmada la orden de salida, dice el médico. Es cuestión de coordinar lo del copago con el encargado de facturación del piso. Lo que no sabías, es que al pasar de la clínica a la casa algunos pacientes con secuelas de accidentes cerebro vasculares experimentan un efecto búmeran: desarrollan un cuadro hospitalario asociado a los efectos del mal inicial, y deben regresara la clínica para ser tratados por un padecimiento asociado al diagnóstico preliminar.
Cuando tu papá y tú salen de la clínica, la carretera está en el peor estado de los últimos tiempos; eso y la rápida aparición del atardecer son augurios de lo lúgubre que será la noche y los días próximos. Desde que llegas a tu casa las paredes te deprimen, estás tan disminuido por los días de encierro que tu estado, al cruzar el umbral de entrada, es bien triste. En silla de ruedas llevas a tu papá a su cuarto y, luego de tomar sus medicamentos, decides que es hora de descansar, por los días previos y sus noches de insomnio. Traes una colchoneta del San Alejo y la tiras al lado de la cama de tu papá, imaginando que el tamaño de su lecho es lo suficientemente ancho como para evitar caídas: te confías, y a las tres quince de la mañana oyes el ruido del cuerpo hipotónico de tu papá golpeando el piso como un bulto de carne. Menos mal la esquina de la mesita de noche nomas lo roza, porque sino…
Al día siguiente su cama amanece emparamada, tu papá se queja por algo que la ataxia no le deja expresar. No sabes si es un efecto síquico del cuadro clínico o si realmente es algo que le duele, y te angustias más. Así pasa todo el día uno en la casa; con muchos quejidos, muchas sábanas mojadas, muchos pañales, mucho caos, desaliento, desazón y dolor. Por la tardecita llegan visitas; tu papá intenta hacerse el fuerte pero le gana el malestar, la ira, el agobio y la incontinencia. Al siguiente día peor todavía, salen a la terracita del patio a tomar aire, como para dárselas de los muy estoicos en la adversidad, cuando vuelven los quejidos, la inapetencia y la incontinencia, a echar a perder la velada de mañana veraniega. Tu papá se nota desencajadísmo. Llanto, gritos, desesperación, congoja, miedo. Al día tres, tempranito, buscas una médico general que sugiere ver a un internista. Entonces una prima los lleva al hospital municipal, donde ya solicitaste el servicio de ambulancia para trasladar a tu papá nuevamente a la sala de urgencias de la clínica de la que hace un par de días había sido dado de alta: efecto búmeran.
El paisaje de la glorieta inconclusa de la salida del pueblo, interrumpida por la palabra ambulancia vista como desde un espejo a través del interior del vidrio panorámico trasero, se va haciendo pequeñita mientras van apareciendo nuevas imágenes. Imágenes grandes cuando llegan pero que se achican a medida que avanzas, como un búmeran, hacia el lugar de origen de hace unos días…