El legado artístico de Diomedes Díaz Maestre lo eleva a la categoría de cantautor inolvidable, sus canciones siguen en el corazón y en la memoria de los amantes de la música vallenata. El memorable periodista Carlos Alberto Atehortúa en una entrevista le dijo que su nombre debería ser Diomedes Dionisio, por ser un guerrero del arte musical y por su afición a las delicias del vino.
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En la mitología griega: Diomedes, el guerrero indomable y valeroso, acaso el más bravo junto a Aquiles, y protagonista en los principales pasajes de la guerra de Troya. Dionisio, el dios del vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis. El peso mitológico de estos nombres, de alguna manera, marcaron su personalidad, porque desde temprana edad muestra sus facetas de luchador hasta alcanzar la cumbre del triunfo, y de su inclinación a los placeres del vino y a los ritos de las conquistas amorosas.
Nuestro afamado cantautor vivió estremecido por la alucinación de ‘Las Musas’, tal vez en su alma apuntaba la innegable intuición que por boca del filósofo Sócrates se le atribuye a Platón: “Todo aquel que osara aproximarse al santuario de la Poesía sin estar agitado por este delirio de las Musas, quienquiera que estuviese persuadido de que el arte le basta para ser poeta, quedaría lejos de la perfección, siempre sería eclipsada la poesía de los sabios, por los cantos que respiran divina locura”.
Diomedes vivió la divina locura, con el don de la gracia para el canto. Era un cantante natural que ostentaba el poder de seducción, y cautivaba e irradiaba pasión y éxtasis. Era un actor que vivía la canción, contagiaba sentimientos, se mecía entre las olas del goce romántico del amorío y la lejana penumbra del despecho. En ocasiones, el movimiento de sus hombros bordeando la caligrafía del remolino incitaba a la euforia en los corazones desbordantes por los alegres acordes de un merengue vallenato o de otro ritmo tropical.
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La aurora musical de esa divina locura empieza a despuntar en la voz de Rafael Orozco cuando le graba con el acordeón de Emilio Oviedo, “Cariñito de mi vida”:
Y se alegra el campesino
la esperanza lo emociona,
y yo entre más días te deliro
en invierno y verano, a toda ahora….
Como lo afirma el escritor Ramón David Jiménez, “el amor suaviza las angustias del presente y también matiza las meditaciones del sujeto sobre su devenir y su desenlace. Sí, el amor no somete a la muerte, pero la integra a la vida. Nos devuelve a nuestra cruda realidad: somos hijos del tiempo y como hijos del tiempo, nuestros días están contados”.
En su debut como cantante (1977) al lado del rey vallenato Nafer Duran, Diomedes desgrana su faceta de gran compositor popular en los versos de la canción “El Chanchullito”.
En tu casa están pendiente
le teme hasta el espejo,
si no nos mata una peste
nos vamos a morir de viejo.
Como los dos nos queremos
nos unimos prontamente…
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Pero no hay duda de que unos de los versos mejores de Diomedes, por su originalidad y su imagen poética vital, son los de ‘Mi Primera Cana’:
Una hebra de cabello adorna mi cuerpo
una hebra de cabello adorna mi alma
¡ay ve! mi primera cana noticias de mi vejez
….
Ay adiós se va mi juventud
y ahora ya no la vuelvo a ver
se va llena de gratitud
y me deja solo con mi vejez ….
No fue ajeno el compositor a los golpes duros de la violencia ciega que ha desangrado desde hace muchos años a los hogares de Colombia. En momentos de profunda tristeza, manifiesta su solidaridad de amigo y compadre y canta con sutileza y alma provinciana ‘Mi Ahijado’:
Le compuse estos versos a Pachito
para que así recuerde a su papá,
porque hombres como él somos poquitos,
que viven como vivió Jesucristo
y mueren a muy temprana edad
…
De este tipo de canción inspirada en las entrañas familiares, aunque no nacida en el dolor sino en el amor paternal, está ‘Mi Muchacho’. Sin embargo, las dos canciones de su autoría más escuchadas por sus mensajes y sus melodías frescas y pegajosas son ‘Tu cumpleaños’ y ‘Oye Bonita’:
Oye bonita, cuando me estás mirando
yo siento que mi vida cubre todo tu cuerpo.
Oye bonita, me siento tan contento
que en el instante pienso
cómo será mañana….
Diomedes en los cortos y largos años de su vida en el arte musical, cumplió con la doble misión de componer y cantar. Su edad física era de 56 años, relativamente joven, pero larga fue su experiencia en el campo musical. Vivió sin prisa, y el tiempo le alcanzó para escribir muchas canciones e interpretar hermosas melodías, para amar intensamente y ser amado. Ahora, después de su muerte, sigue viviendo en otra dimensión: en la inmortalidad de las canciones.
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En la composición fue versátil en la temática. Compuso a todos los matices de la vida, del amor, del olvido, de la alegría, la tristeza, al hijo, al padre, a la madre, al ahijado huérfano. Fiel a sus ancestros campesinos, escribió versos sencillos, trasparentes, enraizado a la poesía popular.
Diomedes vivió lo que tenía que vivir. Nadie puede ufanarse de profeta para cuestionar la vida del artista y propagar las falsas afirmaciones de que no quiso morir de viejo. No murió por el desorden ni por su desobediencia; si así de fácil fueran las cosas de la vida, los niños no murieran. La dialéctica de la vida es la muerte, ella no nos espera, nos sigue; es como una sombra invisible que desde que nacemos viaja atada a nuestros pies.
El tiempo de morir no tiene edad. La muerte desconoce horas y calendarios, en cualquier instante puede llegar silenciosa en diferentes maneras: por un accidente, lenta por una larga enfermedad o súbitamente por un infarto en el corazón. Esta muerte mucho la prefieren por el viejo aforismo de algunos poetas: morir del corazón es un privilegio de los románticos.
Existe en el ser humano la tendencia inquisidora de juzgar y pretender imponer nuestras razones a los demás. La vida del artista no es la vida privada, es su obra. El nobel de Literatura Octavio Paz, refiriéndose a Fernando Pessoa (el poeta portugués más importante del siglo XX, muerto muy joven por su adicción al alcohol) dijo: “Los poetas no tienen biografía; su obra es una biografía”. De Diomedes Díaz, el cantautor más exitoso en la historia de la música vallenata, puede afirmarse que sus canciones y su carismática interpretación son su biografía. La vida del artista son los atributos de su obra y las bondades de su talento.
Somos un encuentro de albor y de penumbra en las manos de Dios, ahí pasan los sueños como racimos de relámpagos y los días son girasoles temerosos del crepúsculo. Diomedes era un ídolo de multitudes. Un verdadero artista popular, y como ser humano: una luz intensa en su arte, y una débil sombra en sus errores. De luz y sombra somos todos. El poeta José Martí decía: “El sol quema con la misma luz que alumbra. Los resentidos hablan de las quemaduras; los agradecidos hablan de la luz”.
Agradecidos estamos todas las personas a quienes nos gusta la música vallenata, por la alegría y la felicidad que nos regaló Diomedes en sus canciones, que permanecen como tatuaje indeleble en la piel del alma, o como fresca cicatriz en la memoria. Todos los que pertenecemos a la generación de los años dorados de Diomedes tenemos recuerdos inolvidables de sus cantos.
En mi caso personal, ‘Fantasía’, la hermosa canción de Rosendo Romero, es el puente de conquista a mí señora Belky Josefina Salas: “Ese que escribe versos repletos de verano estando en primavera, ese soy yo….
Por: Jose Atuesta Mindiola