Es inaudito que en pleno Centro Histórico de Bogotá y cerca al Palacio de Nariño, sede del Gobierno Nacional, existía una República independiente dedicada al accionar delincuencial en todas sus facetas: venta de drogas, extorsión, prostitución, hurto y demás actos que atentan contra la moral y seguridad ciudadana.
Ante este descomunal descalabro, se requiere en Colombia alinear esfuerzos con la gobernanza legítima; nada de mecanismos improvisados, pañitos de agua tibia que evitan oponerse de manera abierta a este desequilibrio social, cabe preguntar: ¿Desde cuándo se estaba dando este fenómeno en las narices de las autoridades? ¿Por qué anteriormente no se había declarado una ofensiva frontal como ahora? Lo que está sucediendo en pleno corazón de Bogotá es una abstracción de la miopía de nuestros dirigentes, una evidente actitud de falta de gobernabilidad, es un escenario catastrófico; lo peor Alcalde y Presidente hablando de seguridad y control social; esto no es más que retórica.
Lo que aquí sucede es un desbocado aislamiento social. Ante este fenómeno que ha tenido impacto internacional, las autoridades de nuestro país y todos los estamentos sociales están obligados a establecer el orden social seriamente deteriorado y distorsionado. La historia de guerra emocional, psíquica, económica y social, descubierta hasta ahora por las autoridades; aunque muchos la conocíamos de sobra, necesita ser remplazada por la construcción de un edificio de armonía y convivencia social; para lograrlo es indispensable la aplicación y fuerza normativa de nuestra Carta Magna; toda vez que las experiencias aquí generadas son un verdadero drama de horror y terror que nos deja lecciones y preguntas: si toda ésta degradación social se cocinaba en pleno Centro Histórico rodeado por el Ejército y la Policía, ¿Qué estará sucediendo en regiones apartadas del país, donde la presencia del Estado es casi nula.
Grupos opuestos al gobierno sostienen que ya está bueno de esta visión cortoplacista con la que se ensaya al país y no se le están solucionando sus verdaderos problemas.
La apreciación general que tiene el pueblo colombiano es que llegue la tan anhelada paz y sobre el conflicto bélico, todos debemos pedir la rehabilitación, curarnos, sintonizarnos con los valores éticos y morales como armas idóneas para el avance y soporte maestro de lo próspero; para muchos estos son los recursos viables para ascender socialmente; porque la verdad sin tapujos, somos un eslabón de la involución. Esto no significa ser negativo sino realista, debemos potenciarnos en aras de cumplir con las metas de equidad social. Sería bueno una autoevaluación, una especie de diagnóstico para saber dónde estamos, como estamos y como lo estamos haciendo y al máximo implementar acciones de consolidación nacional entre todos los colombianos, sin guerras, sin odios, sin drogas, sin extorsión, sin prostitución, sin hambre y demás insumos para fomentar y valorar el formato social.
Con optimismo debemos fortalecer un espacio ciudadano para promover la palabra, la pluralidad, el derecho a la comunicación y la libre expresión; dejar de quejarnos y decir con mucha frecuencia esto no tiene solución y lo más trascendental, debemos direccionar una agenda interinstitucional bajo un desarrollo justo y sostenible; un espacio abierto para la participación y opinión que permita consolidar la democracia en pro de la equidad social, de la convivencia pacífica, la construcción de la ciudadanía y el fortalecimiento de la cultura.