Por: Amylkar D. Acosta M1
Como lo ha definido la FAO, se entiende por seguridad alimentaria ”cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico a los alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida sana y activa”. Y precisamente, la falta de empleo e ingreso dignos son las que privan a grandes conglomerados humanos, especialmente a la inmensa población que se encuentra por debajo de la línea de pobreza, de tener acceso a la ingesta alimentaria que le asegure su subsistencia.
Es cada día más evidente que la volatilidad y las persistentes alzas en los precios de los alimentos no obedecen propiamente a la escasez de estos. El mundo hoy produce más alimentos per cápita que nunca, actualmente se produce el doble de alimentos de los que se necesitan para acabar con el hambre en el mundo. Hay alimentos para todos. Resulta paradójico que mientras las existencias de alimentos pueden alcanzar para todos, más de 1.000 millones de personas en el mundo pasan hambre, como quien dice uno de cada siete habitantes del planeta tierra. El caso de Latinoamérica es patético, pues mientras produce un 30% de excedentes de productos agrícolas que tienen por destino la exportación, 52.5 millones de sus habitantes se acuestan diariamente con hambre.
Lo dijo recientemente el Secretario General de la ONU Ban Ki Moon, “el ciudadano que sea el número 7 mil millones habrá nacido en un mundo lleno de contradicciones. Tenemos mucha comida, pero hay millones que se mueren de hambre; mucha agua, pero hay otros miles de millones que padecen sed; hay quien vive lujosamente y otros que están en la mayor pobreza”. Cómo se explica esta paradoja? Puede haber suficiente disponibilidad de los alimentos, pero la falla está fundamentalmente en el “acceso físico, social y económico” a ellos, debido a la precariedad de los ingresos de quienes no cuentan con un empleo digno y/o están agobiados por la pobreza extrema, que suman ya más de 1.200 millones de almas.
Con razón el Romano Pontífice Benedicto XVI en su alocución a propósito de la reciente Conferencia de la FAO, el camino indicado es “luchar contra la pobreza, lucha que permitirá dar soluciones duraderas al tema del hambre”, lo demás son sólo paliativos pasajeros. Lo que pasa es que para luchar contra la pobreza se necesita voluntad política y es la que ha faltado.
A esta misma conclusión llegó el premio Nobel de Economía Amartya Sen al cuestionar el enfoque tradicional de la problemática de la seguridad alimentaria imbuida por la concepción Malthusiana. Amartya lo bautizó como la teoría del Descenso de la Disponibilidad de Alimentos (Food Availability Decline, FAD).Como lo comenta el profesor Karlos Pérez de Armiño, para Amartya “la causa de las hambrunas radica más bien en la incapacidad de las familias pobres para acceder a ellos, es decir, para producirlos, comprarlos u obtenerlos por otros medios legales. El hambre es consecuencia no de que no ‘haya’ suficiente para comer, sino de que algunas personas no ‘tengan’ suficiente para comer. Aunque lo primero puede ser una causa de lo segundo, no es sino una de sus muchas posibles causas”.
En consecuencia “dado que el problema suele ser de acceso más que de insuficiente abastecimiento, los esfuerzos tienen que orientarse no sólo al aumento de la producción (que puede ser necesaria para compensar el crecimiento demográfico y para incrementar los ingresos de los campesinos), sino sobre todo a la lucha contra la pobreza”. Dicho de otra manera, la seguridad alimentaria pasa por la erradicación de la pobreza, sobre todo de la pobreza extrema.
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